Fotografía Alex Ojeda
Por Aitor Arjol
Te conozco. Tienes un acantilado en la piel en
el que nunca jugué a mirar más allá de la sospecha. Y también una pecera. Una
de esas transparentes en las que abreva la mirada. Nada se sabe.
Pero me delata
la cantidad de peines que amasan el deseo de llevarme a tus cabellos. Tal vez
en primavera. O de noche, cuando el sol se transparente en tus labios. De puro
goce. De sencillo trámite. Quién lo dirá.
Entraré sin pedir permiso. Con un simple ademán
de ola. Y volveré a firmar que te conozco. Que conozco tus interiores.
Lentamente. Como la ciega ley de un abogado tan ligero de litigios que no
hubiera mayor juicio oral que el de nuestra boca.
Así la distancia nos envilece. O nos torna
suaves como el cristal. O nos devuelve la imaginación tan precisa. Tan sucia.
Tan elegante. Tan tenebrosa. Tan virtuosa. Tan pecaminosa. Te conozco.
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