miércoles, 12 de junio de 2013

LA MINERÍA, UNA GUERRA EN VARIOS FRENTES


Por Leonardo Parrini 


Hay quienes piensan que tener recursos naturales es una maldición, dijo el Presidente Correa hace algún tiempo en una intervención de prensa en Sucúa, Provincia de Morona Santiago. Maldición que condena a los pueblos a una dependencia del extractivismo, a una mono producción de recursos naturales no renovables, petróleo, y diversos productos de extracción de origen mineral o vegetal como el cobre, estaño, banano, etc. Maldición que pone a los países en la mira de la voracidad económica de las grandes compañías transnacionales. Estigma de países monoexportadores que va acompañado de la impronta de naciones subdesarrolladas.

Países como Brasil, Canadá, Chile, Ghana, Bolivia, Perú, Mauritania, Rusia, entre otros, saben que esa es una verdad a medias. Una realidad, que si bien tiene antecedentes históricos concretos y comprobables, no es menos cierto que se trata de un destino, en todo caso, susceptible de cambiar como lo han hecho algunos países en determinados momentos históricos. Chile es un ejemplo de cómo el cobre, sueldo del país, cuyas minas a tajo abierto y cerrado eran propiedad de compañías norteamericanas; en 1966, por decisión del Gobierno de Eduardo Frei pasaron ser “chilenizadas” con el 51% de acciones adquiridas para el Estado nacional. Sería luego el gobierno de Salvador Allende, en 1971, que nacionalizó definitivamente las riquezas cupríferas de Chile adquiriendo el 100% de la propiedad del yacimiento de Chuquicamata el más grande del  mundo a tajo abierto, entre otros.

¿Qué enseña este ejemplo? Sin duda, que las condiciones de cómo un país enfrenta el aprovechamiento de sus recursos naturales depende en gran medida de su voluntad política y no sólo de las condiciones del mercado. Voluntad que amerita la decisión de negociar en los mejores términos, justos para ambas partes, pero por sobre todo favorables a los intereses de país anfitrión como un elemental y sano sentido nacionalista.

El caso Kinross en Ecuador tiene componentes similares al ejemplo chileno, en el sentido de que un Estado soberano decide poner condiciones a las compañías mineras explotadoras internacionales, contemplando, en primer lugar los intereses nacionales. El impasse con la Kinross surgió a partir de la decisión del Estado ecuatoriano –según publicación de El Comercio- de cobrar a las mineras “un valor adicional cuando el precio del oro, la plata o el cobre supera la cotización pactada en el contrato de explotación acordado con la empresa. Esos ingresos extraordinarios se repartirán así: 70% para el Estado y 30% para la compañía. Kinross y otras empresas mineras manifestaron que ese impuesto hacía inviable su negocio en el Ecuador, lo cual fue aceptado por el Gobierno, que decidió reformar la Ley de Minería para cobrar el impuesto después de que las mineras recuperen sus inversiones. Ese ajuste no era suficiente para las empresas…”

La Kinross replico en su página web que abandona el yacimiento de oro Fruta del Norte, ubicado en la provincia de Zamora, con reservas por 6.8 millones de onzas que equivalen a $ 10.000 millones de dólares. Kinross manifestó en un comunicado de prensa que “Hemos dicho que vamos a ejercer una estricta disciplina en el capital de nuestra compañía… y que solo ingresaremos con acuerdos que sean los mejores para los intereses de nuestra compañía y sus inversionistas. Por lo tanto, “independientemente, de las reformas a la Ley de Minería y a la Ley de Equidad Tributaria que se encuentran en trámite, Kinross ha llegado a la conclusión que no es de interés de la compañía ni de sus  accionistas seguir invirtiendo en el desarrollo de FDN” 

Fuego cruzado

En los inicios de la actividad minera en Ecuador, en la época pre incásica, fueron explotados los flujos de obsidiana de Mullumica en la Cordillera Real, mientras que el oro y la plata fueron extraídos principalmente de los ríos y también a partir de túneles en roca. Entre los lugares conocidos están Nambija, Zaruma y Río Santa Bárbara en el siglo XVI. Según investigación de Marco Quinteros, “tras la conquista española se redescubrieron sitios de explotación conocidos y se produjeron asentamientos humanos en sus alrededores. Se conoce que los españoles estuvieron en Nambija y fundaron el poblado de Zaruma en 1549, de donde se extrajo el oro hasta el siglo XVIII. Las minas de Nambija fueron abandonadas por los españoles al igual que la ciudad Zamora de los Alcaides. Fueron redescubiertas por 1980, por colonos de la provincia quienes iniciaron su rápida explotación con tecnología de los años 1950 y que debido a la codicia causaron caos que hasta hoy impera en la zona”.

La nueva etapa de explotación minera en el Ecuador es una guerra de varios frentes, con un  Estado nacional enfrentado a dos fuegos: las transnacionales que vienen al país a hacer su negocio lucrativo y  las organizaciones ecologistas que también hacen su negocio ideológico de oponerse, a ultranza, a toda industria extractivista por considerarla depredadora. Es hora de que las transnacionales explotadoras y las transnacionales ecologistas, entiendan que en el Ecuador ahora hay un Estado soberano que hace gala de una nueva política pública en materia de explotación de sus recursos naturales. Una política que, en primer lugar, salvaguarda los intereses del país, de los habitantes de las zonas de influencia y de la naturaleza como principal recurso para el desarrollo social de los pueblos amazónicos y serranos donde tiene lugar la extracción petrolera o minera.

En Sucúa, además el Presidente Rafael Correa dijo que en las zonas de intervención “no ve culturas ancestrales, sino miseria”, debido al abandono estatal y por la mala explotación de los recursos de esas zonas, en manos de compañías transnacionales que explotaron irracionalmente esas riquezas y establecieron relaciones maleadas con los dirigentes comunitarios a los que acostumbraron a negociar en oscuras condiciones la autorización de entrada a sus territorios.

El Mandatario ecuatoriano ha garantizado que, en primer término, serán beneficiados los habitantes de las zonas de extracción, cuyos recursos harán posible superar la pobreza endémica de esas regiones amazónicas y serranas del Ecuador. Esta decisión se inserta en la política de cambio de matriz productiva y energética, que debe permitir al país entrar en un proceso industrial impulsado con capitales provenientes de la extracción de recursos naturales.

El destino del Ecuador está trazado: un futuro industrial exportador de productos elaborados y productos naturales, bajo la soberana decisión de establecer condiciones a favor del país. El caso Kinross es sólo el inicio de las tantas batallas que restan por librar en la gran guerra contra la pobreza la dependencia y el subdesarrollo.

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