Por Leonardo Parrini
A propósito de que estos días la cultura en Ecuador es un tema debatido, a
cuenta de que el Ministerio de Cultura tiene un nuevo titular, me vino a la
memoria la figura del entrañable poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, monje
trapense que ejerció de ministro de cultura cuando advino al poder el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, en
la tierra de Sandino.
Lo recuerdo con su túnica blanca, una blonda barba cenicienta y los
brazos alzados mientras declamaba uno de sus poemas dedicado a Marilyn Monroe, “que
como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine”. La poderosa voz de
Cardenal retumbaba contra los muros de la
sala plenaria de la sede central de la Universidad de Chile en Santiago el año
1972, y sus versos caían como hojarasca incandescente entre los asistentes. Con facha de profeta o pastor griego, Cardenal
recitaba sus poemas como una arenga, una proclama mezcla de poética y
disertación política en tono de profundo
sermón.
Cardenal escribió y recitó su poesía con igual pasión con que vivió su vida, extremosamente,
sin ambages, con la convicción de que su paso por este mundo respondía a un
mesiánico destino. Con esa misma
dedicación asumió el Ministerio de Cultura en Managua, desde el primer día que
se instaló el Gobierno sandinista, el 19 de julio de 1979, luego del
derrocamiento armado de la tiranía de Anastasio Somoza. Y lo asumió como la palabra "ministerio", proveniente del latín, sugiere: un ministerium, que significa
"servicio". En esa trinchera revolucionaria, Cardenal sirvió desde el Ministerio de la cultura con absoluta entrega, anteponiendo un sentido ecuménico, plural,
enfocado en el propósito que tenía junto al pueblo nicaragüense de construir la nueva patria de Sandino.
En ese afán,
los inicios de Cardenal como un ser místico y terrenal, formado en el monasterio de Getsemaní, en Kentucky, al
lado de su maestro Thomas Merton, fueron determinantes para el ejercicio del
ministerio que concibió como una caja de resonancia de la forma de ser de su
pueblo, como una fragua donde moldear la mejor impronta de la patria
revolucionaria.
Un paradigma cultural
Los años que el poeta trapense permaneció como Ministro de cultura de
Nicaragua, ejerció poderoso influjo sobre el proceso revolucionario, plasmando
la ética del hombre nuevo en cada acción, en cada palabra que confluía como un
torrente del ideario cristiano y marxista donde Cardenal no encontró disensos. En
ese sentido, Cardenal hizo de la cultura su quehacer intrínseco: ser un
moldeador ético, un paradigma espiritual para el quehacer de los hombres en el
mundo. Y no invocó otra deidad que no
fuera Atenea, diosa de la Razón, rectora de la cultura en su más profunda y
amplia significancia.
Inmune a las teorías del fin de las ideologías, Cardenal blandió las
ideas como espadas con qué desbrozar el camino de la cultura, desmalezándolo de la
ignorancia, el oscurantismo y los prejuicios que lo separaban de la verdad
popular. Ocupó este cargo hasta 1987, año en el que el Ministerio se cerró por
razones económicas.
Los hombres hacen las instituciones, imprimiéndole su signo personal. El
ministerio que Cardenal ejerció
fue una oficina de puertas abiertas, receptor del influjo popular, catalizador
y canalizador de las corrientes creadoras del pueblo. Convencido como estaba, de
que el Ministerio de Cultura era más decisivo que el de Economía o el de Defensa,
Cardenal lo convirtió en la fragua que irradiaba energía transformadora de la
sociedad nicaragüense de los años ochenta.
Mientras evoco la figura de Ernesto Cardenal, releo
la afirmación de nuestro nominado Ministro de Cultura, Paco Velasco, acerca de cómo concibe su gestión: “fortalecer
capacidades y ampliar oportunidades. Esa es una perspectiva”. Pero, a fin de que aquella promesa no se
empantane en la demagogia, invoco otra frase de Ernesto Cardenal: “Igualmente debemos
mantener la esperanza en la utopía".
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