Por Leonardo Parrini
Alguna vez un crítico de televisión me
comentó que es más fácil que un negro sea elegido Presidente del Ecuador a que
un afrodescendiente aparezca en la pantalla del televisor presentando noticias.
Lapidaria afirmación que me obligó a un zapping
por toda la basura televisiva en busca del anchor de color para desmentir la
afirmación. Y, ¡oh sorpresa! en la pantalla abundan rubias naturales y a contra
natura, trigueños guapísimos, fornidos de esteroides anabolizantes, uno que
otro enano contrahecho, divas que exhalan atmósferas de prostíbulo, algún
indígena desplazado, escleróticos que se eternizaron en la pantalla chica con un
ego grande, liposuccionadas de la farándula, payasos sin gracia alguna, agoreros
del desastres, brujas del charot, recaderos del poder, etc., etc., pero ningún
representante de las etnias de color, que en el último censo se reconocieron
como tal en una ínfima minoría. Apagué el televisor, miré un puntito indefinido
de la pantalla, y me dije ¿qué está pasando con la mentada interculturalidad
mediática? Me respondí, nada pues, carajo.
En el país de la Constitución garantista y
de los derechos naturales, colectivos y sagrados como la Patria, los medios de
infodifusión audiovisual –léase canales abiertos y de cable- se pasan por la
galleta este precepto constitucional de ser el país “plurinacional e
intercultural” que tanto enorgullece al poder sabatino. Y esta constatación no
la hago yo, sino el súper organismo de control denominado Superintendencia
de Información y Comunicación (Supercom) en un estudio realizado recientemente,
y que supervisa el cumplimiento del artículo 36 de la Ley Orgánica de
Comunicación. La ley en mención obliga a un 5% diario de componente afrodescendiente, indígena
y montubio en la programación de la franja horaria familiar que va de 6:00 a
24:00 horas. La Supercom reporta que en 851 contenidos de
la pantalla chica “la interculturalidad en la TV es casi nula”. El informe
constata que, pese a que la ley sanciona la discriminación étnica, social y económica con una multa equivalente al 10% de la facturación promediada
de los últimos 3 meses presentada en sus declaraciones al Servicio de Rentas
Internas, los programas de televisión no reflejan dicha interculturalidad en
pantalla.
Los pueblos y nacionalidades indígenas,
afroecuatorianas y montubias con derecho a producir y difundir su
realidad, son soslayados olímpicamente de los contenidos de los nueve canales
investigados de la televisión ecuatoriana, según el periodo en estudio desde
febrero a noviembre del 2014. De este modo, “la propia lengua, contenidos sobre
su cosmovisión, cultura, tradiciones, conocimientos y saberes de los pueblos y
nacionalidades” son invisibilizados. Las causas, según los directivos y
creativos de los canales, se debe a que estos contenidos son aburridos y
atentan al rating y, por tanto, decaen el negocio televisivo. El estudio considera
que si no hay contenidos interculturales “se incumplen también los artículos 1
y 2 de la Constitución. El primero refiere a que Ecuador es un país
intercultural y plurinacional y que el castellano, el Kichwa y el shuar son los
idiomas oficiales de relación intercultural”
El problema radica
en que el Estado y los canales privados hablan idiomas distintos, tienen
miradas diametralmente opuestas para ver el tema de lo intercultural y lo plurinacional.
El Estado habla un lenguaje ajeno a la empresa privada, y ésta no muestra interés
en comprender las nuevas exigencias de la ley estatal por simple postura
intransigente. Pero más allá del marketing televisivo y de las exigencias del
mercado y su rentabilidad, existe una cultura enquistada en la cabeza de los diseñadores
de programación que no les permite entender que interculturalidad es mucho más
que poner a un negrito en pantalla en un llamado “programa cultural” de entretenimiento.
El paternalismo televisivo comunitario de andar denunciando
baches en las calles -contra un alcalde que no se imagina otra realidad
citadina que la que aprendió en una universidad foránea-, no es
suficiente. No es suficiente que un canal
considere que poner a un negro en pantalla o a un indio ocasionalmente, es cumplir con programación intercultural,
aunque ese negro y ese indio sean, nada más y nada menos, que una caricatura
grotesca de programas cómicos de clamoroso mal gusto. No es suficiente aquel “informativo
de la comunidad” que “da pantalla” a un hijo de vecino, o una madre vecina,
para que mande al carajo al Alcalde de mentalidad foránea, ajeno a la ciudad,
que no da pie con bola con ordenanza alguna. No, no es suficiente.
Los analistas han señalado que “desde la
escasa oferta de contenidos interculturales en el mercado ecuatoriano, hasta
los altos costos de producir por sí mismos y de manera exclusiva un porcentaje
tan considerable de contenidos interculturales", es un impedimento para cumplir
la Ley de Comunicación. Pero, la calentura no está en las sabanas, a la falta de
sensibilidad social de los canales, se suma una evidente carencia de
creatividad en sus guiones de programación nacional. Ese y no otro parece ser
el problema de la poca de aceptación del público a los “programas culturales”.
Si el televidente ve algo técnicamente bien hecho, lo acepta; así se trate de
basura. Esto está demostrado en el género de la telenovela, talk shows y concursos que saturan la
pantalla chica. Entonces el tema de la aceptación del público a los programas
interculturales pasa por una exigencia de calidad y no de cantidad.
Los medios de
comunicación y el Estado persisten en permanecer incomunicados en un diálogo de sordos. Es deber de Estado definir con claridad sus
políticas interculturales, plurinacionales y de Educomunicación. Es deber de la
empresa privada televisiva ser socialmente más sensible y responsable para reflejar
en el producto en pantalla la diversidad de un país que, precisamente, se
enriquece de su variedad cultural. Así no sea un lucrativo negocio, pero sí un
imperativo de justicia social.
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