Por
Leonardo Parrini
La Plaza
República de Chile en Quito, es un área verde ubicada al norte de la capital
ecuatoriana sobre la avenida Eloy Alfaro, donde se yergue una estatua ecuestre
de Bernardo O’Higgins, prócer de la Independencia sureña y una efigie de una
pareja que baila cueca y que evoca la presencia de Gabriela Mistral y Pablo
Neruda, las dos voces poéticas chilenas galardonadas con el Nobel de
Literatura. En ese sitio de la ciudad donde confluye tan selecta pléyade de
nombres históricos, los chilenos pretenden cambiar una historia, por decir lo menos,
absurda: conseguir votar en el exterior en las próximas elecciones
presidenciales del 17 de noviembre de 2013 que tendrán lugar en Chile.
Historia
absurda, porque los chilenos permanecen discriminados en su derecho a elegir y
ser elegidos en el país que se ha ufanado siempre de su apego a las
instituciones democráticas, al punto que los chilenos de antaño, es decir
aquellos de la primera mitad del siglo XX, decían ser los suizos de Latinoamérica. Esa institucionalidad mítica de los
chilenos se puso a prueba y quedó intacta, tanto durante el proceso
revolucionario de Salvador Allende como en la dictadura fascista de Augusto
Pinochet. Institucionalidad que, no obstante, se contradice a sí misma en una
condición por superar que está en el ADN de los chilenos. Ser un país
excluyente, socialmente impermeable, esencialmente estático en sus privilegios,
cuando no en los pujos de una clase dominante que apela a su estirpe, apellido
y dinero para ejercer desde siempre el poder en Chile. Clase hereditaria de
rancios abolengos de procedencia colonial europea, o criolla, que tejieron un
entramado en la sociedad chilena hasta ahora imposible de transgredir.
Alguna vez
alguien me dijo: en Chile no sacamos nada con ser arribistas, porque nadie
puede trepar por encima de su cuna, de su apellido y de su clase, sin ser
descubierto y jalado de la chaqueta para que vuelva a sus orígenes. Entonces
Chile ha sido, históricamente, el país de clase media, puesto que nadie quiere
ser de clase baja y nadie consigue ser de clase alta auténtica, si no nació en
cuna de oro, de la Plaza Italia para arriba donde empiezan los barrios
santiaguinos altos en status geográfico, social y económico. Ese es el Chile
que desprecia al de abajo y envidia al arriba, el que impide que la adhesión
social vaya más allá de las Teletones donde los chilenos viven por unas horas
la ilusión de ser un país solidario. Ese Chile indemne después de revoluciones,
dictaduras y terremotos, hoy mantiene una Constitución política funcional a las
inamovilidades sociales que impiden toda posibilidad de cambio, pero que al
mismo tiempo abre las puertas a una crisis de proporciones que puede hacer
reventar la olla de presión que subyace en la sociedad chilena.
Una reforma estancada
En el
sustrato del Chile estacionario de magma social profundamente excluyente,
el más desigual del mundo, hoy los chilenos que residen fuera de su país exigen
"el derecho
al voto sin condiciones" en el marco de la campaña Haz tu voto volar que se realiza en 50 ciudades. Una cruzada que
tiene mucho de nostalgia y que pretenden cambiar lo que dicta un escrito de la
página web oficial del Gobierno de Chile: Los chilenos que residen en el extranjero serán inscritos
automáticamente como el resto de los chilenos. Su inscripción se hará según su
último domicilio en Chile o su lugar de nacimiento. Ello les permitirá votar
dentro de Chile en todas las elecciones que se realicen. En el futuro podrán
emitir su voto desde el extranjero, siempre que se apruebe la Reforma
Constitucional.
En
diciembre del año 2010 se envió al Congreso un proyecto de Ley, a través de una
propuesta de Reforma Constitucional que permite el voto en el exterior para
elecciones presidenciales y plebiscitos. La Reforma Constitucional fue
rechazada en el Senado en mayo de 2011. Ante esto, el Gobierno decidió retirar
de discusión el proyecto de Ley que Regula el Voto de los Chilenos desde el
Extranjero, ya que estimó que sin Reforma Constitucional la Ley dejaba de ser
factible. Posteriormente, en octubre de 2011, el gobierno presentó la
insistencia a la Reforma Constitucional ante la Comisión de Constitución,
Legislación y Justicia de la Cámara de Diputados.
Hace
unos días la diputada socialista Isabel Allende dio a conocer una moción con el
fin de que este tema se discuta en el Parlamento. Sin embargo, voces contrarias
como la diputada de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Marcela Cubillos,
se oponen a la idea, porque señala que “El votar y elegir el destino
de un país en el cual ellos no viven y con el cual no tienen vinculación, creo
que produce una falta de responsabilidad muy grande en el voto que a mí no me
parece deseable".
Las
cartas están echadas y los chilenos en todo el planeta están movilizados por el
derecho a elegir y ser elegidos. No podrá Chile borrar el estigma de país
desigual y excluyente si no hay señales claras en el seno de la clase política
de respetar los derechos de sus compatriotas, a través de la Reforma
Constitucional pendiente que consagre el ejercicio del voto de los
connacionales en el exterior, puesto que como dice la consigna “todos somos
chilenos”.
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