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viernes, 11 de abril de 2014

EL MIEDO A LA LIBERTAD


Por Leonardo Parrini

El viejo maestro bizco de estrabismo divergente está sentado en una butaca de cuero. Los estudiantes escuchan una frase inquietante: El hombre nace libre, responsable y sin excusas somos libres, estamos condenados a ser libres, a elegir, y lo que hacemos depende de nosotros y sólo de nosotros.

La frase es del filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, y fue pronunciada por el historiador Néstor Meza en un taller sobre metodologías de la historia. Como buen sartreano, arrastra las palabras cuando pronuncia la frase para fijarla en la amalgama que existe entre el entendimiento y la memoria, y así hacerla perdurable. Tan imperecedera que hoy, a más de cuarenta años de haberla escuchado, la rescato para preguntarme: ¿se puede ser sartreano hoy? ¿Es el existencialismo, acaso, el pensamiento que mejor interpreta la condición humana? Puesto que, según la propia teorización sartreana, la naturaleza humana no existe, somos libre albedrío, pura contingencia, helada libertad que entumece el alma de sólo pensarla.

Esa libertad reivindicada a ultranza puede llegar a ser fruto de un acto tan radical, que niega toda forma de influencia determinista. No existen por tanto, cortapisa natural, social o teológica que coarte la libertad humana: Somos lo que elegimos ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos. No obstante, un denominador común echa sombras sobre nuestra condición: estar arrojados en el mundo, tener que trabajar, vivir en medio de los demás y ser mortales.

La reivindicación sartriana de la libertad es tan extrema, que le lleva a negar cualquier género de relatividad. No cree en el determinismo teológico, biológico o social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable, ni la Naturaleza o la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra conducta. Los fines que perseguimos no nos vienen dados por nada ni nadie, es nuestra libertad la que los elige. Pero esa elección, inclusive, no nos pertenece, por eso la angustia, el miedo de uno mismo, de las consecuencias de nuestras decisiones. Eso es tomar conciencia de la libertad en el más radical desamparo, porque nuestras decisiones son personales, inevitables e intransferibles. Ese libre albedrío nos pone frente a un extrañamiento que nos hace sentir, en forma de náusea, lo superfluo de la vida. La náusea aparece al sentir el carácter absurdo de la existencia, al captar la realidad como algo contingente. Venimos de la nada, existimos sin justificación alguna y terminaremos en la nada, afirma Sartre.

¿Son estos los signos de nuestro tiempo?

La llamada posmodernidad y su inherente crisis de credibilidad en las ciencias, en la religión y en la política, son el inequívoco signo de nuestro tiempo. Nunca antes lo subjetivo primó tanto sobre lo objetivo, no había tal prestigio de lo emocional por sobre lo racional.  Como si el sentimiento fuera un privilegio por sobre el pensamiento. En ese relativismo subjetivo navegamos aguas abajo, aparentemente, sin control. Arrojados a la existencia del mismo modo que somos arrojados a la muerte. ¿Y Dios? Si Dios no existiera, todo estaría permitido, afirma  Dostoievski, y tiene razón.

Si el hombre está solo en el mundo sin dioses, como afirma lacónicamente Abdón Ubidia, o mejor, solo con otros dioses que son el dinero o la tecnología y está desprovisto de naturaleza humana ¿Qué queda, entonces, a la condición humana como opción existencial? Si el hombre es un proyecto que se vive subjetivamente, como afirma Sartre, quiere esto decir que somos responsables de sí mismos y de todos los hombres. ¿Implica que la vida carece de sentido y sólo se puede hablar del sentido que uno mismo le da, con los valores que cada quien se inventa?

¿Es esta la esencia del humanismo? Somos humanistas en el sentido de que declaramos que no hay otro legislador que el hombre mismo, por afirmar la libertad y reivindicar en el humanismo nuestro derecho a decidir la superación de sí mismos. Reivindicar el ámbito humano como el único espacio al que el hombre pertenece, solo en el mundo, sin dioses. En eso consiste el miedo a la libertad.

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