Fotografía Arte Spain
Por Leonardo Parrini
¿Cómo puede el arte, a partir de una falsa expresión, cumplir con el rol de transgredir, transformar y dar sentido a la realidad? Esta es una interrogante imperativa que suscita la lectura de un artículo acerca de la valoración que hace del acto estético Avelina Lésper, crítica de arte mexicana.
¿Cómo puede el arte, a partir de una falsa expresión, cumplir con el rol de transgredir, transformar y dar sentido a la realidad? Esta es una interrogante imperativa que suscita la lectura de un artículo acerca de la valoración que hace del acto estético Avelina Lésper, crítica de arte mexicana.
Lésper apunta los fuegos contra lo que denomina “la carencia de rigor, el vacío de creación, la ocurrencia y la falta de inteligencia del falso arte” que llega a museos y exhibiciones sin ningún impedimento. La falsedad del arte contemporáneo, el dogma inconfesable, denunciado por la mexicana desnuda de cuerpo entero a más de un pintor de galería.
El mercantilismo imperante impone -como fin último- la transacción de piezas entre curadores y coleccionistas. Obras emergidas de las manos de
pintores que realizan una producción en serie, más cercanos de la artesanía que
del arte. Su trabajo es “mover obra” en un mercado de consumidores para quienes
las piezas adquiridas cumplen una función como artefactos decorativos. Esto me remite a la sincera confesión de un pintor amigo que reconoce que sus
clientes compran sus obras por encargo, cuadros que deben tener una dominante
tonal acorde con el color de las paredes de su nueva casa “para que hagan juego
con diferentes ambientes”.
Esta tendencia a la trivialización del asunto artístico habla de la
desnaturalización del arte como gesto transgresor y transformador de la
realidad, convertido en pastiche donde lo accesorio prima por sobre lo esencial
y lo ornamental desplaza a lo estético.
La obra es acepada en "sumisión con una autoridad que impone sus
criterios", afirma Lésper. Pero es que ni siquiera impone criterios, simplemente sacraliza lo que considera válido en la obra
a partir de una actitud de oráculo. Hay críticos que todo lo que tocan con su
palabra sacra, convierten literalmente en oro. Basta que la obra sea mencionada
por ciertas vacas sagradas de la
crítica para que “exista” y se
cotice en los circuitos donde se transan y transitan las mercancías del arte.
Ecuador no es la excepción, aunque a escala y medida de las posibilidades de nuestros
traficantes criollos de obras.
Lésper arremete también contra el ready
made o “lo ya visto” del arte hecho con “objetos encontrados”. Tendencia
creada por Marcel Ducham que denomina arte
a objetos producidos industrialmente y sacados de su contexto original,
desfuncionalizados y convertidos en obra artística. Arte –por lo demás-
deliberadamente utilitario y obviamente decorativo, ejecutado sin ninguna
intervención y declarado como tal, por el hecho de que “arte es lo que se
denomina arte”, según Ducham. Una provocación, a todas luces, como la
exhibición que hizo Ducham de una rueda de bicicleta y un urinario en 1915,
trastocando todos los cánones estéticos de la época.
A la falta de singularidad del arte, Lésper añade a su crítica la idea de
la sustitución de los artistas por la masificación de la actividad en la que
“todo está predestinado a ser arte”, desde las excrecencias, las fobias, hasta
los mensajes de internet. Se impone entonces “un ejercicio ególatra” que no
distingue entre los excrementos, performances del llamado arte en vivo o artefactos
hechos con “abrumadora simpleza creativa”.
Esta banalización de contenidos aleja definitivamente la posibilidad de
que el arte devuelva el sentido de fruición estética al espectador. La
trivialización de la obra artística cuando es exhibida por los mass media para consumo masivo, hace que
ésta sea empastillada en breve entregas, -por ejemplo un fragmento de opera en
la voz de Pavarotti-, ya que “el arte no vende” -como
en una ocasión me anticipó un funcionario de Ecuavisa- pero hay que estar al aire con un producto
“artístico” televisivo que, de todos modos, debe ser maquillado de pieza exclusiva y utilitaria.
El actual es un arte segregacionista y excluyente que desprecia al
espectador poco versado, encarándole una ignorancia insuperable. Un artificio
que se sitúa a años luz de ser un arte para la integración transformadora de la
realidad en el camino de un mundo más humanizado. Un arte que, nada más, requiere
ser vendido al mejor postor en pura complacencia de mercaderes y patrocinadores.
Un fraude de simuladores que volvieron la espalda a sus semejantes en un
simulacro de la realidad artística, frente a la cuál claudica toda redención
liberadora de un arte del hombre para el hombre.
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