La fe es
indestructible e inexplicable por la vía de la razón; del mismo modo que la
razón no requiere de la fe para legitimarse a sí misma. Este principio, acaso,
permita comprender más a fondo los gestos y señales emitidas por Francisco, el
Papa sudamericano que está cambiando la forma de hacer política desde la mirada
cristiana. El cambio es un giro, no solo
de perspectiva y de ubicación, sino de sentido. De jueces supremos, hoy los
monarcas del Vaticano se proyectan como mediadores frente a los conflictos que
asolan a varias regiones del mundo. La intervención de la Iglesia católica va más allá de una opinión, una
oración o un edicto papal, para convertirse en política de Estado de
sistemática actuación internacional. La política
pública del Estado Vaticano se posiciona como la diplomacia de la conciliación.
En esa gestión el Papa Francisco ha puesto en práctica gestos de entendimiento
con sus contrarios, dialécticamente ubicados en la otra orilla. No pocos son
los Estados, instituciones y personas que han recibido una palabra, un
petitorio y un espacio de diálogo nunca antes visto -desde hace muchas décadas-
protagonizado por la Iglesia Católica con sus contrapartes, lo que convierte al
Pontífice en un interlocutor válido.
El modelo de
gestión del Vaticano ha estado impregnado por signos de realismo político,
prestancia moral y lucidez intelectual a la hora de mirar los problemas y
contradicciones casa a dentro y en el resto del mundo. A pocos meses de
iniciado su pontificado en el 2013, Jorge Mario Bergoglio puso literalmente el
dedo en la llaga al intervenir el Instituto para las Obras de Religión (IOR),
que en principio debía servir de caja para administrar el gasto corriente de la
ciudad Estado y algunos de sus organismos. Pero el IOR “se había convertido en
una entidad no solo similar a cualquier banca privada de inversiones, sino que
era utilizada por capitales de dudoso origen para borrar sus trazas en el
circuito internacional y por miembros de la curia relacionados por la justicia
italiana con escándalos de corrupción”.
En
otro tema
candente, Francisco llevó a la iglesia a posiciones inéditas en relación
con la
comunidad homosexual, así como la aceptación al sacramento de la
Eucaristía de los divorciados que ahora conviven con otra persona. La
postura eclesiástica en temas relacionados con la sexualidad, dio un
“cambio
dramático de tono". En un documento del
Sínodo de Obispos del Vaticano se dice que los homosexuales tienen “dones
y atributos para ofrecer” y se cuestiona “si el catolicismo podría aceptar a
los gays y reconocer los aspectos positivos de las parejas del mismo sexo”.
Esto implica que el discurso papal tiene una vertiente: la Iglesia no debe
contraponerse a nadie, sino abrir sus brazos a todos, sea cual sea su
sensibilidad y concepción de la sexualidad e incluir a "la
pluralidad y la diversidad".
Mediación internacional
La diplomacia mediadora internacional del Papa Francisco abarca conflictos candentes en la última
década, cuyos antecedentes se remontan a varios años atrás. Recién iniciado su
papado, Francisco reunió en el Vaticano a israelíes y palestinos para “rezar
juntos por la paz”. Lo hizo después de un viaje a Tierra Santa en el que se
conmovió ante el muro de los sufrimientos mutuos. “Construir la paz es difícil”,
dijo el Papa, “pero vivir sin ella es un tormento”. Luego, engrasando la vieja
maquinaria diplomática del Vaticano, Francisco ha demostrado acierto en su labor
mediadora entre EE.UU y Cuba, de la que se conoce una mínima parte. Esta
gestión “supone solo la faceta más amable y exitosa de un empeño diplomático
muy amplio y complicado”. Obama reconoció que la voz papal es “una voz que hay que
escuchar” y Raúl Castro dijo que si el Papa “sigue así volveré a rezar y
regreso a la Iglesia”, haciendo gala de un ateísmo, por lo demás, versátil. El
apoyo del Vaticano al proceso de normalización de las relaciones
cubano-norteamericanas constituye “un blindaje moral y político de primer
nivel”, según han dicho los observadores. Mientras que la visita papal en
septiembre a la isla, se espera sea “un apoyo radical a la distención” entre
Cuba y los EE.UU.
Un esfuerzo
importante del Papa tuvo sus frutos cuando logró que occidente no lanzara un
ataque sobre Siria, lo que le valió el respeto de los líderes rusos. Recientemente
ha ofrecido los servicios de su diplomacia para mediar en el conflicto
colombiano. En otros puntos del planeta, han sido preocupación papal los
cristianos perseguidos por el Estado Islámico o las guerras de África. En una
intervención sobre la política de Turquía, el Papa expresó que la matanza de
1,5 millones de armenios a manos turcas en 1915, “es el primer
genocidio del siglo XX”.
Diálogo con ateos
El pragmatismo
de la política papal retoma la idea de una fe separada de la ideología, como un principio básico.
Esto ha hecho posible entendimientos que
Francisco ha mostrado con líderes como José Mujica de Uruguay y Raúl Castro
de Cuba, contrarios a la doctrina católica. Dichos acercamientos se han dado en mejores términos que con los
propios católicos tradicionales, que lo critican por su apertura y por remozar
al Vaticano de “los viejos símbolos del poder papal”. La postura de Francisco
está recordando a la Iglesia que existe “otro modo religioso de ver las cosas y
la vida, y que no es indispensable la fe en Dios para sacrificarse por el
prójimo”. El diálogo con los ateos parte de un supuesto: los verdaderos ateos
no son los que niegan Dios, sino al próximo. El Papa parece privilegiar a quienes
“hacen algo por los demás”, sin preguntar si creen o no en Dios. No en vano,
Jorge Mario Bergoglio sigue más al cristianismo de los orígenes que el de las
teologías medievales; aquel que recuerda que Jesús fue un laico, un seglar, no
un miembro de la casta sacerdotal.
Francisco, el
Pontífice que prepara sus propios alimentos, pollo frito, entre otros platos
típicos de su país natal y que considera
que “no hay necesidad de amenazar con el infierno, ni seducir con el paraíso
para hacer el bien", vendrá próximamente al Ecuador. Este cura
latinoamericano que cambió la política exterior del Vaticano, que se emociona con
los triunfos de su club deportivo preferido y se toma un café cada mañana, haciendo
“gala de una vida austera y sencilla”, nos visitará. ¿A qué viene Francisco a nuestro país? Sin duda,
a ceñir vínculos con un pueblo hermano de Argentina. Viene a estrechar la mano
a un Presidente Correa que ha demostrado sumisión a la política del Vaticano. Viene,
esencialmente, a tender puentes entre un Estado “plurinacional e intercultural”
y su pueblo. Un Gobierno llamado a representar a católicos y ateos, a negros y blancos,
a indios y mestizos, sin distinción de credo, condición social o raza. El Papa Francisco
viene a consolidar su ascendiente en un territorio latinoamericano en unidad, frente
a los desafíos de vencer la pobreza, la inequidad y ganar la batalla por la inclusión
económica y la justicia social, como principios políticos, más temprano que
tarde, irrenunciables.
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