Por Leonardo
Parrini
El cine
hollywoodense tiene la virtud de crear paradigmas que sugieren modelos de
organización social, estilos de vida y hasta condiciones de cómo morir. El
film El sorprendente Spiderman, recientemente
estrenado en Quito, no es la excepción. Se trata del último prototipo cinematográfico que refleja, en toda su dimensión, la sociedad
capitalista postmoderna que vivimos. Una propuesta con sólidas bases ideológicas
arraigadas en la cultura tecnocrática de la violencia social, la lucha entre el
bien y el mal, leiv motiv narrativo recurrente, y el culto al individualismo
heroico como eje del devenir histórico.
La nueva versión
del film The Amazing Spiderman, dirigida por Marc Webb, narra
la historia de Peter Parker (Andrew Garfield), joven diseñador de redes que se
la pasa entre combates contra enemigos en serie y su romance con Gwen (Emma Stone), una joven bachiller graduada
con honores. El encuentro con su viejo amigo Harry Osborn (Dane DeHaan), heredero millonario, cambia la existencia de Spiderman al descubrir
nuevas pistas de su confuso pasado. En el ínterin asoman los villanos liderados
por Elektro (Jamie Foxx), un joven negro transformado en un ente
electrizante que consume toda la energía eléctrica de New York provocando los
temibles apagones, como una metáfora de la crisis energética que amenaza constantemente
a la potencia norteamericana. No falta el Duende Verde que secunda al villano principal
y el Rinoceronte estilo Transformers, conducido como un tanque por un personaje
de origen ruso, como para que no quepa duda de donde provienen los eternos enemigos
de los EE.UU.
El guión producto
de la imaginería de James Vanderbilt y Stan Lee, reúne todos los ingredientes culturales
más representativos de la posmodernidad. Una ciudad de New York –parodia de la capital
del mundo- sin autoridades visibles, con una policía supeditada a las órdenes
de los superhéroes y cumpliendo una ineficaz labor contra los ataques terroristas
de los villanos de turno. En esa realidad citadina desprovista de seguridad el héroe,
Spiderman, emerge como un joven de rasgos latinos, -emotivo, voluble a los
encantos femeninos, amante de la tecnología ¿prototipo del joven actual?-, que
va y viene trepando edificios de una ciudad convertida en un gigantesco
escenario electrónico virtual.
Entre piruetas
de vértigo, el superhéroe se convierte en gancho publicitario volando de un
lado a otro, entre anuncios luminosos donde destacan marcas de origen japonés.
No es casual que el propio computador Sony
Vaio, desde el cual se manejan los hilos de la trama, esté sutilmente presente
en las escenas claves. Los chinos, en cambio, ocupan un lugar más cotidiano en
esa ciudad donde el China Town es el paraíso
oriental en pleno corazón de Nueva York. Una heroína, Gwen, que recuerda la
figura de la Barby en su esmirriada delgadez, se gradúa de bachiller como la
mejor alumna de su promoción de secundaria. Gwen, sobre maquillada, recursiva
e inteligente, echa por tierra el mito de la rubia tonta, que tan deliciosamente
encarnó la Marilyn Monroe en el cine norteamericano sesentero.
A esta fanesca cinematográfica
hay que agregar otros ingredientes prolijamente incluidos en la fórmula
hollywoodense. En el uso de las nacionalidades étnicas, el argumento de la película
es prolijo en detalles reveladores. El villano central Elektro de origen negro
hace una ineludible alusión al racismo norteamericano, aun insuperado del todo.
Un maloso de origen ruso que maneja un tanque con un inusitado poder
destructivo, nos recuerda al enemigo principal de los intereses
norteamericanos. Una escena de lucha entre los héroes y sus enemigos, que transcurre en el interior de los mecanismos de un reloj Big Ben londinense, instalado en plena torre neoyorkina, alude a la obsoleta tecnología del pasado análogo europeo.
Con un excepcional despliegue de recursos audiovisuales y efectos animáticos 3D, el film muestra una historia
trivial que evoca los cuentos medievales de héroes y heroínas de innegable
corte romanticón. Pretexto y contexto de una historia en que Spiderman, como héroe
capital, encuentra un nuevo motivo para defender la ciudad de los villanos en
medio de su love story, o romance trágico
que vive con la chica bachiller en paralelo a la trama de violencia extrema producida
con elementos tecnológicos de última generación.
La crítica antihéroe
La crítica le
dio la espada a la superproducción norteamericana: Spiderman, El Poder de Electro vuelve
a confirmar que, salvo Bryan Singer y la propia Marvel, nadie sabe qué hacer
con los superhéroes creados por Stan Lee. Marc Webb nos ofrece en la secuela
del reboot una propuesta tacaña de emoción y de amor por los personajes que
traslada. Para el crítico Javier Lacomba Tamarit, la película no funciona, no emociona, no
atrapa ni interesa. Marcha a trompicones entre escenas absurdas y secundarios
desaprovechados, villanos sin sustancia ni fondo hasta un anticlimático
desenlace que ni siquiera se las apaña, aun utilizando el material que utiliza,
para emocionar al espectador. Spiderman decididamente no funciona.
Más allá de si la
película funciona en tal o cual sentido, en The
Amazing Spiderman, constatamos que la sociedad norteamericana se reinventa a
través del cine hollywoodense y se asusta de sí misma, pero no se asombra, habituada
a un clima de violencia urbana más desenfrenada, como paisaje cotidiano. La propuesta
es clara: A merced del terrorismo, estamos desprovistos de un Estado que ponga
orden. Un mundo postmoderno, tecnificado y desolador, donde solo pueden
salvarnos los superhéroes individuales. Somos ciudadanos de un mundo que observamos
impotentes, mientras que detrás de las barreras policiales nos limitamos a
aplaudir las andanzas de los héroes que, como Spiderman, tejen una fina telaraña
en la mente de los espectadores que muchas veces no deja ver otros detalles claves
de la realidad social.
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