Por Leonardo Parrini
"Me
debo al proyecto político del movimiento indígena. En mi periodo me sacaré los
zapatos de la oficina y caminaré con botas recorriendo las bases". Con estas palabras delineó
Jorge Herrera su estilo de liderazgo como nuevo Presidente de la Confederación
de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), para el periodo 2014-2017. El
candidato cotopaxense de la ECUARUNARI electo, aludió en su frase a una de las
costumbres ancestrales de los indígenas ecuatorianos: caminar. Hacer camino en
la selva y en el páramo, en la riada y en la tórrida geografía costera, como asignatura
ancestral, vocación transmitida de
generación en generación a través del tiempo.
Aludir al proyecto político del movimiento
indígena es insinuar que existe una perspectiva
de acción étnica en el Ecuador ¿Cual es ésta? No puede ser otra que
consolidar la identidad de un grupo humano que debe alternar y convivir
armónicamente con el resto de país mestizo. Un gran desafío, desde todo punto
de vista, puesto que en teoría el Estado ecuatoriano se declara plurinacional e
intercultural abriendo el espacio a la inclusión de los indígenas, pero en la
práctica dista mucho de verificarse consuetudinariamente esa convivencia por
gestos de mutua incomprensión de quienes formamos parte de la diversidad del
país.
El proyecto político
de la CONAIE ha buscado acortar las brechas, disminuir los espacios excluyentes
y en ese propósito llevar adelante “la construcción del Estado Plurinacional y
la Sociedad Intercultural, logrando la aplicación y el ejercicio de los
marcos jurídicos que garanticen los derechos colectivos impulsando estrategias
del buen vivir comunitariamente, defendiendo la soberanía, los territorios, la
biodiversidad, los DD.HH y la paz, deteniendo las privatizaciones con
propuestas alternativas al colonialismo, neoliberalismo y a la agresiva
globalización”.
Ese proyecto político
alternativo que se sustenta en la convivencia comunitaria rescata los principios
de “reciprocidad, solidaridad, equidad y complementariedad, en armonía con la
Madre Naturaleza, basada en la participación y el consenso, en el
fortalecimiento de las autonomías para descolonizar la democracia, desmontar el
neoliberalismo, redefinir y reconstruir el país a través de la construcción del
Estado Plurinacional”. En esa perspectiva, cuando se alude al proyecto político
de la Conaie debemos entender que se trata de generar procesos que permitan la
construcción del Estado Plurinacional mediante la unidad interna, la
integración de los procesos de lucha y resistencia de los pueblos en el ámbito
internacional en contra de la globalización neoliberal y consolidar la unidad
en la diversidad cultural y el proceso organizativo de las Nacionalidades y
Pueblos.
La promesa del nuevo presidente de la CONAIE de “caminar
con las bases”, a no dudarlo, se convierte en metáfora de cómo el movimiento
indígena del Ecuador ha hecho camino al andar. Una andadura no exenta de
dificultades, venciendo cinco siglos de soledad, postergaciones históricas,
discriminación económica, exclusión política e injusticia social. En sus
inicios, en 1927 el sindicato de “El Inca” en Pesillo,
en Cayambe, provincia de Pichincha, organizados por los huasipungueros,
arrimados y yanaperos, marcó el derrotero en la lucha “por terminar con los
extremados abusos de los latifundios contra los indígenas”.
Desde 1934 la
movilización de la Conferencia de cabecillas Indígenas buscó caminos para
construir una organización a nivel regional y nacional. Es así que en
agosto de 1944, se constituye la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), con el
asesoramiento del partido Comunista y de la Confederación Ecuatoriana de
Obreros (CTE). Seria en 1972 que en la comuna de Tepeyac, provincia de Chimborazo
se resuelve conformar un movimiento indígena denominado ECUARUNARI, Ecuador Runacunapac Riccharimui, que
posteriormente aglutina en su seno a todas las organizaciones de la región
sierra; el objetivo principal de esta lucha fue por la legalización de tierras, educación, libertad
de organización, participar en toma de decisiones políticas. En el contexto histórico
de un Estado excluyente y un gobierno represivo, en 1986 nace la Confederación
de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, que aglutina a organizaciones
indígenas regionales representativas de los pueblos y nacionalidades del
Ecuador, como ECUARUNARI (Confederación de los pueblos de la nacionalidad
Quichua) y la CONFENAIE (Confederación de los pueblos y nacionalidades de la
Amazonía), entre otras.
En los años 90 la
CONAIE organiza el primer levantamiento indígena de la era contemporánea e
incorpora al escenario nacional a un actor social nuevo: los indios y sus
organizaciones. Son días de convulsión social en que la sociedad civil no sabe cómo
asumir la movilización indígena. La respuesta es la condena abierta a la propuesta
indígena de ser reconocidos como nacionalidades en un país de diversa plurinacionalidad
e interculturalidad. La movilización indígena es reprimida con violencia por considerársela
una amenaza a la integridad del Estado Nación Ecuatoriano. En la Constitución
del año 2008 por primera vez se proclama el carácter del Estado unitario, plurinacional
e intercultural, y son reconocidos los derechos colectivos ancestrales, respetados
junto a los derechos de la naturaleza.
Al cabo de estos
años, la historia ha cambiado y hoy, en el año 2014, el movimiento indígena se
ve abocado a delinear estrategias de mayor participación en la política
nacional. La tarea pendiente es debatir "el plan de vida del movimiento
indígena", según el presidente de la Federación Kichwa del Ecuador
(Ecuarunari), Carlos Pérez Guartambel, y se traduce en lo que la presidenta de
la nacionalidad Andoa, Alexandra Proaño, denomina "unidad". Hoy la
asignatura pendiente es profundizar el diálogo con el Estado nacional en temas trascendentales
como transporte comunitario, economía solidaria incorporaciones de mano de obra
de las poblaciones a la industria extractivista.
Si bien la
CONAIE alcanzó éxitos en la reivindicación del agua, educación y derecho a la
tierra, la tarea por delante dice relación con la ejecución de emprendimientos productivos,
turismo y la no migración indígena a zonas urbanas, como objetivos de las
luchas comunitarias. La falta de empleo escasez de agua hace que los comuneros indígenas
abandonen sus tierras originarias, provocando la merma de las comunidades. Ya
los objetivos de movimiento indígena de los años 90 se han cumplido, en
términos del reconocimiento de los pueblos en su condición de nacionalidades. Las
asignaturas pendientes son “la soberanía alimentaria y la territorialidad, la
gobernabilidad de los pueblos y su relación con el Gobierno-Estado”.
Nombres como
Sarayaku, Tundayme e Intag se convierten en iconos del paradigma antiextractivista
que sanciona la “criminalización de la protesta con persecución estatal". Esa militancia
política que llama a una nueva implosión indígena, constituye el mayor peligro
contra la unidad natural del movimiento. Unidad que se convierte en condición de
sobrevivencia política y social, merced de la cual los indígenas se fortalecen
como realidad étnica. Haciendo gala de la oralidad y el poder de la palabra, el
mensaje es: terminar con las prácticas de un indigenismo separatista que sólo
conduce al aislamiento de los pueblos ancestrales. Hoy es preciso prepararse para ejercer el
derecho de administrar sus recursos, distribuir su riqueza y decretar la justicia
indígena en sus comunidades.
El consenso como
propósito y la integración como realidad, es un camino por andar. El movimiento
indígena está llamado a mostrar prestancia frente al Estado, como sujeto protagónico de
la plurinacionalidad ecuatoriana y la interculturalidad nacional. En ese sentido,
es preciso mostrar sabiduría y comprensión frente a las políticas públicas. Actuar
con sentido de inclusión e integración nacional, dejar de lado el racismo
unilateral, multiplicar las formas de equidad de género, capacitarse para
ejercer labores productivas, administrativas y políticas, son los desafíos de la
nueva andadura histórica del movimiento indígena ecuatoriano.
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