Por Leonardo Parrini
Un slogan es un grito de batalla, dicen los
publicistas. Una arenga estimulante que,
movilizadora o no, busca la complicidad gestual del otro. El slogan es un lema
que intenta movernos hacia una reacción medida, programada en los márgenes de
una respuesta prevista, deliberada. Verdad o no, ese grito de batalla apela a
los recursos estilísticos al alcance del redactor: onomatopeya, aliteración, contraste, rima, etc. No siempre en cada caso
se acuña la frase feliz que despierte la voluntad de las personas tras
un lider o un producto comercial. El mayor éxito de un slogan es que los
consumidores lo hagan suyo, porque proclama una contagiosa filosofía de vida. Uno de los ejemplos más representativos se dio en Paris del 68, cuando una generación que se propuso cambiar el mundo, invocó: seamos realistas, pidamos lo imposible.
En la historia
publicitaria del Ecuador han existido ejemplos de frases dinamizadoras
que pusieron en marcha la conciencia y la acción de las personas tras de los propósitos
de sus creadores. Entrados los años setenta, surgió en el país un slogan
asociado a una conocida distribuidora de vehículos que proclamaba Tú lo tienes todo. La frase se hizo
famosa y llegó a representar una forma de ser y se convirtió en muletilla de
consumo masivo. Cada vez que queríamos alagar a alguien, le decíamos tú lo tienes todo. El poder sincrético
de la oración incubaba una verdad totalizadora: el ser pleno y el tener lo
máximo. La promisoria afirmación quedaba reducida a una potente promesa. He ahí
el secreto de un buen slogan: ofrecer un mundo en el pequeño envase de una
oración simple, memorable y esperanzadora.
Años más tarde,
en la década de los ochenta, la derecha política del país invirtió millonarias
cifras en contratar publicistas foráneos que acuñaron la movilizadora promesa
de Pan, Techo y Empleo con la que
León Febres Cordero, conspicuo representante de la oligarquía guayaquileña, se
encumbró en el poder político del país. Nuevamente la oración resumía una
esperanza de vida, una promesa factible y sentida. Los publicistas habían dado
en el clavo: apelar a los sentimientos específicos y concretos del electorado
masivo.
Los vericuetos
de la historia muestran cómo una frase de anónima autoría, pero de profundo
arraigo popular, se convirtió en el slogan más transformador de la historia del
país: Si se puede. Esa frase
desafiante que aludía a una situación deportiva y a la capacidad de superación,
nos cambió la visión de la vida y nuestro comportamiento social e individual.
Habíamos dado con una verdad posible, una amenazante decisión de ser seres factibles
y perfectibles, de vivir y mejorar la vida con solo proponérnoslo.
El desgaste de las
frases se hizo evidente. Y es así que la clase política, atrincherada en un
parlamento que parafraseaba oraciones manidas, rebuscadas y reencontradas en el
pleonasmo de las promesas incumplidas y las frustraciones colectivas, fue
desplazada del poder. Advino el cambio político y social de la mano de una
frase innovadora: Avanzamos Patria. El
emblema de un sueño hasta entonces imposible, truncado en la inmovilidad histórica,
en la postración vital de un país sumido en sus propios complejos de culpa.
Transitamos estos
años por un proceso cambiante, renovador de energías y anhelos nacionales y,
a la vera del camino, se fueron quedando los empujes y frases que nos motivan
hacia la realización de las utopías posibles. Hoy, al eco de las resonancias de
los viejos gritos de batalla, nos están faltando slogans suscitadores, que
renueven la esperanza y nos movilicen a hacer algo por algo o por alguien.
En tanto, la
oposición al gobierno tampoco acuña ideas suscitadoras que encarnen una propuesta
creíble. Solo apela a frases ajadas, dichas con amargura y en tono alarmista, propio
de un lenguaje
tan perdedor como hermético. Alaridos convocando a una libertad que alude, no
ya a la abstracta evocación constitucional, sino a la circunstancia personal de
cada ciudadano como un grito patológico.
Por su parte el
Estado, empeñado en cambiar los modelos de gestión, aun no rompe el silencio
con una nueva promesa movilizadora. ¿Será suficiente la propaganda repetitiva,
la publicidad con secretos subterfugios? Indudablemente, no. Los slogans deben
apelar a motivaciones íntimas del consumidor. Deben reflejar verdades
reconocibles y aspiraciones posibles. ¿Necesitamos, una nueva forma de hacer
política? ¿Una nueva literatura de la representación? En definitiva si, en una
época en la que hacen falta nuevas razones y sentimientos para el compromiso. Guardamos
silencio, quedamos escuchando los nuevos gritos de batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario