viernes, 27 de septiembre de 2013

LA DENUNCIA DE "UNA TRAGEDIA OCULTADA"


Por Leonardo Parrini

Ompure sintió demasiado tarde a los emboscados que, de pronto, saltaron de la espesura arrojándole sus largas lanzas de chonta. Salió del camino queriendo huir hacia el río, seguramente con la intensión de lanzarse a él, pero no pudo avanzar más allí de unos pasos, enredado entre la hojarasca, herido ya. Cayó al suelo, apoyándose en su brazo, sin llegar a desplomarse del todo. Le alcanzaron nueve gruesas lanzas de chonta, de más de tres metros de largo, maravillosamente labradas, adornadas con brillantes plumas multicolores. Los lanceros no se acercaron para rematarlo, como suelen acostumbrar en otras ocasiones. El ataque fue acelerado. Tres apenas se enhebraron en la piel, una de ellas le atravesaba superficial y lateralmente el rostro. Dos más se clavaron en tierra, a ambos lados del cuerpo, sin llegar a herirle. Los agresores, sin duda, huyeron precipitados. Ompure murió con rapidez. Entretanto, su mujer, Buganey quedó paralizada junto a un árbol viejo, tumbado en medio de la trocha lodosa. De inmediato cuatro lanzas le atravesaron el pecho y el vientre. La mujer cayó sentada sobre el barro. Iba a seguir viva durante más de una hora con las enormes lanzas prendidas de su cuerpo.

Este es un dramático pasaje del libro Una tragedia ocultada de los autores Miguel Ángel Cabodevilla y Milagros Aguirre, también ocultado o prohibido por orden de una jueza de la Corte Provincial de Justicia de Pichincha, el mismo día de su lanzamiento en la FLACSO. Con estilo fáctico, crudamente periodístico, el texto rebasa lo simplemente objetivo e imparcial y se convierte en una denuncia y en clamor por impedir más violencia y muerte, invocando justicia y la paz en los territorios Waorani, Tagaeri-Taromenani, en el corazón del Yasuní.

Los trágicos sucesos que tuvieron lugar en marzo de 2013, con las consiguientes acciones oficiales encajan perfectamente en la trama de un “manual sobre conflictos, políticas territoriales y culturales”. El 5 marzo Ompure y Buganey, dos ancianos Waorani, miembros de un grupo de indígenas en contacto inicial, murieron lanceados por parte de un grupo de Taromenane, indígenas en aislamiento. Pocos días después los familiares de los asesinados Waorani penetraban en tierras Taromenane para cobrar venganza por la muerte de sus seres queridos, raptando a dos niñas de esa comunidad y provocando una matanza de indígenas ocultos “en forma abusiva y cruel”, la versión de la venganza que dio la Nawe, organización Waorani, fue contradicha por la Fiscalía y el Ministerio de Justicia.

El libro plantea una severa crítica a la visión estatal del problema empeñada en hablar de “guerra entre clanes” y aplicación de “justicia indígena”. Al mismo tiempo el autor no duda en afirmar que la principal amenaza “para la vida de los grupos ocultos amazónicos resultó ser el hallazgo de petróleo y su posterior explotación por parte del Estado ecuatoriano”.

Lo novedoso del relato es la formulación de la hipótesis de que se trata de una matanza, obviamente, previsible y no evitada por el Estado, llamado a proteger la vida de los pueblos, comunidades y nacionalidades indígenas del Yasuní, cuyos episodios de violencia no son nuevos en esa “zona roja, que algunos ilusos o cínicos llaman intangible”. Zona que, según el autor, “sigue todavía permeada por toda clase de intromisiones ilícitas: madereros, cazadores colonos o indígenas, buscadores de emociones fuertes…”

La insuficiente presencia del Estado respondería a un manejo de “porciones limitadas de territorios, podríamos decir porciones puntuales y lineales (carreteras, terminales terrestres, aeropuertos, hospitales, escuelas, ciudades del milenio), sin un real control espacial de tipo areal”. La precariedad en los análisis y comprensión de la problemática amazónica ecuatoriana, denunciada en el libro, encuentra su asidero en una visión idealizante que sostiene que “los Waorani son “hermanos” de los Taromenane, o se habla de “vecinos”, y sirve para crear un clima tranquilizador y no pedir alguna intervención porque todo ya está arreglado”. La falta de realismo de esa visión impide ver que los Tagaeri-Taromenane “no son unos indígenas que quieren vivir en paz con sus vecinos cowori, como quieren hacernos creer algunos desatinados funcionarios, sino guerreros impelidos, tanto por sus creencias como por su tradición a matarlos”.

Si bien el libro reconoce que “con la presidencia Correa, a partir del 2007, se ha incrementado la presencia del Estado en la Amazonía, con el cambio fuerte de la huella empresarial -desde empresas transnacionales”, no es menos cierto que se suma “la debilidad y casi inexistencia de instituciones estatales de control social (autoridades locales, policías, jueces, etc.) en la zona, al menos hasta hace muy poco y todavía en la actualidad, podremos comprender cómo esta región ha sido, y lo sigue siendo tal…frontera sin ley”.

El universo del problema evidencia la realidad de grupos ocultos recolectores, incipientes agrícolas, -Tagaeri-Taromenane- dueños de una selva, pero “constreñidos a una mínima parte de lo que consideraban su territorio propio, que ahora ha sido saqueado y reducido, sin que ellos puedan entenderlo”. De allí que solo había un paso al ocultamiento que sucede, según los autores, cuando “son ocultadas las cosas que tienen que ver con ellos: el espacio donde habitan, sus relaciones, las amenazas de las que son víctimas, su historia, su forma de vida. Se oculta sistemáticamente su realidad y, también, la realidad de su entorno, de acuerdo a los más distintos intereses” Se oculta –y se exime cualquier responsabilidad estatal- cuando se plantea, sin más, que los indígenas se mataban desde siempre, desde antes de la Colonia mismo. “Se oculta cuando se cambian los mapas. Se oculta cuando se dice protegerlos en un lugar del territorio y ellos, están atrincherados, en otro. Se oculta cuando la prensa no investiga ni hace seguimiento alguno”. Libro valiente, sin duda, tan valiente como el "total" rechazo del Gobierno a la censura previa impuesta indebidamente.

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