Por Leonardo
Parrini
La historia se
repite una vez como y tragedia, otra como farsa. Esta sentencia histórica del
marxismo clásico parece cobrar fuerza en Venezuela. ¿Qué historia es la que se
repite en Venezuela? Sin duda la de Chile de los años setenta, cuando un golpe
de Estado militar orquestado por las fuerzas conservadoras contrarias al
régimen socialista de Salvador Allende, con patrocinio y financiamiento del
gobierno norteamericano y sus organismos del Pentágono, pusieron fin al proceso
de transformaciones sociales que vivía el país de la estrella solitaria. Que
Nicolás Maduro no es Allende, ni Obama es Nixon, está claro. Sin embargo el
símil de la situación venezolana con la crisis chilena que precedió al golpe militar
chileno de 11 de septiembre de 1973, permite auscultar elementos comunes
puestos en marcha en un proceso de desestabilización con carácter golpista en
la tierra de Bolívar.
La intervención
internacional en Chile en apoyo al golpe de Estado de 1973 que terminó con la
vida de Salvador Allende y con el proceso revolucionario de ese país, se
enmarca en un contexto en que EE.UU consideraba como prioritario de su
geopolítica impedir el avance del socialismo y del marxismo en América Latina.
El apoyo norteamericano a la contrarrevolución chilena consistió en aporte
económico a medios de comunicación, partidos políticos y organizaciones
opositoras, con el propósito de crear las condiciones para un golpe militar
amparado en el creciente descontento de la población contra el régimen. En esa
línea de acción se propiciaron y financiaron paros de sectores estrategicos
como el transporte, empresas productoras de productos estratégicos, acaparamiento
de víveres para provocar desabastecimiento, y de este modo generar el descontento
ciudadano. Creación de organizaciones armadas de ultra derecha, como el grupo facista Patria y Libertad. Organización de asonadas de
violencia callejera por parte de estos
grupos, con utilización de estudiantes secundarios y universitarios. Asesinato
de personajes públicos, civiles y militares de alto rango para provocar la
reacción de las FF.AA contra el Gobierno. Y finalmente, la ejecución del
golpe de Estado, con la puesta en marcha de un plan de acción que incluyó
reuniones secretas entre militares, sectores de oposición y agentes de la CIA
norteamericana, acción que prosiguió con los ataques aéreos y terrestres a la
sede de gobierno y posterior represión violenta durante 17 años de dictadura a
los opositores al régimen de Augusto Pinochet.
Venezuela de Maduro
Venezuela en el
2015 enfrenta una crisis provocada por la oposición política que impulsa un proceso de desestabilización en ascenso, caracterizado en los actuales
momentos por un clima de violencia generalizada y una marcada polarización de
la lucha política. En todo proceso de contrarrevolución la violencia es un
detonante que desencadena una escalada que no se detiene hasta conseguir los
objetivos desestabilizadores. A la muerte de Hugo Chávez la oposición
venezolana identificó los puntos débiles de un Nicolás Maduro -que aún no estaba
maduro para gobernar- y, que con el paso del tiempo, no ha mostrado un
liderazgo político capaz de consolidar el proceso revolucionario iniciado por
su antecesor. De hecho, Maduro ha sido duramente criticado por el opositor
Henrique Capriles como “corrupto” y por expedir una ley habilitante para
gobernar al margen de la Asamblea Nacional con la que hizo posible el control
de precios y uso de divisas. Con esa medida Maduro enfrentó lo que llamó “la
guerra económica”, desatada por los sectores productivos que provocó el alza de
precios y el desabastecimiento de productos básicos. El país bolivariano
enfrenta una crisis con un 56% de inflación y escases del 28% de productos y
alimentos básicos, según cifras de enero. El papel higiénico, la leche, el
aceite y el café destacan entre los productos faltantes, en tanto el gobierno
atribuye la escasez a un boicot de la oposición, pero los empresarios la
consideraron “una consecuencia de políticas como el control de precios, de
cambios y otras que espantan a los inversionistas”. Los comerciantes
especulan estableciendo precios hasta 200 por ciento por encima del costo
real a determinados productos de la canasta básica. Un informe sobre Venezuela señala
que “el sector privado representa alrededor de 70 por ciento de la producción
venezolana, es decir, una mayoría considerable que tiene parte en la
estabilidad o inestabilidad económica de la nación. El conglomerado del sector
privado, liderado por Fedecámaras y Consecomercio, ha sido históricamente
contrarios al modelo socialista venezolano. Ambos organismos fueron parte del
fracasado golpe de Estado de 2002 contra Hugo Chávez. De hecho, el entonces
presidente de Fedecámaras, Pedro Carmona Estanga, fue quien “tomó posesión” de
la presidencia de Venezuela de forma arbitraria”. Lo cierto es que en 2014
fueron incautadas más de 28 mil toneladas de alimentos que estaban destinados
al contrabando. Esta semana fue intervenida temporalmente la empresa
distribuidora Herrera C.A. que acaparó en el estado de Zulia más de mil
toneladas de alimentos y productos básicos.
Hace pocos días fue intervenida la sede de esa empresa en el estado de Anzoátegui
donde escondían rubros de necesidad básica por más de 45 días.
Un golpe en
marcha
Uno de los hitos
que marcó el inicio del actual clima de desestabilización fue el asesinato de
la artista Mónica Spear, que puso la violencia en Venezuela en las portadas de
medios internacionales. Las actuales sonadas de violencia callejera comenzaron
en el estado Táchira, en el oeste del país. José Gregorio Vielma Mora, representante del Gobierno denunció
el 6 de febrero que un grupo de estudiantes “asediaron su residencia con
bombas, piedras y balas que generaron daños en la sede oficial, situación que
causó la detención de un grupo de jóvenes de entre 16 y 20 años de edad”. En
los siguientes días las protestas violentas continuaron con un saldo de tres
muertos y decenas de detenidos y heridos. El
ministro del Interior, Miguel Rodríguez, acusó directamente a políticos de
oposición y a activistas de estar detrás de un plan que se gesta desde hace
"bastante tiempo para conducir al país a una salida irracional,
inconstitucional y violenta". La connotada periodista Eva Golinger, en una inquietante declaración sostiene: Hay un golpe de Estado en marcha en Venezuela. Las piezas están cayendo
en su lugar como una mala película de la CIA. A cada paso un nuevo
traidor se revela, una traición nace, llena de promesas para entregar la
papa caliente que justifique lo injustificable. Las infiltraciones
aumentan, los rumores circulan como reguero de pólvora, y la mentalidad
de pánico amenaza con superar la lógica. Titulares en los medios gritan
peligro, crisis y derrota inminente, mientras que los sospechosos de
siempre declaran la guerra encubierta contra un pueblo cuyo único delito
es ser guardián de la mayor mina de oro negro en el mundo.
Nicolás Maduro
en una reacción de molestia dijo: “Yanquis del carajo, a Venezuela se respeta”
y emplazó a Barack Obama a que rectifique y ordene el caos de su acción política
hacia ese país y que cese "la conspiradera y golpes de Estado".
El alcalde de Caracas, el opositor Antonio Ledesma fue detenido por orden de la fiscalía por
promover un presunto golpe de Estado en Venezuela. Miles de venezolanos se
volcaron a las calles nuevamente para exigir su liberación.
Como prueba del eventual golpe de Estado, Maduro citó un documento
firmado por Ledezma, el dirigente opositor Leopoldo López, encarcelado desde
hace un año, y María Corina Machado, destituida de su escaño de diputada en
2014, denominado "Acuerdo nacional para la transición", difundido por
la prensa local el pasado 11 de febrero y que plantea una serie de propuestas
políticas y económicas. Los últimos hechos de violencia cobraron la vida del estudiante de 14
años Kluiverth Roa a manos de la policía, en un confuso incidente callejero que incrementó el clima de enfrentamiento.
Lo sorprendente es
el “clamoroso” silencio internacional sobre la situación de Venezuela. Las
reacciones de los países de la región son disimiles. Colombia, México, Brasil y
España ensayaron una tibia condena. La CELAC manifestó “su preocupación y solidaridad”
con Venezuela. Bolivia, Cuba y Argentina toman partido por la teoría
conspiratoria auspiciada por EEUU. Unasur, a través de su presidente José Mujica,
se pronunció en una ambigua denuncia: "hay el peligro de un golpe de Estado izquierdista
en Venezuela, con lo que la defensa democrática se va al carajo”, dijo Mujica como
Presidente de Uruguay.
El proceso venezolano evidencia una situación
innegable: A América Latina le falta aún carne y hueso para defender principios
de fondo y a los procesos de cambio con gobiernos que deciden
separarse de la geopolítica norteamericana. Frente a la coyuntura en Venezuela
no caben el silencio ni las posturas abstractas de solidaridad y preocupación,
sin identificar a los responsables de la crisis. Una oposición aupada por intereses
foráneos e internos frente a un gobierno que difícilmente mantiene control
sobre la situación política local. Ojala los acontecimientos cambien el curso
de una historia que de repetirse en Venezuela, será como tragedia.
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