Por Leonardo Parrini
Mi poesía
es como la siempreviva
paga su precio a la existencia
en término de asperidad.
paga su precio a la existencia
en término de asperidad.
Entre
las piedras y el fuego,
frente a la tempestad
o en medio de la sequía,
por sobre las banderas
del odio necesario
y el hermosísimo empuje
de la cólera,
la flor de mi poesía busca siempre
el aire, el humus, la savia, el sol,
de la ternura.
frente a la tempestad
o en medio de la sequía,
por sobre las banderas
del odio necesario
y el hermosísimo empuje
de la cólera,
la flor de mi poesía busca siempre
el aire, el humus, la savia, el sol,
de la ternura.
Versos
premonitorios de Roque Dalton, poeta salvadoreño asesinado hace cuatro décadas
en su ciudad natal. Voz silente y presente la suya, cantó a la esperanza que
emerge como soplo de vida de la lucha cotidiana por la dignidad de los
oprimidos, los solitarios, los sin destino. Roque Dalton fue muerto a los
cuarenta años la madrugada del 10 de mayo de 1975, dice la crónica: Los asesinos llegaron a la casa donde lo
tenían recluido, donde lo torturaron con golpes y trataron de infligirle miedo,
para matarle a tiros. Una mujer salió de la casa clandestina y se puso a
reventar "cuetes" (pirotécnicos), aprovechando la festividad para las
madrecitas, pero en esencia era para disfrazar los balazos que les dieron al
obrero Armando Arteaga y a Roque Dalton. Más tarde sus cadáveres fueron metidos en una gran bolsa de plástico,
los subieron a un pick up, les tiraron encima unas colchonetas y se condujeron
a El Playón. Alguien ahí había cavado el hoyo donde los tiraron, les echaron
tierra y se marcharon. Esa noche el comando asesino redactó un comunicado
anunciando el "fusilamiento", mismo que dieron a conocer en un
comunicado el 28 de mayo de 1975. Sobre estos hechos se cierne un silencio
cómplice, una injusticia impune que nunca ajustó cuentas debidamente frente al
crimen y sus hechores. Los gobiernos de República de El Salvador han mostrado
una persistente incapacidad de aclarar el crimen en toda su estremecedora
magnitud.
Roque Dalton,
poeta del pueblo para el pueblo, militó en las filas comunistas y se entregó a
la causa de la liberación de su país en años en que las dictaduras militares
instaladas en el poder con la anuencia conservadora, campeaban en el
continente. Fue varias veces encarcelado en su país, por motivos políticos,
condenado a muerte en 1960 la sentencia no se cumplió, ya que el dictador José
María Lemus cayó sólo cuatro días antes de la fecha fijada para la ejecución.
Su destino, no obstante, estaba marcado;
Roque Dalton fue asesinado por una fracción del Ejército Revolucionario de
Pueblo.
El responsable del grupo que dio la orden de su eliminación, Joaquín
Villalobos, reconoció que había sido un trágico error.
Poesía liberadora
Roque Dalton de muchacho
estudió en Chile, país en el que cultivo
amigos y camaradas y dejó una nítida
estela de inteligencia y compromiso. Poeta, ensayista, periodista y activista
político es la máxima voz de la poesía popular de su país y una de las más
representativas de la literatura revolucionaria de Latinoamérica. Su vida
bohemia, su jovial e irreverente personalidad, matizaban su entrega a las
causas políticas, cuya máxima preocupación fue el destino social de su país. En
1969 obtuvo el Premio Casa de las Américas, en el género poesía, con Taberna y otros Lugares, el más conocido
y, según la crítica, el mejor de sus libros. Su obra refleja ambas improntas, del
luchador y del poeta empedernido de pasión por el amor y la vida.
Por ejemplo, esta tarde tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quién amé cuando niño.
Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera, sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la
esperanza.
A cuatro
décadas de su muerte, Roque Dalton es un poeta siempre vivo. Su palabra
preclara, comprometida y apasionada dejó un destello de claridad en la opacidad
del mundo.
Cuando sepas
que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo.
Tu voz, que es la campana de los cinco
sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
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