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sábado, 18 de mayo de 2013

LA EDAD DEL EXTRAVÍO O... DE LA REBELDÍA


Por Leonardo Parrini
A mis hijas Paula y Gabriela

Entre las lecturas juveniles siempre hay un libro que nos marca a fuego lento en un costado de nuestro aprendizaje vital, como una verdad destellante. En esa didáctica del desencanto aprendemos por donde no ir porque -hay que reconocerlo- la sabiduría se vuelve memorable cuando conlleva un sentido de negación y te dice: este no es el camino. El libro que marcó mis años juveniles fue, sin dudas, Adén Arabia escrito en 1932 por el inolvidable novelista francés, Paul Nizan, de quien se cumplen esta semana setenta y tres años de su muerte. Muerte prematura acaecida, el 23 mayo de 1940, de un tiro en la nuca en la batalla de Dunquerque, mientras se desempeñaba como traductor del ejército francés que se batía contra los alemanes nazis.
 
La novela de Nizan es una crónica que transcurre en un viaje por Adén, en Yemen, en el extremo sur del Mar Rojo, que el escritor realiza buscando respuesta para sus atribulados años juveniles. La juventud es la edad del extravío, de la búsqueda sin encuentros cercanos. Esa condición de angustia juvenil, de prematuro naufragio está dolorosamente descrita en las palabras iniciales del libro Adén, Arabia de Paul Nizan: Yo tenía veinte años, no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida. Todo amenaza a un joven con la ruina: el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los adultos. Estas palabras iniciales del libro me subyugaron a mis veinte años y me emocionan hoy recordarlas. 

Puede parecer hasta anacrónico volver a un escrito del año 1932 para denotar la condición de la juventud en el mundo de la posmodernidad. A poco hurgar se advierte que la historia se repite como tragedia con algunas variantes. Adén Arabia aludía, no sólo a una rebeldía sobre un momento histórico, sino a una rebeldía existencial que me parece vigente. Escrito en tono violento, la novela es una sentencia para un tiempo cuyo guión transcurre sin variaciones de fondo. De principio a fin el libro de Nizan es una denuncia encarnizada, feroz, llena de fundamentada iracundia contra un mundo inhabitable e inhumano que extravía a los jóvenes en infinitas alienaciones. Es el tránsito por un mundo atrapado por el signo unificado del capitalismo y el colonialismo. Un orden que es negado por Nizan y que se presenta como natural, frente al cual el joven escritor blasfema contra lo establecido en un doloroso alarido patológico. La realidad se presenta ante los ojos de Nizan como una compacta fatalidad y eso justifica su imprecación. Por eso acaso su obra estuvo condenada al silencio y olvido. Felizmente no fue canonizada por la izquierda, menos por la derecha, y no goza del dudoso prestigio que confiere la sacralización que ejerce el sistema con escritos de ciertos intelectuales que defeccionan de sus causas políticas juveniles.

Nizan, un aguafiestas

Hoy, cuando el ácido desencanto de un tiempo de simulaciones y apariencias se hace más que nunca necesario, Paul Nizan emerge más vigente que nunca. No se trata de una simple teoría del desencanto. Su admonición al mundo que oprimía a la juventud de su época es la misma que sume en el extravío a los jóvenes de hoy, obnubilados por la tecnología ubicua que todo lo resignifica y pretende sustituir por el acto de pensar. Vivimos en un mundo del simulacro de figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos jóvenes en la orfandad de un mundo adulto que ya no encuentra respuestas válidas para sus angustias.

Después de la sospechosa frase juventud divino tesoro, acuñada por Rubén Diario en un arrebato de mistificación juvenil, no han existido otras afirmaciones desembozadas tan idealizantes de esa condición humana. La realidad de nuestro tiempo se ha encargado de desmentir al exaltado poeta y su trasnochado romanticismo. La juventud no es, pues, un cheque en blanco, una garantía vital a prueba de balas. No. Es una condición cambiante y adolescente, es decir, carente de muchas potencialidades que la vida, acaso, otorga con el devenir de los años. Incluso en los años al amor, en su tiempo de florecimiento la juventud es un estado trágico, dificil, con realidades vividas en el más completo desabrigo de ideas y de afectos que muestren el camino. Huérfanos de amor y sabiduría, los jóvenes no requieren del sendero más fácil ni del más dócil, sino del más didáctico, aquel que enseña para siempre, golpe a golpe, verdades aprendidas en la lucha por vivir. Escuchamos decir al ministro de cultura, Paco Velasco, que apuesta por la juventud. Buena intención ministerial que deberá acompañar de la decisión de revolucionar la forma y el contenido de sentir y de pensar recio, desde la cultura, para que la juventud se libere del colonialismo espiritual ese “sombrío retoño entrañable del capitalismo”.

Es el momento de releer Adén Arabia y confirmar que si bien Paul Nizan, al cabo de setenta y tres años de su muerte, se erige ante el mundo como una negación pura y absoluta; el paso del tiempo ha transformado su rebeldía. El No categórico y abstracto de Nizan se ha llenado de sentidos concretos: el capitalismo ya no es el reino promisorio, es una ideología y un sistema económico que muestra hoy su entraña más feroz y, al mismo tiempo, más encubierta en la posmodernidad. Frente a este sistema social de simulaciones y realidades encubiertas, la Revolución no es una amonestación de un acto de fe. Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones políticas prácticas de transformación social y cultural. Cuando la rebeldía –como en tiempos de Paul Nizan- hoy ya no es heroísmo, al menos que siga siendo entre los jóvenes, un deber.

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