Por Leonardo Parrini
Salió humo blanco: habemus nuevo
Director Ejecutivo del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador. El
nombramiento recayó en Juan Martin Cueva, cineasta de vieja data y gestor
cultural a la cabeza de importantes eventos cinematográficos realizados en el país. Juan Martin, de personalidad afable, gesto seguro y bien meditado uso
de sus conceptos, asume el desafío con mucho carrete recorrido en la producción
y en la gestión cinematográfica. En su trayectoria destaca el Festival de
Cine Cero Latitud, además, es miembro fundador de Cinememoria e integrante del
equipo organizador del Festival Internacional de Cine Documental Encuentros del Otro Cine EDOC. Entre sus realizaciones documentalistas más sobresalientes están Este maldito país (2008) y El lugar donde se juntan los polos, que
obtuvo el premio al Mejor documental en el Festival Internacional de Cine de
Valdivia, Chile, 2002.
Lo notable, desde la primera toma de este close up a Juan Martin, es que tiene la película clara de lo que se
debe y se puede hacer en el CNC. Una entidad creada para fomentar la producción
cinematográfica, impulsar la formación de públicos y salvaguardar el patrimonio
fílmico y audiovisual del Ecuador. Sin
duda, todo un desafío para el flamante Director que deberá poner en acción un
trabajo que signifique cristalizar retos y expectativas de desarrollo del cine,
como se propone Cueva. De cara a ese propósito, Juan Martin ha manifestado su decisión
de hacer un diagnóstico sereno y una hoja de ruta realista, con aportes y
sugerencias de los sectores interesados en la gestión del CNC.
En la sinopsis de la propuesta de Cueva al frente del CNC se vislumbra
un enfoque dirigido a cambiar –diríamos- la matriz
productiva del cine ecuatoriano, en sincronía con la nueva era industrial que
emprende el Ecuador. Esto hace sentido en un país que se ha caracterizado por expresiones cinematográfica autorales; por lo mismo, ricas en miradas diversas
y convexas de un cine hecho a pulso, sin mayores recursos, pero con notables resultados.
En este propósito industrializador, no debería perderse aquel sello personal que
cada director, realizador o autor ha puesto en las películas criollas y que han resultado celebradas dentro y fuera del país. Cuando el talento personal
ha logrado proyectar un lenguaje propio, inteligente y afirmatorio de la
identidad nacional o regional, a través de historias suscitadoras, este
esfuerzo autoral ha sido reconocido por la crítica, los festivales y, lo más importante,
por el público.
Esa potencia productiva debe multiplicarse desde el CNC bajo la dirección
de Juan Martin, ahora con apoyo de la ley, asignaciones presupuestarias y
estrategias claras. Si la industria genera recursos, ya sea por taquilla o por fondos
estatales, y así potencia el éxito de las mejores realizaciones y dichos
excedentes permiten, solidariamente, subvencionar la cristalización de creaciones
de menor alcance, enhorabuena. Si todo aquello significa industrializar el cine ecuatoriano, pues bien, luces, cámara y
acción.
¿Y qué hay de los grandes circuitos de distribución, en que nuestras realizaciones
fílmicas locales perviven marginadas? Pues habrá que poner énfasis también en
la circulación de la obra, puesto que allí radica el punto débil del proceso de
producción cinematográfica en el Ecuador. Consciente de aquello, Juan Martin
considera que no se puede decretar –por decirlo de alguna manera- el taquillazo de una película, ni se puede
apelar a un mero sentimiento nacionalista para hacer entrar al público a una sala y
aplaudir la producción criolla, si ésta no ofrece un atractivo al espectador. En
tal sentido, en un mercado de 14 millones de boletos vendidos anualmente, Cueva
propone una producción destinada al gran público y otra enfocada, con criterio más
selecto, vía festivales y premios internacionales. Se apagan las luces y nos
disponemos a ver la realización del CNC -con un nuevo guion que deberá ser
exitoso para el cine nacional- bajo la dirección de Juan Martin Cueva.
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