Por Leonardo
Parrini
¿En qué momento
nos empezaron a vender el futuro con pestilencia de pasado? Antes de ser así,
fue necesario que la memoria, más pájara que nunca, olvidara la prohibición de olvidar el pretérito imperfecto del Ecuador en manos de los mismos que hoy quieren
imponer la versión remozada de viejas prácticas neoliberales en el ejercicio
del poder. Los cabecillas del intento retro, por demás repetido en anteriores
oportunidades, se disputan el protagonismo callejero para perfilarse como
opcionados candidatos a la Presidencia en el 2017. Esta propensión es la
constante de quienes añoran el país caótico, mediocre e ingobernable donde hacían
de las suyas y sacaban grandes réditos. Uno de los comentaristas que se hace
eco de esa tendencia, el bloguero y analista colombiano José Hernández, tiene
la sinceridad de reconocer que los mentalizadores beligerantes que calientan
las calles con sonadas violentas para posicionarse como líderes natos de la oposición,
no cumplen a cabalidad con el perfil necesario para reemplazar a Rafael Correa.
Guillermo Lasso
que encabeza los sondeos entre los opositores, según Hernández, es señalado en su análisis FODA como el
banquero guayaquileño -que lleva algún tiempo fraguando su candidatura-, como “el
político más profesional de la oposición”. Su lastre es ser un rancio
representante de la bancocracia y carece de un perfil que lo diferencie de la
derecha; que viene contaminado con rezagos de la vieja oligarquía
socialcristiana proyectando, por lo mismo, una clara percepción de pasado. Jaime
Nebot, otro potencial candidato en su proclamado modelo exitoso en la alcaldía
de Guayaquil no funcionó, no funciona ahora. Para Hernández el nuevo postulante
a encabezar la candidatura presidencial de la derecha, Mauricio Rodas, necesita
darse a conocer en todo el electorado aprovechando aun los “bajos niveles de
resistencia” ciudadana que inspira. “Su perfil de político-fashion, vuelve
incierto lo que diga sobre sus convicciones. Si renunciara
a la Alcaldía para hacer campaña, el electorado quiteño lo castigaría”. Mientras
que el eterno opositor a los ocho años de régimen de Correa, el coronel Lucio
Gutiérrez, no puede más que remitirnos a su gobierno, un régimen derrocado por
el pueblo con una fuga presidencial aparatosa al exilio. “Su techo electoral
vuelve segura su derrota en una lid presidencial”.
Las actuales
intenciones de voto se reparten así: Correa entre 40 y 42%. “Es decir, puede
ganar en la primera vuelta si logra 40% y suma 10% o más de votos válidos de
diferencia con quien lo siga. Esa es una gran ventaja porque los votos duros
son suyos mientras el 35% de votos anti Correa se repartirán”, señala Hernández.
Las cifras de intención de voto también permanecen repartidas en los sondeos:
Lasso: entre 24% y 30%. Nebot: entre 8 y 10%. Rodas: entre 12 y 14%. Gutiérrez:
2%. Carrasco: menos de 1%. Páez: menos del 1%. Estos postulantes terciarían con
Rafael Correa quien, según el analista, “es trabajador tenaz y gran tarimero.
Ha recorrido muchas veces el país. Es conocido y reconocido. Sus seguidores son
devotos. Tiene el récord de duración en el poder en el país. Ha hecho obras”.
La opción golpista
La oposición concibe
un plan B que arranca de una masiva fuerza popular movilizada en las calles con
la función de paralizar al país, caotizarlo e inspirar la respuesta
restauradora de los militares y proceder a un recambio legal que maquille de
constitucionalidad a un golpe de Estado blando. En el trasfondo de los
argumentos opositores subyacen dos ideas: calentar la calle para obligar al
presidente Correa a rectificar supuestos desaciertos en la política económica y
dar marcha atrás en la reelección presidencial, pretendida a través de
enmiendas a la Constitución. Esta táctica de movilizar gente en las calles tiene
antecedentes en anteriores marchas, y funcionó durante años, dando a los
opositores la ilusión de una movilización permanente que derivaba y concluía en
la caída del Presidente de la República. Los levantamientos indígenas de los años
noventa tenían apoyo en las clases medias y cada sonada callejera multiplicaba
el descontento popular. A su vez, la partidocracia utilizaba a los indígenas con
fines golpistas para poner fin a los gobiernos que no eran del agrado
ciudadano.
El régimen ha denunciado que hoy día se pretende, nuevamente, sacar
las castañas con la mano del gato y utilizar el movimiento indígena que da la
cara y pone el pecho, mientras que los sectores de la pequeña burguesía urbana parapetada
en gremios de médicos, profesores, jubilados, choferes, ex militares, etc., pretenden
cohesionar un movimiento con características desestabilizantes desde la
tramoya. El manual de política callejera aconseja sumar a diferentes sectores,
al punto de que el conflicto escale a niveles caóticos de gran intensidad, como
una estrategia retro que dio resultados en el pasado. El momento político amerita
una reflexión: ¿es aceptable que una horda callejera derive en un movimiento
golpista que incite a las FF.AA a poner fin al actual gobierno, presionando un
golpe de Estado civil, sin llegar a terciar en las elecciones del 2017? La lógica
de paralizar el país, propiciando enfrentamientos, auspiciada por los mentalizadores
del paro nacional del 13 de agosto, es un deliberado intento de dirimir las diferencias
políticas dejando de hacer política, para comenzar hacer subversión con fines
desestabilizadores.
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