Por Leonardo Parrini
A mis hijas Paula y Gabriela
Entre las lecturas juveniles siempre hay un libro que nos marca a
fuego lento en un costado de nuestro aprendizaje vital, como una verdad
destellante. En esa didáctica del desencanto aprendemos por donde no ir porque
-hay que reconocerlo- la sabiduría se vuelve memorable cuando conlleva un sentido
de negación y te dice: este no es el camino. El libro que marcó mis años
juveniles fue, sin dudas, Adén Arabia escrito en 1932 por el inolvidable
novelista francés, Paul Nizan, de quien se cumplen esta semana setenta y tres
años de su muerte. Muerte prematura acaecida, el 23 mayo de 1940, de un tiro en
la nuca en la batalla de Dunquerque, mientras se desempeñaba como traductor del
ejército francés que se batía contra los alemanes nazis.
La novela de Nizan es una crónica que transcurre en un viaje por
Adén, en Yemen, en el extremo sur del Mar Rojo, que el escritor realiza
buscando respuesta para sus atribulados años juveniles. La
juventud es la edad del extravío, de la búsqueda sin encuentros cercanos. Esa
condición de angustia juvenil, de prematuro naufragio está dolorosamente
descrita en las palabras iniciales del libro Adén, Arabia de Paul Nizan:
Yo tenía veinte años, no permitiré que nadie diga que es la edad más
hermosa de la vida. Todo amenaza a un joven con la ruina: el amor, las
ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los adultos. Estas
palabras iniciales del libro me subyugaron a mis veinte años y me emocionan hoy
recordarlas.
Puede parecer hasta anacrónico volver a un escrito del año
1932 para denotar la condición de la juventud en el mundo de la posmodernidad.
A poco hurgar se advierte que la historia se repite como tragedia con algunas
variantes. Adén Arabia aludía, no sólo a una rebeldía sobre un momento
histórico, sino a una rebeldía existencial que me parece vigente. Escrito en
tono violento, la novela es una sentencia para un tiempo cuyo guión transcurre
sin variaciones de fondo. De principio a fin el libro de Nizan es una denuncia
encarnizada, feroz, llena de fundamentada iracundia contra un mundo inhabitable
e inhumano que extravía a los jóvenes en infinitas alienaciones. Es el tránsito
por un mundo atrapado por el signo unificado del capitalismo y el colonialismo.
Un orden que es negado por Nizan y que se presenta como natural, frente al cual
el joven escritor blasfema contra lo establecido en un doloroso alarido
patológico. La realidad se presenta ante los ojos de Nizan como una compacta
fatalidad y eso justifica su imprecación. Por eso acaso su obra estuvo
condenada al silencio y olvido. Felizmente no fue canonizada por la izquierda,
menos por la derecha, y no goza del dudoso prestigio que confiere la
sacralización que ejerce el sistema con escritos de ciertos intelectuales que
defeccionan de sus causas políticas juveniles.
Nizan, un aguafiestas
Hoy, cuando el ácido desencanto de un tiempo de simulaciones y
apariencias se hace más que nunca necesario, Paul Nizan emerge más vigente que
nunca. No se trata de una simple teoría del desencanto. Su admonición al mundo
que oprimía a la juventud de su época es la misma que sume en el extravío a los
jóvenes de hoy, obnubilados por la tecnología ubicua que todo lo resignifica y
pretende sustituir por el acto de pensar. Vivimos en un mundo del simulacro de
figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade
todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado
por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos
jóvenes en la orfandad de un mundo adulto que ya no encuentra respuestas
válidas para sus angustias.
Después de la sospechosa frase juventud divino tesoro,
acuñada por Rubén Diario en un arrebato de mistificación juvenil, no han
existido otras afirmaciones desembozadas tan idealizantes de esa condición humana. La realidad de
nuestro tiempo se ha encargado de desmentir al exaltado poeta y su trasnochado
romanticismo. La juventud no es, pues, un cheque en blanco, una garantía vital
a prueba de balas. No. Es una condición cambiante y adolescente, es decir,
carente de muchas potencialidades que la vida, acaso, otorga con el devenir de
los años. Incluso en los años al amor, en su tiempo de florecimiento la
juventud es un estado trágico, dificil, con realidades vividas en el más completo desabrigo de ideas y de afectos que muestren el
camino. Huérfanos de amor y sabiduría, los jóvenes no requieren del sendero más fácil ni
del más dócil, sino del más didáctico, aquel que enseña para siempre, golpe a
golpe, verdades aprendidas en la lucha por vivir. Escuchamos decir al ministro
de cultura, Paco Velasco, que apuesta por la juventud. Buena intención
ministerial que deberá acompañar de la decisión de revolucionar la forma y el
contenido de sentir y de pensar recio, desde la cultura, para que la juventud
se libere del colonialismo espiritual ese “sombrío retoño entrañable del
capitalismo”.
Es el momento de releer Adén Arabia y confirmar que si bien
Paul Nizan, al cabo de setenta y tres años de su muerte, se erige ante el mundo
como una negación pura y absoluta; el paso del tiempo ha transformado su
rebeldía. El No categórico y abstracto de Nizan se ha llenado de sentidos
concretos: el capitalismo ya no es el reino promisorio, es una ideología y un
sistema económico que muestra hoy su entraña más feroz y, al mismo tiempo, más
encubierta en la posmodernidad. Frente a este sistema social de simulaciones y
realidades encubiertas, la Revolución no es una amonestación de un acto de fe.
Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones políticas prácticas de
transformación social y cultural. Cuando la rebeldía –como en tiempos de Paul
Nizan- hoy ya no es heroísmo, al menos que siga siendo entre los jóvenes, un
deber.
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