Por Leonardo Parrini
Federico Fellini, en una escena clásica de
uno de sus filmes, mostró a Cristo descendiendo sobre Roma suspendido en el aire por
cables desde un helicóptero e instituyó un icono del advenimiento de Dios sobre
la tierra. Esa imagen de parafernalia me da vueltas en la cabeza cuando pienso
en los dirigentes del socialismo del siglo 19 y del 21 que, a la más pura
usanza cristiana, iconifican a sus líderes, a través del culto a la personalidad
que, aparentemente, se contrapone al fuerte sentido de colectivismo que impera
en los regímenes socialistas. Nada más alejado de la realidad. El
individualismo exaltado para la enfervorización de las masas adictas a los
golpes de efecto, a la espectacularidad de la política de pódium, forma parte
de las ideologías colectivistas.
El fundamentalismo ideológico, tiene rasgos en común. Puestas en escena
de grandes eventos que marcaron la historia y la geografía de las ideas políticas
del siglo XX, en un tinglado de fenomenales proporciones levantado con recursos de la propaganda que,
dicho sea de paso, parecer ser invento
faraónico, por el despliegue escénico que solían hacer en sus ceremonias
oficiales y en la momificación de sus líderes para de ese modo eternizarlos.
No se volvió a repetir desde Egipto, sino en la felliniana Roma,
despliegues tan fenomenales en eventos de masas con recursos escenográficos e
histriónicos de tales magnitudes para deificar al César. Una recurrencia
frecuente del hombre regente del hombre, es distanciarse de la condición humana
para asemejarse a un dios, dominante sobre los otros hombres. Eso hicieron los asesores
de Cleopatra, Julio César, Napoleón, Mussolini, Hitler, Stalin, Mao y, en
nuestro continente sudaka Hugo Chávez, o mejor, el aparato de propaganda de su
gobierno, consciente de que el líder debe ser reemplazado por el icono, antes
de que materialmente ya no exista.
Gajes de la política, decía un viejo analista que tampoco ya existe; pero
no, aquello va mucho más allá de la propaganda. Se trata de ingresar en el
universo de los símbolos que, como estructura significativa, reemplaza al sujeto
significado ausente. Los cubanos, buenos como son para los actos de masas y
montajes propagandísticos, lo sabían claramente, cuando una fotografía del Che
Guevara tomada en un acto cotidiano por
un modesto fotógrafo, Alberto Díaz (Korda) en 1960, se convirtió en el icono más famoso del
mundo -después de Cristo crucificado-, en ambos casos la imagen remplazó y ocupó el
lugar del personaje deificado. ¿Qué habría sido de la figura de Ernesto Guevara
sin ese símbolo? El recuerdo de un político revolucionario latinoamericano,
nada más. El icono, cargado con toda la fuerza significante, cruza la historia,
la trasciende y se eterniza en la memoria colectiva de las masas para potenciar
lo que representa como signo posterizado, convertido en imagen trascendente que
tiene el mismo efecto del embalsamiento de los difuntos egipcios.
Nacimiento del mito
Este mismo mecanismo ya fue puesto en marcha en Venezuela estos días en
que, ante la incertidumbre del desenlace vital de Chávez afectado por un cáncer
terminal, los sucesores del régimen iniciaron un proceso de iconización del
lider con la venta de estatuillas, estampas, suvenir que lo petrifica, o mejor,
lo plastifica en una imagen para trascender más allá en la historia. La prensa
lo describe así: En un nuevo video difundido sin cesar, se puede ver, con fondo
musical solemne, fotos de un Chávez adolescente bajo un cielo nublado, del
presidente abrazando a niños y ancianos, y que termina con un Chávez
meditabundo, bajo una lluvia torrencial y en contrapicado, mientras aparece en
sobreimpreso la frase: “ ¡Yo soy Chávez! ” Con esta “hegemonía comunicacional”,
el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV-oficialista) se concentra en la
exaltación de Chávez y de sus logros, porque parece claro que la ausencia de
Chávez puede ser permanente. Rompecabezas
y bustos con la imagen del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, son exhibidos
en una tienda de un mercado de Caracas, Venezuela. El problema es que Chávez es el
proyecto de la revolución bolivariana. Las autoridades hoy exaltan la figura de
Chávez para establecer un vínculo entre el presidente, su legado, y el destino
del proyecto político. Hacer de él un mito crea un basamento para seguir el
proyecto, agrega el periódico. Por eso la oposición venezolana está pidiendo,
rabiosamente, que se aclare el estado de salud de Chávez para dar los pasos
necesarios en la sucesión del poder.
El otro rasgo común de las ideologías fundamentalistas, que dan lugar a
regímenes de masas, es el utilitarismo de la muerte. Ésta no es vista como el
fin de la vida, sino como el comienzo del mito. En la otra cara de una misma
moneda, la muerte es un gesto extremo, exaltado como un acto político potente y
trascendente que da inicio a la mitificación del lider. Los cubanos, que saben
de estas cosas, instituyeron el célebre Patria
o muerte, Venceremos. ¿Puede haber una declaración más extrema? Si, en la
decisión de Cristo de inmolarse por los demás. Cristo, ese momento extremo,
dijo algo equivalente a uno de los ladrones crucificados junto a él: Mañana entrarás conmigo al reino de los
cielos. La muerte en las ideologías fundamentalistas es vista como la
decisión de eternizarse, pero antes, esa decisión es heroicamente aceptada por
el lider que muestra un desprendimiento total de la vida en función de los
demás.
El sentido de la muerte como acto político extremo, la inmolación como
argumento político, a través del gesto y
la palabra, resulta una maniobra exaltativa del sentido mesiánico con que
cristianos y socialistas se sienten predestinados en la tierra. Todo ese Mise en scene tiene el propósito de
deificar e iconizar a sus líderes que deberán trascender para perennizarse en
la memoria de los pueblos. Los cristianos lo hicieron con Jesús crucificado y
los marxistas con el Che posterizado.
Deificación del poder
El tercer acto de la puesta en escena es la enfervorización de las
masas, a través del fenómeno iconográfico. No puede haber más fervor que el de
una ancianita con una estampa del Jesús del Gran Poder, aferrada a su pecho en
la procesión del Viernes Santo. Es equivalente al fervor de un joven
revolucionario que levanta el puño en alto, puesto la camiseta con la clásica
iconografía del Che. Enfervorizar a las masas a través del manejo deísta del
poder y de su representante, aunque esté ausente, forma parte de la perennación
de ese poder.
Chávez, el día que muera, nacerá
convertido en mito iconificado como un componente funcional a la continuidad de
un proceso que empezó con él y debe tener continuidad sin él. La gran contradicción
de los sistemas políticos fundamentados en el liderazgo unipersonal, es que
centralizando el poder del influjo sobre la masa en la persona individual del
lider, no dan paso a formas de poder colectivo. Los buros políticos son
meras instancias de obsecuente certificación burocrática y, por tanto
reiterativa reafirmación de figura del
lider-caudillo.
El fenómeno de simbolización del individuo es necesario para la cohesión
social, sin dudas. Imprescindible para la continuidad de los procesos políticos
sin su mentor, sin su lider, limitado en el tiempo y en el espacio por la
contingencia histórica. Habrá que imaginar un lugar donde deberá permanecer
eternamente Chávez después de su muerte. Cristo está sentado a la diestra de
Dios-padre, en el imaginario católico. Lenin, Marx y el Che Guevara permanecen
de pie junto al pueblo, en el limbo histórico creado por el ideario marxista.
Esa fue la forma con que entraron en la historia y permanecen instalados en
ella.
La oposición venezolana se frota las manos a la espera del desenlace que
todos intuyen. Si el 10 de enero, Chávez, no asume el gobierno, sus enemigos políticos
exigirán que se pongan en marcha los mecanismos constitucionales para la sucesión
de poder. Caso contrario, Venezuela puede entrar en un periodo del poder de
facto. En tanto, una compleja maquinaria de proyección de imagen del lider está
en marcha, proyectando sobre el telón de fondo de la historia su figura señera
que deberá seguir ejerciendo el influjo sobre las masas enfervorizadas, so pena
de un desbande que ponga en peligro el andamiaje revolucionario en la tierra de
Bolívar.
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