Por Leonardo Parrini
Entre toda la retórica emanada por la vertiente oratoria del socialismo
del siglo XXI, el discurso de la Revolución Ciudadana en Ecuador suele ser el más
ubicuo, enfilado en proyectar estrategias a mediano y largo plazo, rebasando la
contingencia secamente coyuntural.
En una sociedad sin relato global, el discurso de Gabriela Rivadeneira, Presidenta
de la Asamblea Nacional con motivo de la envestidura presidencial de Rafael
Correa, es elocuente, y tiene todo los tintes de una arenga de pretensiones históricas.
El llamado a revivir la utopía como aspiración social e individual es, desde
todo punto de vista inquietante, en el buen sentido del término. La reivindicación
al derecho a soñar y concebir un mundo mejor –que para la joven parlamentaria
ecuatoriana encarna en el Sumak Kawsay o buen
vivir de la revolución ciudadana- es volver al relato señero que se había
perdido en la sociedad ecuatoriana.
En ese exacto sentido, Gabriela Rivadeneira alude a la causa de fondo de
porqué un proceso de cambio político y social como el que tiene lugar en
Ecuador, cuenta con el evidente apoyo popular: Había que vencer la precariedad y vulnerabilidad de un mundo sin utopía.
Había que rescatar los ideales
aplastados por un tiempo sin ideales. Un periodo en que la política como
actividad perdió total credibilidad, por obra y gracia de una partidocracia
desgastada y extraviada en sus ambiciones sectarias y la corrupción de una práctica política
colusoria que llevó al país al borde de la desintegración nacional.
Es notablemente un signo de valentía ideológica y de solvencia moral
proclamar, aun en las palabras, el retorno a la utopía entendida como el
derecho ciudadano a exigir derechos y a repensar un país más equitativo en su
rica diversidad. Las ideas mueren cuando no se las enuncia y, peor aún, cuando
no se las cristaliza en la práctica. Ese es el signo posmoderno de pragmatismos
ramplones y presuntas muertes ideológicas, de un silencio total de ideas motrices
que pretende convencernos de la futilidad de soñar.
Concebir lo posible en lo imposible es, sin lugar a dudas, el llamado de
Gabriela Rivadeneira imbuida de la energía de su juventud y convicción en un
ideario simple y declaratorio, sincero y transparente. Su atractivo procede, en parte, de que anuncia
algo que puede suceder, promete el sentido o lo modifica con insinuaciones. En este limbo de las quimeras perdidas al
que nos empuja de bruces la sociedad posmoderna, el llamado de Rivadeneira a
vivir la utopía como un hecho posible, es una tonificante arenga en una
sociedad en la que la desesperanza reemplazó nuestra capacidad de asombro ante
la posibilidad de un país diferente.
Esa instigación a creer en la utopía de un Ecuador renovado nos remite a
la idea de Néstor García Canclini que la cultura, e inmersa en ella el arte, es el camino para rescatar el
relato de una sociedad más integradora, a través de un gesto de inminencia con
el ser humano. Gabriela dio la primera campanada de una cruzada que le
corresponde a la cultura impulsar. En un país en el que estamos confrontados
con muchas etnias y formas culturales, la cultura debe acercarnos a una retórica
política que nos cohesione y ponga en relación las diversidades nacionales.
Al mismo tiempo, la carencia de un relato universalizador es motivo de
celebración, como señala García Canclini, porque deja abierto el juego a la
intervención de diferentes actores, de formas de pensar y de sentir. En este
sentido, amerita en el Ecuador de hoy que se organicen, orgánicamente, las
interacciones sociales y políticas que nos conduzcan a la concreción real del país
utópico que se nos propone. Una de esas voces es la de Gabriela Rivadeneira,
nueva vocera de la esperanza en la utopía.
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