Fotografía Dani Game
Por Dani Game
“Siempre París para soñar, siempre París para morir, siempre París para rodar, sin ser Manón, sin ser Mimí.” (1)
En el Parque de Belleville despedimos al 2014 y parecía que la ciudad también se despedía de nosotros. Desde ahí vimos al sol caer del otro lado, era de un naranja inmenso y llegaba hasta nuestros ojos atravesándolo todo. La Torre Eiffel parecía un prisma que delineaba con sus reflejos los techos parisinos. Los diafragmas de las pocas cámaras presentes en el parque tenían que cerrarse al igual que nuestros ojos ante tanta luz. Los párpados subversivos se abrían con cuidado para contemplar la belleza de la ciudad. Esa tarde parecía una señal de despedida, el abrazo apretado de un tiempo envejecido que dice que un tiempo nuevo y mejor llegará.
De regreso a casa se escuchaba hablar de la réveillon; palabra francesa que se refiere a la cena de Año Nuevo (y Navidad). Es la comida que celebra la media noche, el cambio de un día a otro. Antes de conocer este dato preciso, mi francés arbitrario había asumido una conexión etimológica con la palabra réveil, que significa despertar. Resulta más novelesco pensar que los franceses consideran al año que se va como un sueño y al nuevo año como un despertar que debe ser celebrado. Llegó el 2015 y devino con sus primeros días pintados de pereza, tejidos adiposos expandidos y ganas aún intactas de empezar otra vida.
Por Dani Game
“Siempre París para soñar, siempre París para morir, siempre París para rodar, sin ser Manón, sin ser Mimí.” (1)
En el Parque de Belleville despedimos al 2014 y parecía que la ciudad también se despedía de nosotros. Desde ahí vimos al sol caer del otro lado, era de un naranja inmenso y llegaba hasta nuestros ojos atravesándolo todo. La Torre Eiffel parecía un prisma que delineaba con sus reflejos los techos parisinos. Los diafragmas de las pocas cámaras presentes en el parque tenían que cerrarse al igual que nuestros ojos ante tanta luz. Los párpados subversivos se abrían con cuidado para contemplar la belleza de la ciudad. Esa tarde parecía una señal de despedida, el abrazo apretado de un tiempo envejecido que dice que un tiempo nuevo y mejor llegará.
De regreso a casa se escuchaba hablar de la réveillon; palabra francesa que se refiere a la cena de Año Nuevo (y Navidad). Es la comida que celebra la media noche, el cambio de un día a otro. Antes de conocer este dato preciso, mi francés arbitrario había asumido una conexión etimológica con la palabra réveil, que significa despertar. Resulta más novelesco pensar que los franceses consideran al año que se va como un sueño y al nuevo año como un despertar que debe ser celebrado. Llegó el 2015 y devino con sus primeros días pintados de pereza, tejidos adiposos expandidos y ganas aún intactas de empezar otra vida.
Repasé varias veces las fotos de esa última tarde en el Parque de
Belleville; los besos que se dieron con la ciudad a punto de oscurecer, el
silencio y la contemplación, partes de un buen presagio que pareció expirar el martes,
7 de enero. Tal vez nos habíamos quedado dormidos en el naranja del sol, y en esta
primera semana, después de veinte muertos, hemos tenido que despertar.
No es fácil levantarse en París y reconocer que aquí también habita el
odio. No es fácil porque esta ciudad suena a todos los idiomas, viste de todas
las formas, escribe periódicos de todas las líneas políticas y las calles huelen
a crepes, kebab y comida china. No es fácil porque en los muros de cientos de
edificios hay tres palabras talladas para siempre: Liberté, égalité, fraternité; están ahí para ser leídas por todos,
para no olvidar que deben ser usadas más allá del Estado y de cualquier Fuerza
del Orden. No es fácil despertar así de un sueño.
Estas muertes muestran lo que nuestras postales de París esconden; aquí
también existe la exclusión, la censura, la condena, el fanatismo y los
discursos hechos de enemigos; y hay más dudas que respuestas, más inocentes
muertos y otros tantos señalados con el dedo como culpables.
En esta situación tan “poco parisina” nos levantamos, reconociendo con
tristeza que las balas siempre suenan más fuerte en el barrio de al lado, pero duelen
menos cuando estallan en lugares lejanos. Pero ya estamos despiertos, y si nuestros
párpados siguen siendo subversivos seguiremos buscando la belleza antes de
conciliar de nuevo el sueño, volveremos
a ver a París, soleado o vestido de gris, volveremos a reconocer esas tres
palabras en sus muros, a leer sus periódicos, a encontrar sus eternas
discusiones radiales y a marchar de République a Bastille. Volveremos a
escuchar los sonidos de otras lenguas y todos los nombres del mundo, volveremos
a vestirnos y a desnudarnos, volveremos siempre
a París.
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