Por Leonardo Parrini
La crisis de fe en el futuro y las posibilidades del arte en épocas de
crisis, son algunos de los tópicos que preocupan a José Ovejero, como signos de
nuestro tiempo. El escritor español ganador
del Premio Alfaguara de novela 2013 y Anagrama de ensayo 2012, de visita en
Ecuador, ha dicho que “el escritor fue visto en una época como una persona
rara, que usaba un lenguaje distinto al del común de los mortales, ahora tiene
un lugar privilegiado y de incidencia en la opinión pública.”
¿Cuál es ese lugar? Ya en otras épocas, no hace mucho tiempo, nos
habíamos preguntado dónde están las causas por las cuales inmolarse y dónde buscar
los referentes a seguir. Cuestión frente a la cual, Ovejero sugiere que el intelectual, a pesar de su posición
de privilegio, ya no es el principal referente, ya que “los escritores han perdido
buena parte de ese valor de ser una referencia moral, una conciencia de la
sociedad. Ahora parece que son los actores y los cantantes los que salen en los
periódicos, y los escritores estamos en la retaguardia. Creo que el mundo de
hoy no busca un discurso complejo, sólo quieren titulares”
Pastiches en pastillas
Algo de aquello que señala Ovejero ya lo encontramos en la construcción
de los discursos, a partir de las simulaciones de los contenidos en las
plataformas cibernéticas que imperan en la actualidad. A falta de otros
referentes, se imponen los pastiches en cápsulas, -por decirlo de alguna manera-,
frases clisés que abundan fuera del texto, imágenes vacías de contenido. En
este contexto, las utopías y las causas sociales no pasan por los estamentos
culturales, sino por la calle del pueblo llano como aspiraciones no resueltas,
mientras que las grandes quimeras son motivo de descrédito y sospecha
intelectual. La crisis es una Gorgona de mil rostros: crisis de
sobrevivencia material, ruptura de modelos políticos y culturales, cambio en
las costumbres cotidianas, derrumbe de creencias inapelables, etc. Cualquiera
sea el rostro de la crisis, la primera respuesta humana que debiera ofrecer
consistencia es el arte, más no por sus respuestas, sino por sus cuestionamientos.
Compartimos la idea del divorcio existente entre la necesidad y la libertad
humana. Es decir, hoy día la lucha por la sobrevivencia se da en dos
andariveles: las hambrunas materiales por un lado, y las inaniciones
intelectuales por otro. Ambas están siendo transadas en espacios diferentes. En
la ideología del discurso de la sociedad posmoderna, no advertimos una potente
carga de denuncia contra las injusticas. Y no vemos en el arte la osadía de
suscitar la transformación de esa realidad. “No creemos en el futuro. No
creemos en la posibilidad de sacrificio, -dice Ovejero-, hay una situación de
desánimo general, lo que paradójicamente es bueno para la literatura, pues el
arte suele crecer en épocas de crisis, de tensión, como en Cuba, que vivió un
renacimiento de su literatura, o en Alemania, con la caída del muro de Berlín”.
En un intento por devolver al
arte la función creadora de universos inéditos, Ovejero cree que “mientras haya
lectores que consideren que la ficción aporta algo en sus vidas, es legítimo
seguir escribiendo”. Sin embargo, más allá de la tentativa del arte por resignificar
la realidad por medio de la ficción de la palabra y de la imagen, nada
advertimos, pero apostamos en un arte que arranque de un realismo que supere lo
virtual.
Se trata, por decirlo en términos de Ovejero, de una “crisis ética” que es
expresión de la claudicación ante la idea de construcción, motivado por el
“desánimo” que señala el autor español. No creemos ya en el verbo construir,
sospechamos de los materiales y de la obra en sí, como elementos capaces de
actuar en la realidad. Sigue pendiente el qué hacer y el cómo hacer, para que el
arte que “suele crecer” en épocas de crisis, proponga espacios de sobrevivencia.
Bien sea como propuesta de salida del estado crítico, o sentencia sobre la
imposibilidad de superarla.
En medio de esta disyuntiva amerita preguntarnos ¿por qué no creer en el
futuro? La respuesta acaso empiece a germinar cuando renunciemos a la idea de
que la crisis es un estado transitorio y enfrentemos un claro designio: la
crisis puede ser una condición existencial. El arte de hoy en tiempos de
crisis, “cumple un papel de desintoxicación, porque va más allá del mercado, se
nutre del mismo, vive gracias a él, pero, también, muestra su visión de largo
alcance”, dice Joan Lluís Montané y tiene razón. Esto a condición de que motivado
por la utopía social, el arte como
testigo de su época, pueda arrojar nuevas luces en medio de la opacidad.
Yo sí creo en el futuro todavía!
ResponderEliminarY en la posibilidad de resignificar el discurso humano.
Creo en la deconstrucción institucional y en la desoccidentalización, como ideas germinales para recuperar lo orgánico que perdimos en los últimos 2 siglos.
Zygmunt Bauman, sociólogo, tiene razón cuando dice que el problema no es ¿qué hacer?, todo el mundo sabe qué hay que hacer. El problema es ¿quién lo va a ser?
Bueno, también creo que el arte, aunque su fin sea el placer estético y no su compromiso social con una bandera, puede, por su capacidad inherente de acercarse más que nada al corazón opaco de los sapiens, enfrentar el problema. Tiene lo que se necesita.