Por Leonardo
Parrini
Los enfants terribles de las
letras son escasos y hay que autenticarlos contra la vida misma. La historia del
escritor y artista visual chileno Pedro Lemebel confirma esta aserción, por lo demás, inherente a un outsider en todo el sentido del término.
La marginalidad de Lemebel es congénita, uterina y por derecho adquirido en las
barriadas periféricas de Santiago -Zanjón de la Guada y La Legua- de donde es
originario. Desde su propio conflicto identitario, Pedro Mardones Lemebel
adopta el apellido materno en gesto de alianza con lo femenino, por inscribir un apellido materno, y reconocer a mi madre huacha desde la
ilegalidad homosexual y travesti, diría Lemebel.
"Quién más que yo para protagonizar las crónicas...Culo y corazón nunca me han faltado. Y así se hará: el cronista se atribuye los vicios, pecados y virtudes de las faunas de sus relatos", sentenció en una oportunidad. A la irreverencia contestaria, Lemebel añadió su desdén por lo
establecido, a través de la “provocación y el resentimiento” puestos al destajo
de la denuncia política y social esgrimida en algunas trincheras conocidas de
la izquierda chilena. Lemebel fue cronista de las publicaciones Página Abierta, Punto Final y The Clinic, -recogida
en la antología de crónicas La esquina es mi corazón-, actividad que
alternó en la conducción de espacios de radio donde habitualmente puso por
delante su anti establishment. Su
hoja de vida está salpicada de hechos singulares desde sus estudios en un liceo
industrial en el que aprendería la forja de metal y mueblería, oficios que
terminó odiando y que, de algún modo extraño, lo conducen a su profesión de maestro
de Artes Plásticas. Con ese título, Lemebel, ejercería la docencia en colegios
también marginales de la capital chilena de donde fue expulsado por su “traza
de homosexual”, circunstancia que marcó su definitiva vocación por las letras.
Su proximidad con la literatura es gradual y se inicia en los años
ochenta, en un agitado Chile que puja por liberarse de la dictadura de
Pinochet. Sus primeros escritos obtienen el reconocimiento con su cuento Porque el tiempo está cerca, Premio de
la Caja de Compensación Javiera Carrera en 1983. La trama -creación o crónica
personal- narra los trances de un adolescente abandonado por sus padres, que se
distancia de su barrio alto y se
prostituye en los tugurios santiaguinos.
Lemebel y la contracultura
La rebeldía de Lemebel
trasciende su obra y se enquista en sus gestos personales y políticos. En
1986 protagoniza un mitin de izquierdas
en el centro cultural Estación Mapocho en la
capital chilena, “vistiendo por primera vez sus zapatos con tacones
y maquillado con el símbolo comunista de la hoz y el martillo cubriendo la parte izquierda de su cara”. De ese evento
data la lectura del manifiesto Hablo por
mi diferencia, texto que reúne cuento, poesía y crónica, publicado en 2002 en la compilación de Juan Pablo
Sutherland titulada A corazón abierto: geografía literaria de la homosexualidad en Chile.
La dilatada trayectoria de Lemebel
no se detiene en obstáculos políticos o sociales, más bien recibe el estímulo
de la marginalidad que inyecta el efluvio de la indocilidad. En 1987, funda con
el poeta Francisco Icaza el dúo Las
Yeguas del Apocalipsis, de estilo perfomático y provocador, que irrumpía en
los lanzamientos de libros y exposiciones de arte para manifestar su confesa inclinación
por la contracultura. Las Yeguas del Apocalipsis
aparecen en la premiación del poeta Raúl Zurita, en la nerudiana casona La Chascona,
y ofrecen una corona de espinas al galardonado que repele el ofrecimiento. Un
año más tarde, en un encuentro de intelectuales con el candidato presidencial
Patricio Aylwin, sin invitación previa, el dúo irrumpe en el escenario con
tacones y plumas desplegando un lienzo en el que se leía “Homosexuales por el
cambio”, ocasión en que Francisco, integrante del dúo se abalanza sobre Ricardo
Lagos, candidato a senador y posterior presidente de Chile, besándolo en la
boca. Las Yeguas del Apocalipsis irrumpen
por última vez en la Bienal de La Habana, en 1997, esta vez con invitación
oficial. Al siguiente año aparece su libro
De perlas y cicatrices y en ese mismo
año, Lemebel, publica Loco Afán: Crónicas
de sidario que aborda la marginalidad de los travestis.
En una reseña de prensa se lee: “Entre 1987 y 1995, Las Yeguas del
Apocalipsis realizaron por lo menos quince intervenciones públicas, 17
y en total no más de veinte. La mayoría fueron en Santiago, pero también las
hubo en Concepción donde despellejaron sus cuerpos enterrándose en cal, así
como en Talca y La Habana, donde se presentaron en la Casa de las Américas. Otras
de sus acciones de arte fueron bailar cueca sobre vidrios, interpretar ambos a Frida
Kahlo, o cabalgar desnudos como Lady Godiva sobre un caballo blanco por la
Facultad de Arte de la Universidad de Chile en alusión al fundador de Santiago,
Pedro de Valdivia”.
Performances, travestismo, fotografía,
video e instalación son los materiales con que Las Yeguas del Apocalipsis pasearon
su arte y su denuncia contra los atentados a los derechos humanos y la libertad
sexual, elementos que también incluían una protesta en favor de la democracia y la constante búsqueda de un sentido de justicia y dignidad de la vida.
"Quizás esa primera experimentación con la plástica, la acción de arte...
fue decisiva en la mudanza del cuento a la crónica. Es posible que esa
exposición corporal en un marco religioso fuera evaporando la receta genérica
del cuento...el intemporal cuento se hizo urgencia crónica...", explica
Lemebel.
Pedro Lemebel
hizo de la marginalidad el centro existencial de su vida y obra, en un grito por
la inclusión de género y el reconocimiento a la diversidad sexual y los derechos colectivos de un pais ahogado en la dictadura militar. El yermo
espacio que deja su deceso provocado por un cáncer de laringe, abre una interrogante
en Chile: hasta dónde la propuesta suya se hace carne en una sociedad
profundamente conservadora, cuya impronta es la marginalidad y la represión de
las culturas alternativas y contestatarias. Es probable que la respuesta
subyace en la propia obra de Lemebel, en su estilo barroco y kitsch, “mezcla de
realidad y ficción”, en que la tragedia se funde a la comedia en un mismo aliento
combativo de rebeldía y rechazo a lo establecido: “Si a la masa idiotizada de los chilenos le basta con lo que le da la
televisión, me parece que este es un pobre país, porque, aunque seguramente
tiene mucho futuro y goza de una prosperidad que se refleja en sus malls y en
sus palmeras sintéticas, es un país al que se le está apagando el alma”. El
adiós a Lemebel, acaso, deba incluir el epitafio que él diera a su amigo y
colega Roberto Bolaño: la muerte fue un zarpazo de la vida.
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