Por Leonardo Parrini
Uno de los temas recurrentes
de las sociedades es el de la libertad, a cuenta de la existencia de gobiernos de izquierda o de derecha, en ambos casos,
siempre la libertad es una moneda defendida y celosamente transada, aun cuando
le asignemos distinto valor, según desde qué mirada la vemos.
La potestad de ser sin coartadas,
y de expresarnos sin cortapisas, es una circunstancia que el hombre reclama como
un valor intrínseco de su especie. Los animales, hasta donde conocemos, no pueden
reclamar libertad, pero sabiéndose en cautiverio a la menor oportunidad
escapan, lo que quiere decir que la libertad es un instinto convertido en
derecho.
A propósito de que en el
Ecuador de la Revolución Ciudadana un tribunal condena y califica a una
dirigente del magisterio de “terrorista”, por actuar en un acto opositor e
instigar a estudiantes de un colegio a sumarse a “un intento de golpe de
Estado”; o una manifestación de pobladores que protestan contra el Gobierno en
Luluncoto, barrio suburbano quiteño, son enjuiciados, o un grupo de estudiantes
de un colegio secundario es acusado de rebeldía ¿Qué debemos entender por ser
rebelde hoy y qué significado dar a la palabra libertad?
En el fondo de todo reparo político
al poder, que se discute en el Ecuador, pasa por el tema de la libertad. Ese
espacio de helada vaciedad existencial que nos obliga a mantener en las manos
nuestro propio destino, sin dioses o sin gobiernos autoritarios. Todo el mundo habla
de la libertad para expresarse, libertad para interpretar la realidad en imágenes
y palabras impresas en las páginas de los periódicos, en las pantallas de la televisión
o emitir opiniones a través de las ondas de radio y vender ideas al mejor
postor. La polémica no hace más que revivir la vieja cuestión expresada en la
constante de ser libre, versus los designios de un destino, un orden social o político.
Una polémica siempre viva
La vieja discusión acerca de
la libertad tuvo en la historia un capítulo memorable, a través de la polémica sostenida
por J.P. Sartre y Albert Camus, los dos intelectuales franceses de mayor
influencia en la segunda mitad del siglo XX. Camus sostuvo en su libro El Hombre Rebelde, duramente criticado por
la Revista Los Tiempos Modernos
dirigida por Sartre, que “había en el ser humano una esencia, una naturaleza
humana, y que esa esencia se relacionaba con una moral cuyos principios
trascendían las contingencias de la Historia”. Para Sartre, en cambio, “el
hombre no tenía esencia, era pura existencia, un puro hacerse; por ello, la
Historia era, precisamente, todo porque la Historia era lo que el hombre hacía
en un universo sin Dios”. Camus
en su libro El Hombre rebelde sostuvo,
en relación a las tiranías, que “callarse es dejar creer que no se juzga ni se
desea nada y, en ciertos casos, es no desear nada en efecto”.
La vibrante polémica entre los dos intelectuales franceses mucho arroja
de luz sobre nuestra contingencia actual, puesto que hay, como señala Onfray,
dos tipos de intelectuales: el que reduce la vida a conceptos abstractos y se
distancia de los mecanismos reales del espíritu, y aquel otro para el que esculpirnos
a nosotros mismos es una forma de dar sentido a la vida. En ese aspecto la
libertad es una oportunidad para ser mejor. Está por verse si en nuestro cambio
de tiempo o tiempo de cambio, como se prefiera, hay un instante para reconciliar
el deseo de libertad y el deseo de igualdad.
Estos días en que el Gobierno
de la Revolución Ciudadana da giros en sus políticas públicas, entre otros,
reemplazar al Ministro de Cultura, cartera adjunta al sector de Talento humano,
es bueno repensar la sociedad ecuatoriana a la luz de una nueva visión que se hace,
cada día, más necesaria de aquello que entendemos por cultura, cómo gestarla y gestionarla
en el país. Es bueno, puesto que lo peor que le puede pasar a la cultura es caer
en la inercia de una historia estructurada por un discurso oficial que,
obsecuente, todo lo valora en observancia a una lógica del poder. Si vivimos o avanzamos patria -como reza el slogan- en
la dinámica de una revolución, que hasta hace pocas horas el propio Presidente Correa
llamó a radicalizar, se hace imperativo entonces repensarnos, libremente, como país a partir de la cultura,
única caldera donde fraguar los nuevos horizontes de la nación cambiante de la
cual nos jactamos.
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