Por Leonardo
Parrini
“Le agradezco, señor Presidente, sus palabras. Le
agradezco sus consonancias con mi pensamiento”. Con
esta expresión de reconocimiento espontáneo -que no estaba escrita en el
discurso oficial del protocolo papal a su arribo al Ecuador-, Francisco subrayó
un hecho significativo: Rafael Correa, Presidente del Ecuador, es consonante
con el ideario del Pontífice.
Y esta consonancia
no implica que las palabras papales tengan un sentido político utilitario. Las
expresiones de Francisco no deben servir de pábulo a mezquinos intereses ideológicos,
según sugiere cierto medio digital opositor cuando publica que “si
el Papa insiste en la corrección política, su visita no servirá para nada”.
Menuda miopía intelectual y supino astigmatismo político que distorsiona la
realidad. ¿A qué vino el Papa? Pues a coincidir con las esperanzas de un continente aplastado por la inequidad y miseria endémicas. El Papa eligió
como entrada a Sudamérica, precisamente, la ruta de Ecuador, Bolivia y Paraguay,
tres países históricamente postergados en la geografía continental. Vino a
recordarnos que el mensaje de Cristo en la región no es con el poderoso, sino
junto a los humildes. Vino acercar el pensamiento social de la iglesia católica
con el ideario de pueblos latinoamericanos que buscan redimirse del pecado social
de la pobreza. Vino a subrayar la necesidad de vivir en unidad, justicia e inclusión
humana. En ese sentido, la consonancia del pensamiento del Papa con nuestro pueblo
no es casual, ni premeditada.
Un ideario de justicia
"El gran pecado social de nuestra América
es la injusticia", dijo el Presidente Rafael
Correa. El mandatario ha recordado que el pensamiento papal
reconoce que "la inequidad, la injusticia, la injusta distribución de las
riquezas y de los recursos es fuente de conflictos entre los pueblos, porque
supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de
otros, y que para poder vivir dignamente hay que luchar contra los demás. El
bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las
personas”.
En consonancia con
ese pensamiento, Francisco ha subrayado que “en el
presente, nosotros también podemos encontrar en el evangelio las claves que nos
permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando
el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros y todo este
progreso en desarrollo que se está consiguiendo se consolide y se garantice un
futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos
más frágiles y en las minorías más vulnerables que son la deuda que todavía
toda América Latina tiene. Para esto, señor presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la
colaboración de la Iglesia, para servir a este pueblo
ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad".
Motivado por la
unidad de criterios con el Pontífice, el Presidente Correa destacó que “la Iglesia latinoamericana nos ha dado
extraordinarios pastores, como Monseñor Óscar Arnulfo Romero, mártir de nuestra
América…nuestro Leonidas Proaño, el obispo de los indios, quien luchó por la
verdad, por la vida, por la libertad, por la justicia, los valores del reino de
Dios como él los llamaba. Nos dio un Hélder Cámara. Ahora esa iglesia nos la da
usted, Francisco, el primer papa latinoamericano”.
Francisco manifestó
con notoria convicción: Nuestra fe siempre
es revolucionaria, ese es nuestro constante grito. Una revolución que empieza
en la intimidad de su pensamiento arraigado a la lucha por erradicar el pecado social de la miseria. Una doctrina unitaria y creativa de
nuevas formas de armonía entre los seres humanos. Una enseñanza poderosa
resumida en una verdad innegable: La vida
es un tesoro precioso, pero solo lo descubrimos cuando lo compartimos con los
demás, concluye Francisco.
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