Fotografía Leonardo Parrini
Por Leonardo Parrini
El hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma, esta promisoria
frase de Marx sirve de preámbulo para comprender la relación de la sociedad con
el entorno natural. Relación que en la práctica está marcada por la inarmonía
y, en la teoría, sigue preñada de confusiones.
Cuando Marx enunció esa máxima
de su pensamiento social, quiso dar cuenta de la dialéctica existente entre los
seres humanos y el hábitat donde tiene lugar la vida en comunidad. Una relación
que nunca debió ser conflictiva -ni contradictoria- en su rol social; pero, que
desde el comunismo primitivo hasta la sociedad capitalista, evidencia una
contradicción histórica y natural. La primera contradicción, decía Marx, es la
del hombre consigo mismo; y, la segunda gran contradicción, es la del hombre
con la naturaleza. Esto como resultado de la instauración de un modo de vida
caracterizado por la explotación del hombre por el hombre y de la utilización
depredadora de la naturaleza.
¿Cómo pudo el hombre
enajenarse de sí mismo y extraviarse en su propio entorno natural?
La respuesta está en la voracidad
del modo de apropiación privada de los recursos, que convirtió al hombre en
lobo del hombre y en enemigo de su habitat. Se asume que en la sociedad
primitiva los medios de producción eran de la comunidad, así como el fruto del
trabajo colectivo; por tanto, debió existir una relación fraternal de los
hombres entre si y armónica del hombre con la naturaleza. Si no, ¿cómo explicar
la sobrevivencia humana en condiciones precarias tan adversas? Pero aquella
confraternidad que congregaba al ser humano en armonía con su entorno, llegó a
su fin cuando surgió el sentido de propiedad privada en que ya no fue dable
compartir, sino apropiarse de lo producido y recolectado en desmedro del otro.
Ese instinto privatizador terminó con la congregación del hombre consigo mismo
y dio paso a la depredación violenta de la naturaleza.
Hoy, que las culturas
ancestrales que habitan el planeta se aferran a la relación filial con la
Pachamama, y que se quiere anteponer la naturaleza al hombre, es hora de volver
a un sentido objetivo de la relación con el ambiente. Un entendimiento que
permita reconocer a la naturaleza sus derechos, a partir de su capacidad de ser
consciente de sí misma a través de la inteligencia humana.
El arte es la forma de
representar esa relación social y natural del hombre con la vida, y puede ser
el nexo que viabilice esa inteligencia pendiente. Más aún, si el arte retorna a
una relación también de armonía con la ciencia que haga posible, en conjunto,
dar una mirada humanizada y transformadora de la realidad. Puesto que ésta no tiene por qué ser caótica, ya que se sabe que los niveles de
organización de esa realidad -inorgánico, orgánico e histórico- permiten al ser
humano aproximarse a la vida social y natural, a través de su sabiduría y
creatividad para no sucumbir ni depredar su entorno.
El sentido de la
defensa ecológica no debe anteponer a la naturaleza como prioridad por sobre el
ser humano; como no puede, tampoco, perderse de vista que la sociedad debe usar
con responsabilidad los recursos naturales para satisfacer sus necesidades de
sobrevivencia en comunidad. Frente a esa verdad luminosa de que el hombre es la naturaleza que toma
conciencia de sí misma, en el Día Mundial del Ambiente, amerita reconocer
que ese ser natural no es posible ser concebido, sin aquella matriz maravillosa
donde se incuba la vida.
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