Por Leonardo Parrini
En Ecuador se celebró el 5 de este mes el Día del
Periodista, en conmemoración de la publicación del primer impreso periodístico que
circuló en el país en 1792, escrito por el pionero del oficio Eugenio de Santa
Cruz y Espejo. Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde esa memorable fecha,
hasta nuestros días, en este singular
propósito de narrar los acontecimientos de interés público. Fecha propicia, sin
duda, es esta para ensayar una reflexión sobre el destino del periodismo en el
Ecuador.
Como toda actividad humana el periodismo es un hecho
dinámico y, por lo mismo perfectible, aun cuando esa perfección sea una
asignatura pendiente. A simple vista la actividad enfrenta grandes desafíos de
contenido y de forma, bajo el presupuesto de que todavía es una gestión
redentora de los males de la sociedad. Bajo esa premisa al periodismo se le
exige más de lo que puede y debe dar, sumado al propio reto de sobrevivir a los
designios del poder y a la tiranía de las nuevas y vertiginosas tecnologías. Contenido y
forma son, pues, dos flancos que la actividad periodística debe perfilar en
estos tiempos de clara incertidumbre.
Reunimos los criterios reflexivos de dos fuentes
informativas, frente a lo que consideramos son los ejes de la actividad
periodística hoy en día: indagar lo que ocurre e informar, ser guardián de la
democracia real, enfrentar los cambios de paradigma profesional, sostener la
opinión ciudadana y ser un veedor
político y social frente al poder. Estas asignaturas definidas por una mirada
de consenso a la actividad del periodista, son contrastadas con el criterio de
Soledad Gallego Díaz de diario El País.
Frente al rol eminentemente informativo de la prensa,
Gallego sostiene que en el futuro se dirá que “esta fue una época
apasionante para el periodismo. Una época de auténtica conmoción, que los
periodistas tuvieron la oportunidad de presenciar en primera fila; mejor
todavía, la oportunidad de ser los protagonistas”. No obstante ese
protagonismo, Gallego vaticina que “el descrédito del periodismo viene cada vez
más unido al de la democracia”.
De cara al cambio de
paradigma profesional, la periodista de diario El País anticipa que “esta
transformación no se limita a la aparición de nuevas herramientas. Sería
demasiado simple. Es mucho más. Lleva aparejada también un profundo cambio del
modelo de la empresa periodística, que es ya una empresa de comunicación, un
cambio del modelo de negocio, y, consecuentemente, de las formas de trabajar”.
Pero lo más grave en la
actividad hoy en día está por ocurrir, si no está ocurriendo ya: la expresión
ciudadana, en las redes sociales está acabando con el periodismo: el propio
periodismo será una de las víctimas, porque las transformaciones le llevan a
ser engullido por esa cosa mucho más extensa, y muy diferente, que es la
comunicación. Lo más triste es que de puro miedo a que nos maten, los
periodistas terminemos pegándole un tiro al periodismo, sostiene Gallego. Esta afirmación hace referencia a un fenómeno en desarrollo: los medios de comunicación tradicionales dejarán de tener la audiencia garantizada mientras deseen mantener su método tradicional de funcionamiento.
Si bien es cierto que todavía se venden historias, la falta de conocimiento de los medios sobre el modo cómo el periodismo puede integrarse a las plataformas virtuales demuestra que tienen una asignatura pendiente: adaptarse o morir y saber hacer lo que hacen, narrando historias, pero en el impredecible espacio cibernético. La proliferacion de blogs es su principal desafío, en un espectro de lectores prácticamente ilimitado. Ese es otro designio de la batalla entre lo virtual y lo real. El desafio de lo digital no es sólo una mera opción tecnológica, implica saber competir con las mismas armas éticas, la misma efectividad informativa y el mismo nivel de credibilidad, tres componentes altamente volubles.
Esta realidad del
periodismo, hoy contrastada bajo la luz cenital de una verdad inminente, atenta
contra nuestro rol periodístico definido como veedor político y social frente
al poder: la capacidad de influir que tenemos los periodistas en esta vertiginosa transformación parece estar cada día, cada minuto, más en declive. Nuestro
papel en el debate es cada vez menor y ese es un dato relevante.
Existe un consenso en que
“la primera obligación de un periodista es la verdad frente a los hechos y lealtad
frente al ciudadano y en ese propósito debe ejercer el poder de la
verificación, independiente del poder”. De esta forma se intenta conjurar el
peligro de que “la comunicación asfixie al periodismo”, es decir, conformamos
con “vocear versiones”, sin indagar los hechos; y, lo que es peor, conformarnos
con la abrumadora práctica “informativa” de las redes sociales. Gallego
concluye en que “el descrédito del periodismo viene cada vez más unido del
descrédito de la democracia porque entraña los mismos peligros. Los periodistas
hemos sido, y somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos
ayudado a esa pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras
obligaciones”.
Periodismo y poder
Pero frente al desafío del
poder, el periodismo debe consolidarse como poder y para ello requiere de
recursos económicos. En esta línea de pensamiento, Joris
Luyendijk, de The Guardian, compara
el periódico con un viejo barco de vapor que, hace un centenar de años, era un
avanzado medio de transporte, pero que hoy ha sido sustituido por el avión. Uno
de los desafíos del periodista que hoy identifica Luyendijk consiste en que “el
periodismo sigue necesitando de medios fuertes, que son los que hacen tambalear
al poder por su elevada audiencia, reconociendo que “antes un periódico era dinero,
estatus y arrogancia, y la arrogancia es lo que nos ha quedado”. De ahí que él
cree que el dinero que cuesta un equipo de periodistas de investigación podría
llegar de donaciones anónimas o de ONGs. La independencia periodística cuesta
dinero, argumenta Joris Luyendijk.
Ante la necesidad de que el
periodismo “controle al poder”, desde una posición independiente, se hace
necesario para Luyendijk que esa postura tenga respaldo, puesto que “la
independencia, que no es otra cosa que tener capacidad de decidir libremente,
cuesta dinero. Los débiles son más vulnerables, necesitamos encontrar un modelo
industrial”, dice el corresponsal de The
Guardian. Al mismo tiempo constata que “desde diversos ámbitos se viene
afirmando, de un tiempo a esta parte, que el periodismo atraviesa uno de los
peores momentos desde que se constituyó como garante de las libertades
democráticas”.
En esa línea de acción
cierta prensa confundió su rol informativo con la gestión política. De ser
informadores, los medios se convierten en actores políticos, y con eso se sella
la pérdida de credibilidad. A ello se suma la iniciativa ciudadana de
transferir información y opinión, profusamente, a través del Internet. El
hombre y la mujer de la calle, el ciudadano común, perciben que “a menudo se
vulneran los principios éticos más básicos de la profesión periodística” y
decide expresar sus propias opiniones. Del mismo modo que le llegan oleadas de
frivolidad que priman sobre el rigor informativo, y las coerciones sobre la
libertad de información acometidas por los propios medios.
No es un misterio que ante
este panorama la comunicación, ese diálogo social en las redes cibernéticas,
esté convirtiendo al periodismo ciudadano “en un diálogo abierto entre
internautas muchas veces anónimos, sin carné ni formación”, pero con tal poder
de decisión sobre sus opiniones y sobre las opiniones de los medios que hacen
ver a todas luces que “la comunicación está matando al periodismo”. Es hora de
poner el dedo en la llaga y ver por dónde drena menos está herida mortal.
El artículo, por su título, parecía más prometedor, pero ha acabado diciendo lo que a todos nos preocupa, pero también lo que todos decimos, nuestros lugares comunes en la coyuntura. Qué tal Sr Parrini, ensayar a penetrar en el mundo de "el periodismo como garante de la democracia" que Ud. dice. Será cierto que la crisis del periodismo obedece a una crisis democrática? Yo lo dudo. Serán la independencia periodística proporcional al aporte económico de anónimos y de ONGs? O sea, convirtiéndose en una especie de actividad mercenaria? Porque habría que ubicar que esos fondos anónimos podrían provenir del narcotráfico, por ejemplo, o que las ONGs en Inglaterra no son las de Ecuador; acá tienen sobre todo financiamiento y directrices extranjeras. Se podría entender que el periodismo debe sólo enfrentar al poder político aliándose al económico, y en ese caso qué hacer cuando el poder mediático se toma el poder político como en la Italia de Berlusconi, que también lo era económico.
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