Río Napo, Amazonía ecuatorial. Foto Leonardo Parrini
Por Leonardo
Parrini
Si supiera
Antonio Skármeta que encontré su libro Los
días del Arcoíris en el lugar más inverosímil del mundo y lo compré sin
vacilaciones, porque me pareció una aparición,
igual a las que nos contaban de niños sobre espíritus que, de pronto, se interponían
en el camino de las personas. La diferencia, claro está, en que el libro de Skármeta,
-Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamerica 2011-, no apareció entre
las penumbras de una vieja casona, sino bajo el sol más abrazador que uno pueda
imaginar, a cuarenta grados de calor en la ciudad del Coca, a orillas del rio Napo,
esa arteria fluvial que cruza la Amazonía ecuatoriana como espina dorsal. Seguro,
no lo va a creer si se entera Antonio, que el ejemplar de su texto estaba camuflado
entre una rumba de libros en el quiosco de una feria artesanal navideña instalada
al orillas del rio más largo del Ecuador. Yo no supe al principio si el hallazgo
era una visión psicodélica, producto de la insolación, o es que en verdad el
autor chileno del célebre Cartero de
Neruda, había logrado trascender las montañas transandinas, los lagos del
altiplano, el desierto cusqueño y adentrándose en la selva tropical ecuatorial,
había venido a dar con su libro al corazón del Yasuní. El ejemplar viene antecedido
de una elocuente presentación del editor: Una
novela de padres e hijos, maestros y discípulos que se las ingenian para
devolver los colores y la música a una capital gris: Santiago bajo la dictadura
militar de Pinochet.
Cuando tuve el
ejemplar en mis manos recobré el contacto con la realidad. Con la cruda realidad
de un país largo como una noche de invierno, al que habían desangrado los militares
en los años setenta: Chile y su loca geografía y demencial historia del golpe
de Estado que terminó con la vida del Presidente Allende y de miles de chilenos
en la primavera del 73. El protagonista
de la historia es Nico, un joven que ve cómo los militares se llevan una mañana
a su padre, el profesor Santos, detenido en frente de sus alumnos y a partir de
entonces comprende que su única misión es recuperar a su progenitor de las
garras de los torturadores en un país cercado por la dictadura y el silencio.
La trama esta signada por un hecho significativo en la lucha contra el fascismo
pinochetista: la necesidad de crear las condiciones para que en un plebiscito
el pueblo chileno diga NO a los dictadores militares y los obligue a abandonar
el poder.
A pocos días de
un atentado fallido contra Pinochet, del que salió ileso luego de que las balas
impactaran contra los vidrios blindados de su vehículo, se inicia una cruenta represión
organizada por las fuerzas armadas que salieron a las calles, como en un
comienzo, a matar gente en represalia. Eran los días de arcoíris, ese símbolo que
anuncia que tras la tormenta sale el sol. Eran los días en que Los Prisioneros
daban conciertos o tocatas, en sitios improvisados con letras “más puntudas“,
subversivas, que la propia realidad nacional, porque eso tiene de rico el rock,
parece que las canciones están más vivas que las personas: Sangre latina necesita el planeta, roja, furiosa y adolescente. Adiós,
barreras, adiós setenta. Ya viene la fuerza, la voz de los ochenta,
coreaban los muchachos y muchachas en las
tocatas que terminaban con la violenta irrupción de los carabineros dando
lumazos, a diestra y siniestra, a los asistentes. Los encuentros culturales,
happening y conciertos, obras de teatro popular, convertidos en actos políticos
fueron la tónica de un tiempo de silencio y miedo que trasunta las páginas del libro
de Skármeta, como una gélida ráfaga de viento fundida a la cálida prosa de su
autor, salpicada de fino humor chileno.
Tiempos de
resistencia en el país de la estrella solitaria; y además, manchada de sangre,
donde era dable denunciar, mas no provocar. La nación de la reticencia y las
palabras extraviadas de su sentido original, donde decir detenido-desaparecido era un tabú prohibido de pronunciar que se podía
pagar con sangre. En ese Chile del silencio se va gestando la campaña por el NO
que se impuso victorioso en el plebiscito de octubre del 88, un monosílabo que encerró
el significado de todas las palabras de una nación que clamaba democracia en
los días del arcoíris, bajo la represión más violenta del continente sudaca en
la década de las dictaduras setenteras. “En
ese país en el que la gente sentía que los seres ficticios y banales de las teleseries
eran más reales que ellos mismos. Ellos tenían sólo silencios. No tenían autorización
para vivir, sólo para ser testigos de vidas irreales”
¿Qué tiene de significativa
esta historia al cabo de cuarenta años de haber sucedido? La pregunta es
pertinente y la respuesta es sencilla: se trata de una bella historia real de ilusión
y esperanza en tiempos difíciles. Esos tiempos que las nuevas generaciones no conocieron
en carne viva, ni se los han contado en su real tragedia y magnitud.
Atrás quedaron los
días del arcoíris. Allá en Santiago hoy hace un día de sol. De un sol seco,
diferente al sol de aguas de la selva amazónica. En Chile es tiempo de renovadas
esperanzas: comienza el verano y los resultados de las elecciones presidenciales
dieron ganadora a Michelle Bachelet. Dos hechos que provocan similar entusiasmo
en los chilenos. Aquí en la selva ecuatorial, a orillas del Napo, un deslizador
acaba de entrar al embarcadero; a lo lejos, una estela de agua espumosa provoca
una ola que acaricia las riveras del rio. Los botes se mecen, parsimoniosos, en
el embarcadero, mientras hojeo las páginas de un libro que cruzó los Andes con un
símbolo por título: Los días del arcoíris,
esa franja multicolor que se pinta en el cielo por puros espejismos que
estallan con la luz fosforescente del Yasuni.
No hay comentarios:
Publicar un comentario