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lunes, 13 de mayo de 2013

LA NECESARIA UTOPÍA DE LA CULTURA


Por Leonardo Parrini

A propósito de que estos días la cultura en Ecuador es un tema debatido, a cuenta de que el Ministerio de Cultura tiene un nuevo titular, me vino a la memoria la figura del entrañable poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, monje trapense que ejerció de ministro de cultura cuando advino al poder el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, en la tierra de Sandino.

Lo recuerdo con su túnica blanca, una blonda barba cenicienta y los brazos alzados mientras declamaba uno de sus poemas dedicado a Marilyn Monroe, “que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine”. La poderosa voz de Cardenal retumbaba contra los muros de la sala plenaria de la sede central de la Universidad de Chile en Santiago el año 1972, y sus versos caían como hojarasca incandescente entre los asistentes. Con facha de profeta o pastor griego, Cardenal recitaba sus poemas como una arenga, una proclama mezcla de poética y disertación política en tono de profundo sermón.

Cardenal escribió y recitó su poesía con igual pasión con que vivió su vida, extremosamente, sin ambages, con la convicción de que su paso por este mundo respondía a un mesiánico destino. Con esa misma dedicación asumió el Ministerio de Cultura en Managua, desde el primer día que se instaló el Gobierno sandinista, el 19 de julio de 1979, luego del derrocamiento armado de la tiranía de Anastasio Somoza. Y lo asumió como la palabra "ministerio", proveniente del latín, sugiere: un ministerium, que significa "servicio". En esa trinchera revolucionaria, Cardenal sirvió desde el Ministerio de la cultura con absoluta entrega, anteponiendo un sentido ecuménico, plural, enfocado en el propósito que tenía junto al pueblo nicaragüense de construir la nueva patria de Sandino.

En ese afán, los inicios de Cardenal como un ser místico y terrenal, formado en el monasterio de Getsemaní, en Kentucky, al lado de su maestro Thomas Merton, fueron determinantes para el ejercicio del ministerio que concibió como una caja de resonancia de la forma de ser de su pueblo, como una fragua donde moldear la mejor impronta de la patria revolucionaria.

Un paradigma cultural

Los años que el poeta trapense permaneció como Ministro de cultura de Nicaragua, ejerció poderoso influjo sobre el proceso revolucionario, plasmando la ética del hombre nuevo en cada acción, en cada palabra que confluía como un torrente del ideario cristiano y marxista donde Cardenal no encontró disensos. En ese sentido, Cardenal hizo de la cultura su quehacer intrínseco: ser un moldeador ético, un paradigma espiritual para el quehacer de los hombres en el mundo. Y no invocó otra deidad que no fuera Atenea, diosa de la Razón, rectora de la cultura en su más profunda y amplia significancia. 

Inmune a las teorías del fin de las ideologías, Cardenal blandió las ideas como espadas con qué desbrozar el camino de la cultura, desmalezándolo de la ignorancia, el oscurantismo y los prejuicios que lo separaban de la verdad popular. Ocupó este cargo hasta 1987, año en el que el Ministerio se cerró por razones económicas.

Los hombres hacen las instituciones, imprimiéndole su signo personal. El ministerio que Cardenal ejerció fue una oficina de puertas abiertas, receptor del influjo popular, catalizador y canalizador de las corrientes creadoras del pueblo. Convencido como estaba, de que el Ministerio de Cultura era más decisivo que el de Economía o el de Defensa, Cardenal lo convirtió en la fragua que irradiaba energía transformadora de la sociedad nicaragüense de los años ochenta.

Mientras evoco la figura de Ernesto Cardenal, releo la afirmación de nuestro nominado Ministro de Cultura, Paco Velasco, acerca de cómo concibe su gestión: “fortalecer capacidades y ampliar oportunidades. Esa es una perspectiva”. Pero, a fin de que aquella promesa no se empantane en la demagogia, invoco otra frase de Ernesto Cardenal: “Igualmente debemos mantener la esperanza en la utopía".

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