Por Leonardo Parrini
Cuando Roland Barthes dijo que el símbolo es
una estructura ausente, quiso decir que ésta representa las cualidades en lugar
de aquello que dice simbolizar. Los símbolos en la inauguración de la nueva
sede de la Unión de Naciones Sudamericanas UNASUR, en Quito, en el sector de la
Mitad del Mundo, brillaron por su omnipresencia.
La Mitad del Mundo, esta imaginaria locación equinoccial preponderante por la ancestral
adoración a Inti, dios solar de los amerindios. Estratégica por su condición ecuatorial,
divisoria y equidistante de todos los puntos paralelos del globo terráqueo. Promisoria
por su atractivo turístico y comercial, es el símbolo de UNASUR. Todas estas cualidades
geofísicas de la mitad del planeta, bien son atribuibles a esta organización de
la unidad sudamericana creada en el 2008.
El lugar es imponente, techo del mundo, -como
solemos decir en Quito-, centro de la tierra que otorga esa condición geoespacial
tan especial. Como la propia sede del organismo regional, inteligente, dinámica
y moderna. He ahí otro símbolo de su tecné, de su capacidad de hacer y gestionar
los propósitos de sus pueblos representados en el último intento de alianza estratégica
sudamericana.
“Estamos en el
centro del mundo, donde se adoraba al Dios Inti, donde se celebraba la cosecha
y el buen vivir”, dijo el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, mandatario tan
afecto a los símbolos y las analogías. De suyo, su gobierno y país, hoy
sede permanente de UNASUR, es una promisoria metáfora de unión sudamericana.
Más allá de los
símbolos, el Presidente Correa puso el dedo en el meollo: UNASUR se viene
estancando, necesita ser revitalizada para pagar la deuda pendiente de la integración
y en esa demora hay un peligro –dijo, parafraseando
a Eloy Alfaro-, porque la desunión no resiste el tiempo perdido. UNASUR amerita
una urgente reingeniería de sus procesos, para avanzar sin tranzar con la
burocracia, o con la sobredosis de democracia en la que todo debe ser aprobado
por unanimidad, lo que da lugar a veto, por tanto, a frenar las iniciativas
subregionales.
Entre las
asignaturas pendientes, la ciudadanía sudamericana es otro reto simbolizado en
una identidad subcontinental que derribe las fronteras en la práctica cotidiana
de sus habitantes. Que abra los pasadizos, conecte a los pueblos, viabilice el intercambio,
fomente el diálogo y concrete la unidad en el día a día. Otros proyectos, en los que
parece haber consenso, consisten en crear un centro para discutir controversias
y concretar acuerdos de cooperación en el ámbito de la educación, para que sea
posible la formación de ciudadanos y profesionales.
La casa grande
Si de simbolismos
se trata, bien se podría llamar Hatun Huasi, casa grande, a la magnífica sede
de UNASUR. Símbolo, pero al mismo tiempo una realidad de 20 mil metros de construcción
y 17 mil de exteriores. Constituida a un costo de 43 millones de dólares, la
obra consta de cinco pisos levantados por las manos de 1.200 trabajadores del
sector. El edificio alberga salas de plenarias, bibliotecas, salas de reuniones,
servicios múltiples y es considerada la obra más moderna de Latinoamérica.
En esta sede se propuso mantener un trabajo
permanente de los delegados de UNASUR para hacer un
sitio de actividad cotidiana, y no solo un símbolo de reuniones altisonantes,
discursos emotivos y promesas incumplidas. Solo así UNASUR será ya un símbolo de sí misma:
unidad en la diversidad sudamericana, potencia mundial de la paz.
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