Por Leonardo Parrini
Connecticut, 14 de diciembre del 2012. Adam Lanza de 24 años, ingresa a
una escuela en Newton, Connecticut, EE.UU y procede a realizar disparos
indiscriminados sobre la profesora y sus alumnos en un aula de clases. El saldo:
27 muertos, 3 heridos graves entre los que se cuentan 6 profesores y 24
alumnos.
Quito, 23 de diciembre del 2011. Dos sujetos descienden de una moto y
proceden a interceptar al sociólogo Marco Velasco y a su acompañante, quienes
salían de un local comercial luego de retirar 8 mil dólares de un banco ubicado
en un barrio al norte de la capital. Los delincuentes consuman el atraco y,
acto seguido, disparan por la espalda a Velasco que cae abatido.
Dos sucesos a miles de kilómetros de distancia unidos por el signo de la
inseguridad y de la violencia. Separados por una circunstancia. El primero, un
síntoma de la neurosis del país de la opulencia. El segundo, el producto de la
delincuencia como síndrome de la miseria.
¿Qué hace que la inseguridad se haya afincado en dos países tan disímiles
como expresión de descomposición social que pone en jaque a la ciudadanía?
Una coincidencia. Las encuestas en los EE.UU señalan que la sensación de
inseguridad es una de las principales preocupaciones de los norteamericanos.
Percepción que se acentuó desde el S11, cuando la vulnerabilidad de los
sistemas de seguridad nacional quedó al descubierto ante la eficacia del ataque
a las Torres Gemelas y al Pentágono. Ese síndrome de inseguridad hace que los
norteamericanos conformen una fuerza armada de millones de civiles portadores
de armas de todo calibre. En Ecuador los sondeos de opinión muestran que los
ecuatorianos están más preocupados por la inseguridad que por la falta de
trabajo; por la delincuencia imparable que por los resultados del fútbol. Una diferencia.
En Ecuador estamos indefensos ante los antisociales y mientras los choros hacen
de las suyas por las calles, los vecinos permanecen encerrados tras las rejas
de sus casas. En EE.UU cada quien anda armado y asume la violencia callejera
como un comportamiento común.
La historia de Norteamérica es
la historia de colonos y exploradores, de granjas y rancheros, de bandidos y
predicadores, de indios y vaqueros. Una
imagen recurrente que se tiene del país llamado EE.UU -a falta de otro nombre
más genuino y apegado a su historia o geografía- es la de los cowboy o vaqueros
armados disputándole su territorio a las tribus indígenas del oeste de Norte
América. Los Estados Unidos son eso: 50 estados unidos por guerras y anexiones
territoriales desde tiempos inmemoriales. La llamada conquista del oeste, no es otra cosa que la irrupción violenta del
este expansionista sobre tierras ancestrales habitadas por tribus originarias. No de casualidad ellos se miran a sí
mismos como la nación de “El Viejo Oeste, donde también
tiene otra tradición de violencia y sangre, representada con igualdad de
méritos por los cowboys, los pistoleros, los asesinos a sueldo, los cazarrecompensas
y los sheriffs”
Otra diferencia. Los norteamericanos son herederos de una cultura de la
agresividad que trajeron en sus genes los migrantes y aventureros que fundaron
la nación. Ecuador es un territorio de gente con vocación pacifica, más bien
contemplativa frente a las agresiones foráneas. E internamente es un país que
no lleva sus entuertos hasta las últimas consecuencias, como a menudo prometen
los buscapleitos. Ecuador ha sido una nación atropellada por sus vecinos en
agresivas disputas expansionistas de la que el país terminó perdiendo gran
parte de su heredad territorial.
Algunos hechos de sangre como la masacre de los patriotas el 2 de agosto
de 1810, los crímenes de los presidentes Gabriel García Moreno y Eloy Alfaro o
matanzas obreras como la de 15 de noviembre de 1922 en que cayeron acribillados
miles de trabajadores del puerto principal por la arremetida del ejercito
local; la represión violenta a la huelga del ingenio azucarero Aztra, en
noviembre de 1978, o las tres guerras con Perú, son acontecimientos que
excepcionalmente empañan la historia ecuatoriana.
EE.UU tiene una historia escrita con sangre, pero con sangre extranjera.
Desde la Guerra de Secesión, los EE.UU han intervenido permanentemente en
conflictos armados, por lo general fuera de sus fronteras, como en los casos de
las dos Guerra Mundiales, la Guerra de Korea, la Guerra de Vietnam y la Guerra
del Golfo, por mencionar los conflictos más significativos. La historia de los
tiroteos perpetrado por dementes se cuentan por cientos. Solo el año 2012
registra ocho balaceras contra víctimas inocentes y desarmadas llevadas a cabo
por sujetos mentalmente desequilibrados que andan peligrosamente sueltos y armados
en ciudades norteamericanas.
Mientras que en los EE.UU la violencia es producto del hastío de la
opulencia; en Ecuador, es todo lo contrario, un síntoma del hastío de la
miseria. Allá los dementes matan por desquiciamiento. Acá los malandrines matan
por dinero. Esa es su profesión y mientras no generemos mecanismos más
atractivos de subsistencia que robar, la delincuencia no cederá paso a una
sociedad pacífica. Sin embargo, siempre hay una esperanza de mejorar las
condiciones sociales de los habitantes del Ecuador y así restarle sentido a los
actos delictivos. Mientras que los EE.UU no tienen esperanza de acabar con la
inseguridad y la violencia porque está en sus genes, en su historia y geo
política violentista. He ahí la diferencia.
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