Por Leonardo
Parrini
Hay un voto
anti-Barrera: Ese es el pensamiento de Rafael Correa expresado hoy en Quito. El
primer mandatario ecuatoriano en un intento por canalizar el descontento de la ciudadanía
frente a las opciones de candidaturas para la Alcaldía quiteña pidió: “Por
último si no logran captar ese voto y hay un voto anti-Barrera, que anulen el
voto, pero que no se lo den al enemigo, ¿sí estamos claros?”.
El Presidente
ecuatoriano, incluso, aludió a una situación de “ingobernabilidad” en caso de
imponerse la candidatura de Mauricio Rodas, candidato que representa los intereses
de la derecha ecuatoriana contraria al proyecto político de la revolución ciudadana.
No deja de ser sorprendente que, de un momento otro, el destino de un proceso político
con siete triunfos electorales a nivel nacional, con apoyo masivo, con niveles
de aceptación y credibilidad presidencial del 65%, es decir, todavía elevados,
de la noche a la mañana dependa del resultado electoral de una ciudad, por más
que se trate de la capital.
No obstante, valga
decir que esa visión del Presidente es oportuna, porque además es obvia. Su
postura de honestidad y realismo político es absolutamente plausible,
precisamente en momentos en que en el horizonte de su proyecto político asoman
nubarrones negros. En la comparecencia del sábado anterior ante la prensa, el
Presidente Correa tuvo un gesto de madurez y sensibilidad política de mayor cuantía,
al reconocer errores en el manejo de la Alcaldía quiteña, increpando al Alcalde
encargado, Jorge Albán, a que “se ofrezca disculpas” a los perjudicados por el
cobre excesivo de impuestos prediales, peajes de acceso a Quito y multas por
mal parqueo que “ni en París son tan altas”, como concluyó el Presidente Correa.
Situación que dejó al descubierto que existen problemas de gestión al interior
de la dependencia municipal.
Con anterioridad, el Primer Mandatario ecuatoriano,
consultado por su participación como supuesto responsable de la campaña política
a la reelección del cargo de Alcalde de Quito de Augusto Barrera, el Presidente
había respondido que “Bueno fuera ser el director de dicha campaña”, pero que
en este caso la responsabilidad es del asambleísta Virgilio Hernández. Sin embargo,
en honor a la justicia, aún no se mencionan a los verdaderos responsables de las
estrategias y gestión políticas aplicadas que llevaron hasta este trance al Alcalde
Augusto Barrera.
Los gestos de
realismo político y honestidad del Presidente son, sin duda, la parte loable de
este enrarecido clima que prima en las huestes de la revolución ciudadana,
sobre todo en la capital, cuya incertidumbre prevalece a pocas horas de las
elecciones del próximo domingo 23. Lo que sí se sabe es que el 80.24% de los
entrevistados en encuestas ya decidió por quien votar y solo un 18.88% aun no
lo hace, según encuesta on line de la empresa Cedatos ; a diferencia de otros
procesos electorales, en que la cifra de “indecisos” superaba el 30% en la última
semana de la campaña.
La ingobernabilidad
¿Qué quiso decir
el Presidente Correa al describir un clima de ingobernabilidad? El mandatario
afirmó: “Entonces empezaría un periodo muy serio de ingobernabilidad, no sé si
desestabilización, porque tenemos un gran apoyo popular, pero eso puede cambiar
de la noche a la mañana con una buena mentira de los medios”. Esta visión presidencial
no deja de ser premonitoria, puesto que es fácil colegir que las relaciones
entre la Alcaldía capitalina y el Gobierno central entrarían en franco
deterioro en desmedro de obras quiteñas en ejecución que convertiría a la
capital ecuatoriana en el escenario de enfrentamientos irreconciliables entre
los partidarios del proceso revolucionario ciudadano y sus detractores.
Esa
situación es absolutamente real y posible; y es, justamente, el clima que
quiere crear la derecha política ecuatoriana. Esa fórmula funcionó en otros procesos
revolucionarios: Chile 1973, y ahora en Venezuela, países en donde la oposición
reaccionaria, la derecha política desplazada del poder, crea las condiciones
legales e ilegales de desestabilización política para poner fin a los procesos
de cambio social. Al cabo de siete años de gobernanza revolucionaria en Ecuador,
por primera vez se abre una posibilidad de que aquello ocurra: un proceso de “ingobernabilidad” en la
perspectiva de transformarlo en una situación de inestabilidad política, con riesgo
del proceso de cambio social y de la propia democracia.
La revolución ciudadana debe retomar la
iniciativa política y poner en la agenda los grandes temas nacionales que han quedado
de lado: la obra pública, sin precedentes,
que debe continuar cambiando la faz al país -incluida la municipal-, la nueva era petrolera y sus recursos necesarios para el desarrollo
nacional, el cambio de matriz productiva con aprovechamiento de nuevos recursos
humanos, la profundización de la democracia, la sociedad del conocimiento que
se dijo está en marcha con participación de la juventud, entre otros temas de urgente
interés nacional. Es decir, temas que, por ejemplo, debieron formar parte del
discurso electoral como una elemental estrategia de comunicación que brilló por
su ausencia.
La historia no
transcurre por saltos bruscos, sino a través de procesos naturales de cambio
que, cuando se tiene la capacidad de avizorarlos con objetividad, son
absolutamente gobernables. Es la hora de la madurez que permita mirar con
realismo lo que sucede en el país y, en particular, en Quito. Esa madurez debe surgir
de la visión del liderazgo que hoy conduce a la nación ecuatoriana. La estatura
de un líder se la coteja contra la dimensión de las crisis. La historia enseña
cuando se quiere aprender de ella con serena madurez.
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