Por Leonardo Parrini
Cuando la realidad
de los acontecimientos sobrepasa a los hechos mediáticos, estamos en presencia
de lo que en periodismo llamamos noticia en desarrollo. Tendencia que marca el
devenir de un suceso que de predecible se vuelve impredecible, y de influyente
recibe el influjo de otros hechos que lo secundan y engrosan ante la opinión pública.
Este es el caso que acontece con el tema de la inseguridad que vive Venezuela,
agobiada hoy por un crimen que, execrable, escapó de las manos a las autoridades
para convertirse de suceso policial en agenda política.
El hecho de
sangre que acabó con la vida de la ex reina de belleza y actriz Mónica Spear y de
su pareja, el irlandés Thomas Henry Berry, e hirió a la hija de cinco años, también
acaba con la paciencia de los venezolanos que ven cómo la sociedad revolucionaria
y bolivariana en que viven, sucumbe ante una criminalidad fuera del control del
Estado, en el quinto país más violento del mundo durante la última década. Una estadística
reciente confirma que setenta personas fueron asesinadas, cada día, en el año
2013; y que las cifras de homicidios en Venezuela triplican a países azotados
por la narcoviolencia como México y Colombia, envuelta en un conflicto armado interno
desde hace varias décadas.
Luego del crimen
de la modelo, la reacción política de Maduro no se hizo esperar, y convocó a un
encuentro nacional de alcaldes y gobernadores para compartir estrategias en
contra de la galopante inseguridad. Entonces tuvo lugar el hecho inédito de un apretón
de manos entre el líder de la oposición Henrique Capriles y el Presidente
Maduro que, si bien lanzó una señal de unidad nacional frente a la delincuencia,
no alcanza para convencer a los venezolanos en los hechos de que su país pondrá
coto a corto plazo a la delincuencia. Los gestos pueden, más que las palabras,
pero en este caso el gesto de Maduro apretando la mano de Capriles no acalla el
clamor de la nación bolivariana, sumida en la indignación por el crimen de la
modelo y con temor y desesperanza ante el aparente fracaso de la política pública
en contra de la delincuencia.
Se conoce que durante
el 2013 aproximadamente 25 mil personas murieron en actos de violencia y
homicidios. Una investigación del sociólogo Roberto Briceño León, director del
Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV), citado por El Comercio de Quito,
“señaló en su informe de fin de 2013 que la cifra fue menor a la proyección que
hicieron para el año de 26.000, lo que atribuyó a efectos de la aplicación del
plan Patria Segura que Maduro ordenó desde mayo de 2013. El OVV dijo que en
2012 hubo más de 21.000 víctimas de la violencia. Las cifras siempre son
rechazadas por el gobierno, que dejó de publicar los números de homicidios hace
casi una década y la policía judicial cerró su oficina de prensa. Cuando Hugo
Chávez llegó al poder en 1999, la cifra anual de homicidios era de 4.000. Y se
calcula en 200.000 las víctimas mortales durante los 15 años de régimen chavista”.
Este clima de violencia e inseguridad ha aupado a la oposición que lidera Capriles, para convertir los hechos criminales en un discurso político, imputando al régimen de Maduro ineficacia en la lucha contra la delincuencia, al punto de sugerirle un plan contra la escalada violentista. A eso se suma la sospecha –injustificada o no- de que el régimen estaría alentando a las bandas criminales para lanzarlas como fuerza de choque en contra de la acción opositora, también gestora de violencia política.
Un hecho clarísimo
se colige de la situación venezolana hoy día: las revoluciones están obligadas
a doblegar a sus opositores con firmeza, pero sin represión fuera de la ley,
mientras que la delincuencia sí debe ser reprimida, una vez que se han superado
las causas que la generan. Este solo hecho da argumentos a la oposición para
denunciar mano dura con los opositores y mano blanda con los antisociales. En
ese juego de golpear a unos y alcahuetear a otros, según sus detractores, la situación escapa de las manos del régimen por más que
la mano del Presidente Maduro intente conciliar con su máximo contrincante Henrique
Capriles, estrategias conjuntas, en nombre de una seguridad que está lejos de
ser un hecho cierto y seguro en la tierra de Bolívar, mientras que ante las cámaras,
la noticia se come a la noticia.
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