Por Leonardo Parrini
Eran los aciagos días de la dictadura de Pinochet cuando conocí a Manuel
Capella en el Quito franciscano y solidario que nos acogió a los dos. En encuentros
en peñas nostálgicas y tarimas solidarias del exilio, siempre nos saludamos con
un abrazo al que sólo se interponía su guitarra y mi cámara que registraba su
rosto rotundo de hombre bueno, de ser humano destinado para grandes causas. Manuel
en esos días cantó y luchó con un gesto natural, sin posturas ni imposturas, y
lo hizo siempre con su voz poderosa y vibrante, desde donde emergían palabras
de denuncia, versos esperanzados, o un poema de amor musitado en secreta voz.
Capella era de esa raza de músicos populares uruguayos que emergieron
bajo la égida musical de Daniel Viglietti y Los Olimareños. Había nacido musicalmente
en Uruguay Canta, en 1969, un
performance que marcó el inicio de la canción popular charrúa en el teatro
Odeón de Montevideo. Entrado los años setenta, época oscura de nuestra historia continental latinoamericana,
Manuel surge con un destello poético y musical propio junto al poeta Francisco
Trelles, con el álbum Luces Malas que
evocaba el Uruguay bucólico de su infancia. Al cabo de un tiempo, el llamado de
la conciencia y su compromiso de cantautor, lo muestran de cuerpo entero en la
obra Se trata de Caminar, donde
enarbola su protesta por el clima social y político de esos años.
En 1973, Uruguay y Chile comparten el funesto destino de las dictaduras
militares. Es entonces que ambos, desde distintos caminos, decidimos migrar de
la tierra natal, ensangrentada y pisoteada por el fascismo. En 1977, nos
encontramos un buen día en Quito, a la luz de su repertorio y de la esperanza
que manteníamos encendida en mejores días. Dos años más tarde Manuel me concede
una entrevista, luego de cantar en el Concierto de la Unidad Latinoamericana
donde comparte barricada con los
mejores exponentes del canto sudamericano. De esos días data mi admiración por
este tremendo ser humano que hoy nos deja más solos en el mundo.
Cuando supe la noticia de su muerte, fui a
mis archivos en casetes y escuché en una vieja grabadora el tema Quemando
Mentiras en el que Manuel atiza el fuego de sus grandes verdades. Y me
quedé pensado en el tiempo de lucha que nos unió y que no ha pasado en vano. Dicen
que uno lleva su muertos vida adentro en un largo andar de la nostalgia, que no
del olvido. En un recoveco de esa senda espero volver a estrechar en un abrazo
a Manuel Capella, antes de que sea demasiado temprano para nacer de nuevo.
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