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domingo, 14 de diciembre de 2014

ENIPLA: LA MORAL COMO POLÍTICA PÚBLICA


Por Leonardo Parrini

La política pública, ese quehacer del Estado en función de gobernanza y gobernabilidad que se traduce en planes y programas estatales, tiene algunas aristas cuando se la relaciona con la moral. La ética puesta a la orden de la lucha contra la corrupción es una virtud de todo Estado que se precie de honestidad y transparencia; pero la moral puesta al servicio de la represión sexual es una inconsecuencia de todo Estado que se precie de revolucionario. Es que de hecho existe un matiz considerable entre moral y ética, como normativas válidas para la aplicación en las políticas públicas de un Estado. Y de hecho la ética hace referencia a las normas de conducta de una sociedad, mientras que la moral se queda en el ámbito de las normas de conducta del individuo. La moral constituye un “marco básico de conducta personal, es decir, lo que es correcto o no, en tanto, la ética supone un conjunto de directrices o leyes que definen las prácticas aceptadas, así como el comportamiento de un grupo de personas o sociedad". Y lo curioso es que ambas categorías, en la práctica, se suelen contradecir. Por ejemplo, puede ser ético para una sociedad progresista el control natal, pero puede resultar inmoral para una persona conservadora el practicar el aborto. Confundir ética y moral en un mismo saco a la hora de implementar una política pública de salud reproductiva, es un error conceptual de un Estado laico, plurinacional e intercultural, puesto que dicha confusión es producto de un enfoque más ideológico político que científico técnico. Dado que una de las diferencias es que mientras la moral dicta normas y criterios de actuación, la ética trata de fundamentar racionalmente dichas normas. En otras palabras, la ética debería ser la reflexión de la moral.

La carencia de reflexión nos lleva, por lo general, a un dogma por la vía de la aceptación axiológica de un valor moral proyectado como un principio ideológico. Hacer política es normar, hacer moral es juzgar. Y allí parece estar el fondo del enfoque irracional, ideológico y político en que incurre el régimen revolucionario ecuatoriano al convertir en política de salud pública los preceptos morales de una funcionaria de claro corte conservador que hoy dirige el Enipla, programa emblema del Ministerio de Salud para la Planificación Familiar y la Prevención del Embarazo Adolescente. Según una nota de prensa de Sebastián Vallejo, publicada en el diario estatal El Telégrafo, Mónica Hernández, asesora del Presidente Rafael Correa que regenta el Enipla, es una funcionaria “perteneciente al Opus Dei”. Hasta allí no hay pecado, el pecado se comete cuando -según el mismo periódico- Rafael Correa  “peca de traducir su conservadurismo moral en política pública”. La mencionada funcionaria en carta dirigida al Ministerio de Salud, con fecha 24 de octubre de 2014, adjunta un documento en el que “analiza a fondo” los Cuadernos Metodológicos de la Caja de Herramientas para la Promoción de la Salud Sexual y Salud Reproductiva. En dicho adjunto, Hernández se explaya en su posición anti feminista y alega que “hay un cruce amplio de mensajes propios de la ideología de género, corriente del pensamiento del feminismo radical, no científico sino ideológico”, según señala Hernández. El documento abunda en alusiones al origen de la sexualidad señalando que “la ideología de género busca desconstruir los roles aceptados socialmente y que el ser humano sea considerado sexualmente neutro”.

En el mencionado texto, Hernández “descontextualiza la sexualidad y la lleva al plano de la moral”, -según el enfoque de El Telégrafo- y “se invisibiliza todo aquello que no cae sobre lo ‘natural’, explicitado a lo largo de ambos documentos y que considera dentro de este parámetro solo aquello que encaja en las relaciones heterosexuales tradicionales. La idea del ‘género’ se la trata como ‘ideología de género’ (lo cual no existe), y se la acusa de no ser científica sino ideológica, lo cual es tautológico, porque se basa en un concepto (’ideología de género’) acuñado específicamente para atacar a los estudios de género. Y todo justificado desde la premisa que “el señor Presidente no está de acuerdo” que esto sea parte de una política de Estado, aunque sea parte de la Constitución”.

Una editorial del mismo periódico público, escrita de puño y letra por el doctor Cesar Paz y Miño, señala: Como médico y genetista, enfrento la falta de políticas públicas congruentes en estos temas. El manejo oficial lastimosamente evitó enfoques reales de asuntos complejos como: infecciones de transmisión sexual, mayor riesgo de malformaciones congénitas, suicidios; el embarazo no intencionado en adolescentes o por violación, que son problema de salud pública mundial. No tomar acciones preventivas generará ingentes costos sociales. Reducir los riesgos del embarazo en las adolescentes es una prioridad clara para los países que se esfuerzan por alcanzar los objetivos de Desarrollo del Milenio (OMC).

El médico que editorializa alerta de que la Enipla cae en errores conceptuales “como que la píldora del día después es abortiva o asociar el uso de condón y otros anticonceptivos con pecaminosidad. La Enipla debe liderar sin prejuicios los objetivos para los cuales fue creada y cumplir con el compromiso social del Gobierno de prevenir y solucionar problemas de salud. El Gobierno debe atender este problema considerando las políticas de salud internacionales; a más de las campañas de educación, debe contemplar la interrupción terapéutica y segura del embarazo, la eugenesia, el diagnóstico prenatal, anticoncepción, esterilización, etc.”

Algo huele mal en Dinamarca, cuando el énfasis está en retrasar las relaciones sexuales, en la abstinencia como método anticonceptivo, entonces la educación sobre estos métodos se estigmatiza en un segundo plano, como denuncia El Telégrafo. Ojala no estemos a destiempo de comprender que de este modo peculiar de gobernar, con la moral como política pública salpicada de moralina, difícilmente avanzamos Patria.

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