Por Leonardo
Parrini
Si abrí los ojos para ver el rostro puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la
palabra…
Desde que Paco Ibáñez, prolífero cantautor español, dejó grabado en disco de acetato, allá por los años sesenta, estos versos luminosos, no han sido pocas las veces que he echado mano de ellos como de un machete para desbrozar mis dudas. Me queda la palabra…!Cuántas veces no nos queda, sino solo la palabra! La palabra para avanzar en un camino incierto, construir en un espacio yermo, cruzar un túnel oscuro sin ver la luz. He ahí el valor de la palabra: hacer que las cosas sucedan. Verbalizar es instigar a la acción. El valor de la palabra es ontológico existencial, por ella el ser humano es lo que dice ser. Se eleva por sobre el estrato de animalidad de su especie, en el literal sentido del término. No en vano, el hombre es el único animal que usa la palabra para construir relaciones.
Pero este instrumento lingüístico, no fuera utilitario sin ese espacio donde la palabra cobra su valor natural: el diálogo. En esa caja de resonancia dialogal de ideas y sentimientos, es que el hombre reivindica su derecho a reconocerse como criatura parlante. Me queda la palabra, como divisa humana de expresión de ideas, también de influjo de ideas. Dialogamos para expresarnos, pero esencialmente para influir.
Desde que Paco Ibáñez, prolífero cantautor español, dejó grabado en disco de acetato, allá por los años sesenta, estos versos luminosos, no han sido pocas las veces que he echado mano de ellos como de un machete para desbrozar mis dudas. Me queda la palabra…!Cuántas veces no nos queda, sino solo la palabra! La palabra para avanzar en un camino incierto, construir en un espacio yermo, cruzar un túnel oscuro sin ver la luz. He ahí el valor de la palabra: hacer que las cosas sucedan. Verbalizar es instigar a la acción. El valor de la palabra es ontológico existencial, por ella el ser humano es lo que dice ser. Se eleva por sobre el estrato de animalidad de su especie, en el literal sentido del término. No en vano, el hombre es el único animal que usa la palabra para construir relaciones.
Pero este instrumento lingüístico, no fuera utilitario sin ese espacio donde la palabra cobra su valor natural: el diálogo. En esa caja de resonancia dialogal de ideas y sentimientos, es que el hombre reivindica su derecho a reconocerse como criatura parlante. Me queda la palabra, como divisa humana de expresión de ideas, también de influjo de ideas. Dialogamos para expresarnos, pero esencialmente para influir.
Diálogo democrático
El debate
sostenido por los aspirantes al cargo de Alcalde de Quito, definido como un
espacio de diálogo, no habría sido posible en otro contexto que no sea en el de
un país que ha profundizado la democracia, dándole un real sentido de
pertenencia ciudadana como espacio dialogal y de reivindicación social. Más allá de que
los dialogantes en el debate de radio Visión hubieren desaprovechado ese
espacio con digresiones descalificadoras de carácter personal; no cabe duda de que
tuvieron la opción de expresar sus ideas y propuestas en beneficio de la
ciudad. Y la ciudadanía, masivamente, pudo seguir el debate en un ejercicio de
comunicación social pocas veces visto y escuchado en el país.
A la hora de
tomar decisiones políticas en las elecciones del día domingo 23 de febrero, la ciudadanía
ecuatoriana se enfrenta a la disyuntiva de consolidar esos espacios de diálogo,
en que la democracia profunda y verdadera permite la libre afluencia de ideas
sustentadas en el valor intrínseco de la palabra. O, caso contrario, dar paso a
la incierta eventualidad de la confrontación y la inestabilidad nacional. La
lección que todos debimos aprender estos días: el valor de la palabra es lo último
que una sociedad puede permitirse perder.
En caso de ganar
la reelección a la Alcaldía de Quito, Augusto Barrera deberá hacer un serio
examen de conciencia y ajuste estratégico de su gestión para recobrar el valor
de la palabra como instrumento de diálogo, difusión de su política pública y
manejo de su propia imagen. Lo ha reconocido: su mayor problema como Alcalde,
es un problema comunicacional. Tendrá que establecer nuevas políticas de comunicación
y, de ser necesario, rodearse del equipo adecuado.
En la
eventualidad de ganar Mauricio Rodas tiene la opción que continuar la obra
municipal en marcha con un sentido de diálogo con los equipos municipales
salientes. Y en el plano político debería fomentar la imagen de Quito como una
capital de encuentros y abandonar la supuesta idea de convertir a la capital ecuatoriana
en escenario confrontacional, como trampolín de ascenso al poder central, en la
mira de desgastar políticamente al Gobierno, de cara a las elecciones
presidenciales del 2017.
El diálogo o la
confrontación. Esa es la cuestión que debe primar en la decisión electoral.
Avanzar en una sociedad dialogante y profundamente democrática o abrir la
brecha hacia el despeñadero de la disociación social que imperaba antes en el
país. Un clima beligerante que nos hizo vivir en la inestabilidad, en la bronca
estéril instigada por el odio soberbio de oscuros intereses económicos y
políticos hoy desplazados del poder.
El Gobierno
central, cualquiera sea el resultado electoral, consciente de que el arte de la
política es hacer que las cosas sucedan, deberá avanzar en este espíritu de diálogo
imperante y bajar la guardia de absurdos enfrentamientos. La voz parlante del
país debe ser, precisamente, la de líderes dialogando en sentido real con los
gobernados. Los esfuerzos gubernamentales deben avanzar en hacer sentir a la
ciudadana que en este país, la palabra vale. Esa divisa que Ecuador ha
recuperado, como estilo dialogal de convivencia democrática nacional. Solo así
avanzamos, Patria.
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