Por Leonardo
Parrini
Algo debe cambiar para que todo siga igual. ¿Es esta sentencia de Chevalley di Monterzuolo enunciada en el clásico
libro El Gatopardo de Giuseppe
Tomasi, lo que define la situación que se vive hoy en el Ecuador? El gatopardismo reformista en la política
del país sudamericano que maquilla la realidad de injusticia bajo la apariencia
de una revolución ciudadana que deja intacto el trasfondo de una nación
profundamente inequitativa. Tanto la derecha política como la izquierda
tradicional ecuatorianas, han coincidido en que el reformismo cosmético del régimen
de Rafael Correa, mantiene un país intocado en la profundidad de su
organización social.
El Primer
mandatario ecuatoriano en una declaración de prensa emitida con motivo de la
celebración del octavo aniversario de su llegada al poder, ha manifestado que “Ecuador, ya cambió”. En su discurso
conmemorativo Correa expresó: “Hemos
sentado bases firmes, cimientos sólidos transcurridos estos ocho años del
Gobierno del pueblo, que nos permite decir con orgullo que Ecuador ya cambió,
hemos vuelto a tener patria”. Inventariados los cambios proclamados por el
Presidente Correa, las transformaciones que se advierten en la nación andina
son en el orden de la “recuperación del petróleo, la efectiva recaudación de
impuestos a los evasores y la inversión pública, que es la más alta de América
Latina…Recuperamos todos los recursos que podíamos recuperar y los asignamos a
sus mejores usos…Somos la economía latinoamericana de menor desempleo, la que
más desigualdad reduce, la que más crece, en la que más decrece la pobreza”,
enfatizó el mandatario. En el inventario oficial se mencionan “logros en todos los sectores,
como desarrollo social, infraestructura, seguridad, energía, uso del agua,
calidad del Estado, turismo, cuidado ambiental, sistema de justicia, seguridad
social, equidad de género y política internacional”. Miles de obras que están
por doquier en la patria entera. Carreteras de primera, un Ministerio de
Educación que cuenta con los mayores recursos, nos permiten dejar atrás “un
país desazonado”. Vamos a convertir a Ecuador en un país de revolución y
conocimiento, anhelos de la patria justa, equitativa, esperanzada, concluyó el
Presidente ecuatoriano.
La reacción
opositora no se hizo esperar. En entrevista del periodista Diego Oquendo el
“psicólogo social” Jaime Costales Peñaherrera, ensaya un “examen clínico de los eventos históricos de la sociedad ecuatoriana”,
y ha reconocido que hay cambios “en infraestructura salud, vialidad,
educación”, pero que no obstante “son cambios superficiales y que lo que hay es
un proceso vertiginoso de desgaste de la democracia y perdida de las
libertades”, en manos de un “Gobierno populista”. El diagnóstico hecho por el
entrevistado que afirma que en Ecuador “el milagro fue producido por miles de
dólares, pero hay cosas fallidas y fundamentalmente pérdida de libertades”,
encaja en las críticas formuladas por la
derecha opositora que, a falta de mejores propuestas, esgrime un detrimento de
valores democráticos y libertarios, sin fundamentos aparentes en la nación
sudamericana. “Permitir que se perpetúe un gobierno autoritario, populista,
caudillista, sería una tragedia social y política. Necesitamos un recambio para
el 2017 para tener una presidencia serena, estable, prudente de cambios
profundos no de maquillaje”, concluye Costales.
Coincidentemente,
diario El Comercio de Quito en un compendio de los cambios registrados en los siete años
de gobierno de Rafael Correa destaca: “El aumento de ministerios, el incremento
de medios bajo control estatal o el cambio de correlación de fuerzas en la
Legislatura”. Cambios en el escenario económico en razón de que “el Presupuesto
General del Estado haya crecido casi cuatro veces más bajo la actual
administración”, por el aumento del precio del petróleo. A la vuelta de 7 años,
el Estado se ha convertido en un protagonista mediático. Bajo su tutela hay al
menos 19 medios, entre estatales, públicos e incautados, señala el diario
capitalino. La nueva orientación desde la Vicepresidencia, Lenin Moreno fue el
rostro visible de la gestión social del Gobierno. Su trabajo en favor de las
personas con capacidades especiales, así como su talante más conciliador con
las voces críticas, marcó una suerte de equilibrio con el estilo más frontal y confrontativo
de Rafael Correa durante seis años y cuatro meses.
El sentido de los cambios
No hace falta
escudriñar muy a fondo en la realidad nacional para constatar que
el país ecuatoriano se encuentra en un proceso de cambio en las bases de su
sistema político, social. Sin soslayar los logros infraestructurales, el real
sentido del cambio en Ecuador se refiere a una trasformación en algunos
aspectos claves del alma nacional.
El cambio
esencial que vive el Ecuador hoy es de haber sido un “país ingobernable” como
declamaban los sectores políticos que tradicionalmente habían venido regentado
los gobiernos anteriores, para convertirse en una nación de viable gobernanza.
Y el término hace alusión a un hecho que permite “designar la eficacia, calidad
y buena orientación de la intervención del Estado que proporciona a éste buena
parte de su legitimidad en una nueva forma de gobernar”. Una forma de
gobernanza, cuyo modelo de gestión implica acciones para gobernar, dirigir,
ordenar, disponer u organizar el país en función, ya no de grupos económicos,
sino considerando los intereses nacionales y los derechos colectivos e
individuales de sus ciudadanos.
¿Que tuvo que
suceder en Ecuador para llegar a este estatus quo?
El primer gesto
del nuevo Ecuador se evidenció en la sinceración de la política en la nueva
visión del proyecto político de actual régimen, que dio a cada componente
nacional su lugar y su significado real al superar la demagogia, la represión
estatal y el populismo clientelar de los anteriores gobiernos. Esto se tradujo en una profundización de la democracia
y participación ciudadana que abrió las puertas a la reivindicación de los
derechos colectivos e individuales históricamente postergados. Derechos ahora
garantizados en la Constitución del 2008 que define al Ecuador como Estado
plurinacional, intercultural y laico. Esta definición implicó un cambio radical
en el rol del Estado, en tanto administrador de la cosa pública. El nuevo protagonismo del Estado que le devolvió
la soberanía sobre la administración del país y de sus recursos estrategicos, refleja
lo que Jorge Enrique Adoum alguna vez reclamó como la vocación de futuro que el
Ecuador no tenía. De esta manera se supera el complejo de inferioridad
histórica del país del no se puede, de la ineficiencia pública y de la corrupción privada. Una nación que exhibía el cuarto
lugar en America Latina como el país más corrupto de la región y que vio huir
al exilio a ex presidentes, vice presidentes y burócratas condenados por peculado,
robo, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias. El Ecuador, en ese
contexto, vivió la peor inestabilidad política de su historia en menos de 10 años
entre la década de los ochenta y noventa. Inestabilidad que era fruto de la corrupción
política y económica de una nación descompuesta en sus bases éticas, con una
bancocracia deshonesta de banqueros prófugos de la justicia que propinaron el peor atraco a millones de ciudadanos en el feriado bancario que cogeló sus fondos y que llevó a la quiebra a casi todo el sistema financiero ecuatoriano.
El país de la partidocracia ineficiente, manejada por grupos de poder que
vinculaban sus empresas a los medios de comunicación y a campañas electorales para
perpetuarse en el poder gracias a millonarias inversiones en márketing
político.
Ese y no otro es
el Ecuador que añora una oposición sin ideas innovadoras, sin sentido de país,
que se maneja con viejos clises de frases desprovistas de sentido -como
defender democracias y libertades supuestamente perdidas. Un discurso estereotipado
que camufla sus verdaderos intereses en boca de ventrílocuos de la vieja
política neoliberal fracasada en todo el continente latinoamericano. Allí en el
imaginario de la retrograda partidocracia no hay sentido de gobernanza, ni visión
de país. Su rol electoral demagógico y regionalista no les permite participar
constructivamente en las elecciones, y
acaso ya no pueden hacer de las suyas en empresas electorales, de allí su
desesperación política y su desesperanza histórica.
El Ecuador de los
cambios avanza, pero lo hace en las aguas agitadas de una realidad aun
perfectible. Las transformaciones en la esencia del alma nacional deben ser consolidadas
en una revolución cultural que refleje el cambio de pensamiento, palabra y de acción
del nuevo Ecuador. El primer deber de todo revolucionario es hacer la revolución, sin
aferrarse a concepciones inamovibles de fundamentalismos
religiosos o morales y así transformar la forma de ser de un país. Y
aquello empieza a hacerse realidad desde la cultura que es memoria. No hay que temer a romper los esquemas que nos
encadenen al viejo país del gatopardismo en el cual sólo había que cambiar “algo para que siga todo igual”. Cambia Ecuador, todo cambia.
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