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sábado, 4 de agosto de 2012

DECAPITAR A LA GORGONA


Casa de la Cultura, Quito Ecuador

Por Leonardo Parrini

Cuando Perseo ayudado por Atenea, diosa de la cultura, decapitó a la medusa Gorgona se enfrentó al orden maligno de un esperpento que petrificaba a los hombres con sólo mirar su figura de cabellos en forma de serpiente, boca fálica y máscara horrorosa. Atenea entregó a Perseo un escudo de bronce pulido para que viera en él la figura reflejada de la medusa, evitara mirarla de frente a los ojos y no ser petrificado. Potente simbolismo alusivo al rol pertinente de la cultura contra todo espantajo inmoral y anti estético.  

En el Ecuador altivo y soberano de hoy la Casa de la Cultura bien debe ser el reflejo contra toda impudicia moral -según aluden los espejos de la fachada de la casa matriz en Quito- como ente protector de una sociedad capaz de reivindicar la utopía de un país libre de corrupción. No obstante, las elecciones presidenciales acaecidas recientemente en la CEE denotan que al interior de esta institución algo huele mal, producto de que la descomposición de su misión, a ratos subvertida por la politiquería, no la eximen de la nociva contaminación que supone el riesgo de sucumbir a intereses que nada tienen que ver con su afán institucional.

La potencia cultural que proclamó Benjamín Carrión para el Ecuador era de estirpe revolucionaria, insurgente ante los poderes omnímodos de la avaricia mercantilista y de la alcurnia aristocrática de una sociedad conservadora y excluyente. Vox populi, esa arenga exhortaba al libre albedrío de los gestores culturales, puesto que toda cultura oficial es sospechosa y todo producto cultural condescendiente con las esferas del poder es obsecuente. Aquello contradice el sentido mismo contestatario de una cultura insumisa que devuelva al hombre la urgente formulación existencial de cuestionamientos - con más interrogantes que respuestas - acerca de su atribulada condición humana.

Figurativamente el parangón de la medusa Gorgona con el esperpento de la corrupción es propicia paráfrasis sobre lo que presenciamos en la CCE, donde prosaicos intereses no deben anteponerse a los ideales de su fundador Benjamín Carrión, en el seno de una institución que reclama un sacudón que la libere del anquilosamiento que afecta su quehacer como animadora, no sólo de la cultura culta, sino de las otras culturas subyacentes y disímiles que emergen de la diversidad social.

Perseos modernos están a buena de hora de blandir la espada y el escudo protector para decapitar a la Gorgona que amenaza la morada de la cultura nacional y emprender la renovación cultural casa adentro, justa y necesaria misión, en un país que reclama de sus instituciones un referente ejemplar de transparencia y probidad.

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