Por Leonardo Parrini
Decir que Gabriel García Márquez vivió íntimamente ligado al realismo mágico no implica soslayar que
estuvo también vitalmente relacionado con el realismo periodístico, pasión de toda su vida que, de algún modo, resulta
minimizada en los discursos póstumos. De hecho, el Gabo fue bautizado con ese apócope
por un subdirector de diario El Espectador
Eduardo Zalamea Borda, cuando aún era un muchacho que se iniciaba en las lides
reporteriles.
El silenciar, o mejor, el soslayar con deliberada intención el oficio periodístico
de García Márquez responde a la necesidad de limarle las uñas al león. Para los
poderosos es más fácil reconocer su talento como narrador de historias mágicas
que como denunciador de realidades verdaderas. García Márquez divide al mundo entre
quienes lo entienden en ambos aspectos de su creatividad de intelectual,
consecuente con principios que abrazó en su vida pública y privada. Y es una
falacia puesto que, si revisamos su estilo literario, éste tiene el sentido periodístico
de la crónica, mientras que sus reportajes están matizados por vibrantes
episodios metafóricos de poderoso ímpetu connotativo. Prueba de ello es Historia de un Secuestro, texto en el que combina la orientación testimonial
periodística y su estilo narrativo netamente literario.
El Gabo, no en vano, dijo alguna vez que el
periodismo le sirvió como una herramienta para no perder contacto con la
realidad y con su obra literaria: No hay en mis novelas una línea
que no esté basada en la realidad. Una realidad que García Márquez percibió en su exacta magnitud de
soledad social e individual del hombre. En otro acápite de su pensamiento dijo: aprendí un sistema de metaforizar, sino lo
que es más decisivo, un entusiasmo y una novelería por la poesía que añoro cada
día más y que me produce una inmensa nostalgia. Gabo, escritor y Gabo
periodista es, irreductiblemente, uno solo. Un realista en la narración de lo
verdadero y de lo irreal, en que los límites entre lo verdadero y lo fantástico
se desvanecen muy naturalmente. Cierta critica persiste en traslapar su apelativo
de escritor “mágico” por sobre su condición de militante social. Gabo ha
respondido a esta otra forma de distorsionar su figura: No soy comunista. Por supuesto que no. No lo soy ni lo he sido nunca.
Ni tampoco he formado parte de ningún partido político. Quiero que el mundo sea
socialista y creo que tarde o temprano lo será.
García Márquez se inicia como periodista en
1948 en el diario El Universal de Cartagena,
Colombia, mientras estudiaba la carrera de derecho. Luego se haría cargo de la columna Séptimus, en el periódico El Heraldo de Barranquilla. Regresa a El Espectador en 1954 y escribe esporádicamente
en El Independiente. Al triunfo de la
Revolución cubana, en 1959, García Márquez se traslada a Cuba y trabaja en la
agencia Prensa Latina. Su actividad periodística es un ejemplo de coherencia ideológica
y valentía profesional.
Entre los escritos periodísticos de García Márquez,
debo especial apego a La Aventura de
Miguel Litin clandestino en Chile, un reportaje sobre la visita secreta
realizada por el director de cine chileno Miguel Littín a su país natal después
de 12 años en el exilio. Littín estaba en una lista oficial de personas
prohibidas de retornar a Chile. Esta circunstancia convence a Miguel que la
única manera de retornar a su patria es
mediante el uso de un “pasaporte falso, una profesión y una excusa falsas, y
más aún, con una esposa falsa”. Durante su visita a Chile, en 1985 Miguel,
haciéndose pasar por un hombre de negocios uruguayo, dirige tres equipos de
filmación para la realización de un documental sobre la vida del país bajo la dictadura. Consecuentemente, filma
entrevistas con chilenos comunes y corrientes y con gente de movimientos de la
resistencia que operan clandestinamente. García Márquez registra los pormenores
de esa aventura en un texto que hoy constituye una pieza clave del periodismo contemporáneo.
La vocación a la
que Gabo llama el mejor oficio del mundo,
tiene sus bemoles. En sus inicios se aprendía “en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín
de enfrente, en las parrandas de los viernes”, luego se convirtió en una
herramienta de combate en la vida misma. No obstante, enclaustrado este oficio en la academia, -para García Márquez-
el resultado de su aprendizaje no es
alentador: Los muchachos que salen
ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de
la realidad y de sus problemas vitales. Incluso en la práctica profesional también
existen limitaciones: el mal periodista
piensa que su fuente es su vida misma-sobre todo si es oficial- y por eso la
sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa
relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de
la segunda fuente.
Gabo, eterno reportero de la vida, rigió su oficio por
un principio que nos legó, más temprano que tarde, para siempre: Nadie que no lo haya vivido puede concebir
siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la
primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y
esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan
incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si
fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a
empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
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