Por Leonardo Parrini
Es inmoral escribir con la intención de moralizar, de
elevar las pautas morales de la gente. Ese texto que
nos dejó escrito Susan Sontag, con el más natural desparpajo, fue como su hoja
de ruta para vivir su tiempo vital a contrapunto. Más allá de las interpretaciones,
lo dijo explícitamente: Escribo para
definirme -un acto de auto creación- parte del proceso de llegar a ser, en un
diálogo conmigo misma, con escritores que admiro, vivos y muertos, con lectores
ideales. Los textos son objetos. Quiero que afecten a los lectores, pero de
todas las maneras posibles. Al cumplirse, el 16 de enero pasado, 81 años de su natalicio, evocamos su figura
“brillante y combativa”.
Sontag diría, a renglón seguido, que a menudo
escribir es gastarse, es apostarse. Y
en esa apuesta Sontag, militante de la igualdad entre hombres y mujeres,
simpatizante del comunismo, crítica con la política y la sociedad de su país,
gran ensayista del arte, enseñante de cómo entender los derroteros culturales
del momento, escritora respetada -como proclamaron sus críticos-, permanece siempreviva,
más allá de su muerte acaecida el 28 de diciembre de 2004, a los 72 años de
edad, en su natal Nueva York.
Se había prometido a sí misma: Me dije, voy a ser extremadamente buena -y
mereceré el amor- y procuraré la responsabilidad, la autoridad, el dominio, la
fama, el poder. Pero los porfiados hechos determinaron lo contrario. Sontag vive en contrapunto una existencia que se
convierte en búsqueda, con tono de huida, por “encontrar amor, afecto...y es en
aquellos años infantiles de desconsuelo ejerciendo de madre de su madre, cuando
descubre que la clave está en su capacidad de adquirir cultura y conocimiento”;
y, sería ese escape del abandono y carencia de cariños lo que la “impulsa a
delinear su destino”.
Un destino esculpido
de palabras, porque Sontag “vivió por la palabra, hizo
de la palabra un arma contra los engaños” de su tiempo y espacio históricos,
para interpelar y denunciar injusticias y desvaríos de los poderes fácticos.
Prueba de ello es el descarnado artículo sobre las torturas a los prisioneros iraquíes
de Abu Gharaib, publicado en mayo del 2004. Su obra es
prolífera e incluye las novelas Estuche de muerte (1967), El
amante del volcán (1996), El benefactor (1996), En América (2002). Y
los ensayos Estilos radicales (1985), Bajo el signo de Saturno
(1987), Contra la interpretación (1996), El sida y sus metáforas
(1996), Sobre la fotografía (1996) y Ante el dolor de los demás
(2003), El poder de la palabra, (2007), Al mismo tiempo (2007) y Diarios tempranos (2011).
Esta “aristócrata
de la contracultura”, -como la calificó la prensa de su país-, que siempre vio en
ella a la “antipatriota por cuestionar la política estadounidense”, había proclamado
su homosexualidad tempranamente en su adolescencia. No obstante, contrajo matrimonio
a los 17 años con su profesor, el sociólogo Philip Rieff, con quien tuvo su
único hijo David. El advenimiento del
orgasmo cambió mi vida, confesaría en relación con su vida íntima, Sontag,
para quien la belleza física es
enormemente, casi mórbidamente, importante.
Su constante alegato por el desafío de vivir una
vida en plenitud la llevaría a considerar que la vida ideal es hacer sólo cosas que sean indispensables, para alcanzar
ese estado de espíritu libre y esa condición humana plena, que Sontag encuentra
en el arte, como una manera de entrar en
contacto con la propia locura. Plenitud que nos lleva a diferir ese estado
del alma que es la vejez, a instancias del
miedo a envejecer que nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la
vida que desea.
Un diario
de vida y muerte
De manera póstuma
su hijo, David Rieff, editó y publicó La
conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, recogidos de entre un
centenar de cuadernos de apuntes que Sontag dejó escrito a manera de bitácora existencial.
No solo la autobiografía que Susan Sontag
nunca alcanzó a escribir, sino la gran novela autobiográfica que nunca le
interesó escribir, declaró Rieff en el prólogo respecto del Diario.
Al momento de su
muerte, Sontag, había interpelado a su hijo: ya sabes dónde están los diarios. Acaso en el postrer propósito de
que permanecieran ocultos o, quién sabe, diera a la luz pública. El diario de
Sontag es un prolijo anecdotario sobre su intimidad homosexual, quien compartió los últimos
años de su vida con la fotógrafa Annie Leibovitz, puesto
que es el amor el ánima de su vida. Escribiendo el
diario no solamente me expreso más abiertamente que con cualquier persona, sino
que me creo a mí misma, había confiado Sontag poco antes de morir.
Mi madre
se había visto siempre a sí misma como alguien, cuya hambre de verdad, era
absoluta, manifiesta David, acerca de las deliberadas confesiones de su madre. Sontag guardaba una sinceridad poderosa
que salió a la luz en su revelador diario de vida: los amores perfectos son los ilícitos. No en vano, su presencia
siempreviva, queda expresada en otro destello de verdad que se lee en el Diario: Mi ambición o mi consuelo, ha
sido entender la vida.
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