Por Leonardo Parrini
La calle Simpson es una estrecha arteria
urbana de Santiago, donde en el número 7 desde siempre, estuvo la sede de la Sociedad
de Escritores de Chile, SECH. Fue una tarde en el otoño del 68 cuando mi padre
me llevó a un encuentro literario, como se llamaba en esa época a las reuniones
de intelectuales, pintores y músicos que se reunían con un vino de por medio a
platicar de libros, de la política, del arte de vivir y de morir, trascendiendo
más allá los extramuros de este mundo. Hasta ese lugar, una casona de muros altos
de piedra vista, llegó Julio Cortázar invitado por el entonces Presidente del
gremio los escritores chilenos, Juvencio Valle. Mi primera impresión del gran cronopio
cuando ingresó en la amplia sala de sesiones de la casona, fue deslumbrante: un
ser enjuto de un metro noventa y cinco, de barba poblada y negra, ojos pequeños
y una piel tan tersa, como la de un niño. Eterno adolescente, Cortázar, fue un caso
singular de imperecedera juventud física y espiritual. Avancé mi mano para estrechar
la suya huesuda y tibia, segura en el gesto amable del saludo al que interpuso
una sonrisa, cuando mi padre me presentó como su hijo, lector empedernido.
Han trascurrido cuarenta y seis años de
entonces y cien desde que Cortázar nació un 26 de agosto de 1914, en Bruselas,
y este año 2014, centenario del natalicio del escritor trasandino, es el año del
Cronopio. Difícil encontrar
circunstancias que no hayan sido dichas en relación con la vida y obra de Cortázar,
sin caer en el lugar común del marketing editorial. Evocar mi primer encuentro
con el escritor que había sido a través de Bestiario,
obra maestra que contiene esa joya literaria que es el cuento La Casa tomada, un relato que me marcó los sueños de juventud. O esos otros exponentes del talento creativo de Cortázar
que son los textos de Alguien Anda por ahí
o Las armas secretas. Y aquel vuelo
inolvidable que nos transportó por la Autopista
del Sur…
Si se exceptúan algunos juegos retóricos
excesivos, alguna innecesaria pirueta del ingenio, su prosa narrativa dispone
de un dinamismo creador ciertamente ejemplar, asegura Caballero Bonald acerca de
la obra de Cortázar. Una literatura forjada en el avatar de una existencia
vivida a contravía, convencido de que la vida cotidiana debía considerarse bajo
presupuestos estéticos, según sugiere Santiago Gamboa.
Desde que descubrimos los libros de Cortázar
en la biblioteca de la Academia de Humanidades donde cursamos parte de nuestra adolescencia
estudiantil, siempre sus textos nos parecieron imprescindibles para hallar el gozo en una narración envolvente,
a ultranza de las páginas abiertas a mundos concebidos con fantasía provista de
fecunda imaginación, por lo subversiva e inconforme. Prueba de ello será siempre
esa maravillosa Historias de cronopios y de famas. Este libro forma parte de una obra que hoy,
al menos en Argentina, se lee en los buses, en las escuelas, en el barrio. Son
textos que emanan de lo cotidiano de la mano de su autor y vuelven a esa atmósfera
de la mano de los lectores.
No es concebible, de igual manera, la literatura
latinoamericana sin Rayuela, su obra
magna, puesto que sencillamente, una parte nada desdeñable de la mejor
literatura escrita desde entonces en español no existiría, o al menos no
existiría como la conocemos, según propone Javier Cercas. Los textos de Cortázar,
vendedor de libros tras el escaparate de una librería de Paris, es la mejor
invitación a la no conformidad ni resignación. Allí está Rayuela, aquella pulsión absurda e inocente de un humorismo más
blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y
perplejidad, como bien sentencia Jordi García.
En el centenario de su natalicio empiezan a proliferar
los homenajes, exposiciones, encuentros, lecturas, coloquios, ferias de libros y demás tributos
que se prolongarán este año en Buenos Aires y otras capitales sudamericanas. Las
conmemoraciones incluyen la inauguración del centro cultural en Chivilcoy, en Buenos Aires, en donde Cortázar dio
clases en la Escuela Normal de Maestros. Y
como acontecimiento editorial está la biografía que sacará Alfaguara: Cortázar
de la A a la Z.
A cien años de su natalicio, en el año del
Cronopio, el mejor homenaje a su vida y obra, es leer y releer a Cortázar. Ir al
encuentro con la ronca ternura de su literatura irreverente y promisoria que
tiene la extraña virtud, como su autor, de abolir el tiempo. Una obra sin cuya atmósfera
de misterios y revelaciones, la vida no sería esas posibles entradas a mundos
concebidos más allá del umbral de la magia.
Los cronopios son presentados como criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales, en claro contraste con los famas, que son rígidos, organizados y sentenciosos; y las esperanzas: simples, indolentes, ignorantes y aburridas.
ResponderEliminar