Fotografía El Comercio
Por Leonardo Parrini
A falta de un análisis
trascendente del contenido de los discursos públicos en la escena
política ecuatoriana, se privilegia como un hecho relevante discutir la forma
de la oratoria, e incluso su plataforma o soporte tecnológicos. A raíz del discurso
de Gabriela Rivadeneira, Presidenta de la Asamblea Nacional, pronunciado en la ascensión
presidencial de Rafael Correa, hay quienes recién se percataron del uso del
teleprompter en los actos oficiales. Y se desató la satanización política de
quienes utilizan dicho artilugio, bajo la sombra de la duda de su capacidad
intelectual.
El apuntador que ayuda a los
oradores es de vieja data. En la antigüedad se usaba el papiro, luego el
pergamino y con la invención de la imprenta, el texto impreso en papel. En la
actualidad se usa el teleprompter, para evitar “ese característico gesto de
sumisión y ensimismamiento de quien se limita a leer un papel sobre la bandeja
del podio”. El teleprompter o
apuntador óptico de cristal conectado a un computador en la que el texto que se
desplaza de manera vertical en la pantalla, fue inventado hace más de medio
siglo y se hizo famoso cuando durante un discurso el Presidente norteamericano,
Herbert Hoover, grito: ¡Maldita sea, que avance el
prompter más rápido”, ante la imposibilidad de seguir el ritmo normal de lectura. En
algunos foros del mundo, salones plenarios y conferencias, ya se prevé que el
orador de turno haga uso de este recurso tecnológico como una práctica
comunicativa tan habitual, como consultar el seguimiento de las noticias en una
Tablet.
¿Qué hace entonces que el uso
del teleprompter en la Asamblea Nacional ecuatoriana desencadene la crítica de
la prensa y sectores políticos opositores al régimen?
Habitamos un mundo en el que
la representación de la realidad ya ha superado al referente en el que estaba
su razón de ser. No se trata de imitación de la realidad, sino que es un
simulacro, una maniobra audiovisual percibida falsamente como real y que impide
darnos cuenta de esa situación para seguir inmersos en una realidad simulada.
El prompter se ha convertido
en el símbolo de la simulación, ubicado obscenamente entre el orador y el público
pasa desapercibido por su ubicua transparencia, pero está ahí con su poder
simulador, su capacidad simbólica de representar las ideas del orador o, peor,
de estar en lugar de su capacidad oratoria. El teleprompter forma parte de esa realidad
virtual en la que los referentes reales no existen y sólo tenemos la ilusión de
su existencia, y en ello el papel de los medios de comunicación es fundamental,
por la contribución decisiva que tienen en esa sustitución de una realidad real
por otra ilusoria.
Al usuario o usuaria del
teleprompter se le acusa del pecado de simulacro de representación oratoria,
ventriloquía del discurso redactado por asesores, confesión de partes respecto
de la incapacidad intelectual de pronunciar un discurso improvisado o meditado.
No en vano, el prompter proviene del latín impromptus: sin
preparación. Se acusa al orador apoyado en el prompter de discapacidad intelectual de pronunciar un discurso propio.
¿Qué diferencia hay -para
fines políticos- entre escribir un texto, leerlo o suscribirlo? Hablar bien, es
distinto a leer bien un teleprompter. El Anchor de televisión lo sabe perfectamente,
puesto que sin ese artilugio no es nada ante la cámara. El Anchor que trabaja a
diario en el set frente a un teleprompter
conoce la importancia de su uso y nadie dice nada en su contra. Peor aún,
cuando se desconecta el prompter durante una transmisión en vivo, y ciertas
estrellas de la tele quedan en blanco, balbuceando un nervioso paso “a corte
comercial”, por falta de una más convincente capacidad de improvisación ante
las cámaras. Barack Obama es un asiduo usuario de prompter, al punto que sus
detractores se preguntan qué seria y qué haría Mr. President sin su teleprompter.
¿Es el teleprompter un
artilugio sustitutivo del pensamiento? Definitivamente no. Sucede que en la
sociedad del espectáculo y del simulacro, cada vez es más dificil distinguir
los gestos auténticos de aquellos que no lo son. Ya no podemos hablar de
relacionarnos con la realidad misma, sino con el conjunto de representaciones
que pasan por realidad. Es lo que Baudrillard llama la híper realidad, en referencia a que las representaciones son más
reales que lo real. Para el filósofo francés “realidad e imagen, falso y
verdadero, se confunden de manera endémica en el mundo hiperreal de la
simulación”.
Dado el rol que los medios
audiovisuales cumplen en la vida cotidiana, hoy ya no pedimos realidad, sino
mediaciones. Nuestra relación con la tecnología, y en particular con Internet,
es un buen ejemplo de esta lógica. La calidez seductora del discurso
interpersonal es sustituida por “el éxtasis de las imágenes, por la pornografía
de la información”. Y esa frialdad obscena del mundo de la comunicación
audiovisual, ha sido puesta en evidencia por el bendito teleprompter.
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