Por Leonardo Parrini
Dudé al poner el nombre a este
artículo. Pensé en la Memoria de la retina o en la Retina de la memoria. Más
allá de los juegos de palabras, ambas expresiones denotan lo que hace Paradocs, colectivo de fotógrafos jóvenes que se unieron para vencer “la soledad del
fotógrafo”. En cualquier caso, la gestión que hacen estos documentalistas se
convierte en gesto de la retina, precisamente, en un ejercicio de la mirada,
del color y de la forma, como apunta Coco Laso. Mirar, ver, registrar para
acudir en ayuda de la memoria, esa zona de luz al final del túnel del olvido.
La retina de la memoria nos introduce en el literal mundo de la
fotografía: ser el ojo de la evocación, porque el fotógrafo decidido a
perpetuar –esa es su misión- lo hace, a través de la retina memorial consciente, de
un lente con diafragma, a través del cual la memoria registra y
perenniza. Si invertimos la frase, -como de un negativo a
un positivo-, la memoria de la retina,
decimos, en el sentido de que el gesto fotográfico no concluye sólo en ver,
sino que va más allá, hasta perpetuar en el tiempo imágenes congeladas que
adquieren un valor testimonial.
Los afanes de Paradocs fueron, desde un comienzo, ejercitar el ojo -dice Laso- ver el mundo con la mayor
claridad posible. Y en esa tentativa, el fotógrafo vence el solitario acto de
elegir qué camino tomar con la cámara en la mano y qué fotografiar, y tratar de
hacer fotos para una realidad inmediata, porque la fotografía “se compone de un
tiempo y una geografía y eso define una forma de ver, de sentir, de comprender
la realidad, estás aquí, involucrado”, concluye Laso. Paradocs busca, en esos
sentidos, trabajar con fotos hechas aquí y ahora, registrando la realidad con lenguaje local y cotidiano y crear historias
para ser contadas y vistas en el contexto más íntimo de lo nuestro.
El lanzamiento del último
proyecto, o mejor, realidad editorial de Paradocs, es una caja con tres pequeños
grandes libros de tres fotoperiodistas: Cuando
no estás aquí de Ricardo Bohórquez; A
su imagen y semejanza de Alejo Reinoso y Sansón y Dalila de Cesar Morejón. Una trilogía bien presentada, como una caja de Pandora, con un
sorpresivo lenguaje común: una mirada intimista de lo que ocurre más allá de la
retina.
Cuando no estás aquí
Ricardo Bohórquez un día decide
fotografiar un cementerio para una exposición al cual fué invitado en Guayaquil, pero entretanto, su padre muere agobiado
por una larga enfermedad, entonces plasma las imágenes de “nuestra casa sin
él”. Hoja tras hoja del libro Cuando
no estás aquí surgen, en blanco y negro, las imágenes de la ausencia paternal.
Allá el rostro contrito de un familiar, acá el sillón terriblemente vacío bajo
una luz cortada, el closet con la ropa del difunto, un lavabo donde aún no se
escurren las gotas de agua. En definitiva: la vida detenida por corte, del
mismo modo que se interrumpió la existencia del padre. Y todo en un tono de
contrastes intensos, penetrantes, de luz sin origen definido, como debió ser de
intensa la relación con el padre perdido.
A su imagen y semejanza
Alejo Reinoso crea, sin
ambages, retratos que provienen de una realidad inmediata y que en su momento
fueron parte de una circunstancia real, como la noticia de un matutino. Pero la
intención cruza la barrera de lo fáctico para penetrar los mundos intrincados
de la sugerencia breve, irónica, “en un acto de creación que viene a ser una
manipulación que se plasma como la realidad que el fotógrafo quiere plasmar y
no necesariamente la realidad en sí”. ¿Entonces, dónde queda lo documentalista
de la fotografía, dónde la imagen y
semejanza? Reinoso responde: nosotros estamos de alguna manera
representando lo que pasa en frente nuestro, cuando hacemos algo documental,
sin ninguna pose. Como bien apunta Eduardo Varas, el acto fotográfico de
Reinoso es el disparo de un rifle, “es retener vida, sin que deje de ser vida”,
un control de lo azaroso.
Interesado en ver “la relación
que existe entre el entorno y la cotidianeidad de la gente”, Reinoso incurre en
la paradoja de crear universos surreales, con un manejo de la luz muy singular
que define zonas de atención, como una guía visual, hacia lo que focalmente
quiere mostrarnos. Con sutil ironía, sus
personajes son descubiertos y retratados en gestos cargados de sentido vital.
Un periodista con una cinta de esparadrapo en la boca, un paciente en el sillón
del dentista, una cantante entregada al micrófono o una pareja de bailarines en
traje de luces. Todos subrayan un sentido evocador, con atmósferas retro.
Sansón y Dalila
Cesar Morejón, con diez años
de trajín fotoperiodístico, está convencido de que la fotografía es una visión
del fotógrafo, “una creación a partir de una realidad, siendo sincero con las
personas para que el resultado sea
natural”. Una búsqueda previa para definir cómo desarrollar un tema, “lo que
hace más valioso el trabajo del fotógrafo que narra una historia”.
La suya, en Sansón y Dalila, es la historia de un
gimnasio del barrio La Marín en Quito que tomó el nombre de su dueño y donde se
practica el culto a la figura física. Retratos sin poses, se diría, a golpe de
obturador, sorpresivos, donde el gesto aún no termina de componerse en el
rostro fotografiado. De sórdidos ambientes, el color obsceno evoca imágenes que hablan de cuerpos que exultan un
gesto de vanidad, porque “si vas al gimnasio y tienes buen físico, la gente lo
admira a uno”. Sugestivos close up
contribuyen a exaltar el músculo en tensión, la gota de sudor resbalando por la
frente, el esfuerzo por conseguir “la belleza física”, en un libro que, en
definitiva, es un retrato familiar de un gym en decadencia y reparación, como
la vida misma.
Paradocs, es el colectivo original
de fotodocumentalistas formado por François Coco Laso, Santiago Serrano, Juan Antonio
Serrano y Paula Parrini que se ha propuesto un ejercicio de la mirada que
captura y narra historias con la visión personalísima de cada fotógrafo, a
través de una línea editorial que denominaron Taller de la Retina. Y lo
consiguen, metiendo cada fragmento de vida en una caja de pequeñas memorias
cotidianas, que constribuyen a la memoria colectiva de un instante suspendido en
el diapasón del tiempo.
CREADOR
ResponderEliminarPor: Jairo Bohórquez Guillén
En el sexto día creó Dios al
hombre
para que señoree sobre todo lo
existente.
Y viendo,
que el hombre descansaba
placido y tranquilo
tomó una de sus
costillas
quitándole sosiego,
expulsándolo
sobre la humedad de sus aguas.
Después,
ya no hubo más
manzanas, peras
duraznos, sandias
higos, ni aceitunas
tan solo sudor amargo
bajando de sus sienes.
Saboreó la tierra
labrada con sus manos
con sus pies
con su espalda
con llaga entre los labios.
Entonces,
fue paria en sus dominios.
Caminó sin brújula,
infierno ni cielo
construyendo y desconstruyendo
su propio paraíso.
Pisada por pisada
tiempo por tiempo
minuto por siglos
olvido por olvido.
Perdiendo en la memoria
de la inmensidad
su propia historia.
Sus dominios
no eran suyos
vio como las olas
borraban sus huellas
y hombres alados
volar entre las estrellas.
Al final,
Cansado, sintiéndose pequeño
bajo la tempestad de lo
inexplicable
no fue el sexto día
ni el séptimo
o el octavo
tan solo uno de tantos
para explicar lo que no entendía
en su peregrinación
decidió crear un ser superior.
Lo llamó Dios.
Pero, el hombre quiso
ponerlo en un lugar distinto
Intocable para el mundo.
Le dio una corona
lo sentó en trono de oro
rodeado de seres similares.
No lo puso en un paraíso
para ser expulsado.
No le quitó la costilla
lo hizo completo.
Ahí quedó
Ahí sigue…
VIVA LA ALQUIMIA VISUAL !!!
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=1KZfyedenaY