Por Leonardo Parrini
El descontento es el primer
paso hacia el progreso de un hombre, dejó escrito Oscar
Wilde. Y aunque es probable que algunos
adolescentes chilenos hayan leído al poeta y dramaturgo irlandés del siglo
IXX, -quien siempre tiene mucho que
decir a la juventud-, hoy día miles de estudiantes secundarios y
universitarios se encuentran rindiendo examen de rebeldía en las calles como
muestra del descontento ante el excluyente sistema educativo
chileno.
La crisis tiene antecedentes
en la ausencia de una política educativa de Estado que reforme a fondo lo que
de manera escandalosa se ha consolidado como “el lucrativo negocio de la
educación en Chile”. Un sistema que pone
al margen y niega el acceso al estudio a miles de jóvenes de ese país puesto
que, como dice el presidente de Chile, Sebastian Piñera, es “un bien de
consumo” y no un derecho reconocido como tal, ya que “nada es gratis en la
vida”, concluye el mandatario.
El “consumo” de la educación cuesta al Estado chileno apenas el 15% que otorga en becas, mientras que el
otro 85% lo financian las familias de los estudiantes universitarios cuando
están en condiciones de hacerlo. Y aunque el gobierno del empresario Piñera ha
incrementado del 0,3% al 1,3 % del PIB el rubro de educación, expertos señalan
que es absolutamente insuficiente puesto que “el tema no se resuelve con plata,
sino con políticas públicas que establezcan que la educación “de calidad” es un
derecho, ya que el Estado debe velar por ello estableciendo colegios y
universidades públicas y gratuitas”.
La gratuidad de la enseñanza
es la principal bandera que levantan los estudiantes rebeldes que
desde hace siete meses se encuentra en pie de lucha con el régimen. En sintonía,
la presidenta de la poderosa federación de estudiantes de Chile FECH, Camila
Vallejo señala que la educación superior debe ser gratuita. A este petitorio el
régimen de Piñera ha prestado oídos sordos sin ninguna disposición al
diálogo, como respuesta clara que no piensa ceder en nada que afecte a la educación,
en tanto es concebida como negocio. En la tierra de Neruda y Mistral hoy día cuesta
mucho más estudiar que comprar un carro del año. Esa es la herencia de la
dictadura neoliberal de Pinochet que, en ausencia de políticas sociales, impuso
un sistema educativo mercantilista y excluyente que “redujo a menos de
la mitad el aporte público a la educación y permitió en 1981 la creación de
universidades privadas, a través de sociedades sin fines de lucro con casi
completa libertad para diseñar sus planes académicos”.
El descontento que estalló por
la educación deja en evidencia “la precariedad de un sistema que no tiene
interlocutores válidos y que apunta a una crisis de representatividad de los
partidos políticos, del parlamento, y de toda la elite que gobierna Chile”, dice Faride Zeran. Situación
que es una nítida expresión del desequilibrio social que origina un modelo
socio- económico neoliberal, concluye Zeran, Premio Nacional de
Periodismo.
En un abierto desafío y
pese a que en 2011 unos 200.000 secundarios perdieron el año producto de las
tomas y las 40 marchas que se realizaron, varios colegios desalojados volvieron
a ser ocupados. "No me sorprende que esta vez el peso de la indignación lo
estén llevando los escolares”, dijo el experto en educación, Mario Waissbluth.
A diferencia del año pasado,
el gobierno de Piñera autorizó el desalojo de los colegios, en operativos
policiales que en las últimas semanas dejaron cientos de detenidos tras la resistencia de alumnos
y apoderados. El descontento estudiantil se ha tomado las calles y los
establecimientos educativos y el devenir de los acontecimientos, acaso conceda
razón a la afirmación del poeta Oscar Wilde: el desencanto de los jóvenes hoy día en Chile, deberá ser el
arma de un cambio generacional que derribe las barreras de la educacion excluyente que los margina.
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