Por Leonardo Parrini
Si algo tiene de congénito el capitalismo postmoderno es la
escabrosa posibilidad de enseñar sus entrañas, sus mecanismos más obscenos de funcionamiento.
Eso es lo que ha ocurrido con las revelaciones hechas por el hombre más buscado
por el imperio: Edward Snowden, el ex experto de la CIA que desnudó un sistema
de espionaje masivo, a nivel mundial, realizado por los EE.UU. a nombre de su
seguridad nacional.
El flujo de información
clasificada que fue entregado por Snowden a los periódicos The Guardian y The Washington Post,
permite detectar oscilaciones en las relaciones de poder, porque evidencia la vulnerabilidad
de los sistemas de control social. La maniobra de Snowden mueve el mapa hegemónico
internacional, ya que desnuda a los EE.UU en su intención y ejecución de programas
fisgones de espionaje cibernético que abre la posibilidad a un cuestionamiento internacional
de su hegemonía política y tecnológica y su uso con fines geopolíticos,
militares y estratégicos.
Al mismo tiempo, la filtración
de información celosamente clasificada, y de procedimientos considerados secretos
de Estado, desmitifica los mecanismos del propio orden democrático de los EE.UU.,
al poner en evidencia la vulneración de la privacidad individual, eje
fundamental del derecho privado tan proclamado por los ideólogos del sistema político
y económico de vida norteamericano.
Ya los hechos del S11 habían desnudado
la debilidad del sistema de seguridad nacional y defensa estadounidenses,
que en su impotencia debe recurrir a métodos de espionaje reñido con las
propias leyes americanas para obtener información de sus potenciales enemigos. Y
lo que es más grave, la paranoia norteamericana empuja al Pentágono a trasladar
la guerra cibernética, asunto netamente militar, al terreno civil, puesto que
todos los ciudadanos del mundo, indiscriminadamente, están en la mira de los
espías en la mentada guerra antiterrorista.
La discusión académica de la denominada
transferencia tecnológica queda en el limbo ante una realidad escalofriante que
pone, en primer plano, el tema de la tecnología de uso cotidiano como arma de dominación
político militar. Ahora los usuarios de las redes sociales somos sospechosos de
terrorismo y se presume la culpabilidad sin juicio, por esa razón se indaga en
la vida de las personas para mantener un control sobre sus actos. El llamado
Proyecto Prism “enarboló la bandera de la seguridad nacional, para tener
registros de llamados telefónicos, correos electrónicos, fotos, videos y todo
material físico, digital o virtual de millones de norteamericanos”
El espionaje es un proceso
irreversible que desenmascara al más pintado de los moralistas del Pentágono, y
a la doble moral norteamericana, si es que en algún momento sintieron rubor de sus
acciones de espionaje. Un procedimiento de dudosa legitimidad que ya no tendrá
vuelta atrás en la escalada de una verdadera carrera belicista sin límites.
Esta espiral de actos ilegales echa por tierra los conceptos de lealtad y de traición
a la patria, argumento esgrimido por quienes profesan el chauvinismo norteamericano
como único derecho posible, por sobre los derechos humanos del resto de los habitantes
de las naciones del planeta afectados por el espionaje de los EU.UU.
Para Ecuador la situación es inédita,
puesto que ingresa en el campo minado donde se libran batallas en el esquema político
mundial de una correlación de fuerzas internacionales que reclama alineamiento,
y donde a estas alturas ya no caben las neutralidades.
Ha caído el telón de una trama
que todos sospechábamos, pero de la que nadie había podido demostrar detalles
de la concentración de poder del sistema hegemónico occidental liderado por los
EE.UU. La lista de hechos que han quedado al descubierto con las filtraciones
de información realizadas por WekiLeaks, y ahora por Snowden, son interminables
y oscilan entre crímenes de guerra, hasta espionaje telefónico y cibernético masivo.
La didáctica de todo este
embrollo enseña un hecho singular: ha quedado demostrado que el poderío político
militar de los EE.UU, es vulnerable ante sus propias armas. Esta vez no fueron aviones de la compañía insignia American Airlines que se estrellaron contra el
símbolo del poder económico, el Word Trade Center, o el símbolo del poder político,
el Pentágono: hoy es un ex agente de su propia red de espías que asqueado de
tanto procedimiento indebido, decide liberar su conciencia y sus actos en
contra de su propios jefes.
El mundo conexo en la aldea global
que soñó Marshall Mc Luhan, está teniendo hoy una fuga de su propia energía sistémica;
un hoyo negro por donde escapa la vertiente de información que permite su funcionamiento.
Algo así había previsto Lenin, cuando dijo que el monstruo del capitalismo
engendra su destrucción en sus mismas entrañas y empieza a dar coletazos, víctima
de sus propias contradicciones.
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