miércoles, 19 de junio de 2013

LA SINRAZÓN DE LA TECNOLOGÍA DIGITAL


Por Leonardo Parrini

Como la imagen que ilustra este artículo, el hombre se encuentra solo en la encrucijada de cara a la sinrazón de la tecnología digital. Omnipotente y ubicua la comunicación digital abre una brecha entre el ser y el actuar, entre el pensamiento y la acción de los comunicadores. Sin razón, porque la tecnología no tiene motivos para simular otra cosa distinta en sus imágenes producidas con la obscena obsesión de la HD o alta definición.

Pensar y hacer, una disyuntiva que los griegos tenían claro cuando daban a la Tecné, el saber hacer, un valor concreto; y a la Episteme, el saber pensar, un valor sustancialmente diferente. Pero esa sabiduría griega aun no es asimilada por la sociedad posmoderna y digital, puesto que continuamos obsesionados con la tecnología por sobre otras disciplinas humanas que nos devuelvan el sentido humanizado de vivir. La tecnocracia y los obsecuentes tecnócratas, son ejemplo vivo del despropósito de ver el mundo a través de “la técnica”, como si ésta fuera una filosofía de vida.

¿En qué anda la creatividad en la era digital y cómo se definen los contenidos al momento de producir imágenes? Esa es la pregunta pertinente que debemos hacernos productores y realizadores audiovisuales, ahora que, a propósito de la Ley de Comunicación, la producción nacional ecuatoriana tiene privilegios por sobre los enlatados extranjeros. Pero ahí surge un primer escollo: la nueva ley comunicacional no garantiza buenos periodistas o comunicadores; del mismo modo que la tecnología digital no supone, automáticamente, la existencia de buenos productores o excelentes realizaciones audiovisuales. Ante la opción de tener que multiplicar la producción nacional en la televisión, radio e impresos, necesitamos volver a la teoría de la imagen, regresar a una reflexión ontológica de cómo hacer imágenes en un proceso de producción simbólica en el que el medio no es el mensaje, sino el contenido.

¿Alta definición o profunda definición?

¿Será suficiente una cámara HD en manos de un empírico improvisado para hablar de profundidad en el contenido y calidad en la forma audiovisual? Aproximándonos a esta reflexión, el otro día un amigo productor en un diálogo profesional me comentaba que gracias a las nuevas tecnologías, la estética digital es superior; para hacer la afirmación se fijó “en la textura de la imagen” producida por una cámara HD, Canon EOS 7D. Cuando le pedí definir qué entendía por “textura”, me dijo “es que se parece al cine”. Entonces me pregunté en mi fuero interior ¿se parece, no lo es? Es decir, se trata de un simulacro, un remedo. Si se refería a la estereoscopia de la imagen, la profundidad de campo, o los sutiles desenfoques posibles, tenía razón en comparar la HD con las posibilidades de la óptica análoga sobre soporte de celuloide, hasta ahora insuperable por la vía digital.

El problema de fondo surge cuando se pretende que la sola HD o alta definición, resuelva todos los problemas estéticos de la forma y éticos del contenido. No deja de ser irónico y hasta patético, que una sofisticada cámara HD, pretenda igualar la calidad estética de las imágenes producidas por una Arriflex 35 mm.

El cine ecuatoriano que ya tiene historia, ha realizado lo mejor de esa historia, en producciones de bajo presupuesto, con cámaras de cine de 16 y 35mm. Por poner un ejemplo, Qué tan lejos, dirigida por Tania Hermida y producida por Paula Parrini, es la película más taquillera del cine ecuatoriano que fue rodada con una cámara de cine “a la antigua”, en plena era digital.

No deja de ser curioso que el gran esfuerzo digital -del software y el hardware- se enfoque en conseguir esa “textura” del cine en las imágenes, con toda la imperfección del caso que hace memorables a las imágenes cinematográficas. ¿Qué significa esto? Sencillamente que la era digital no ha conseguido una estética audiovisual propia y que hay que ir a buscarla al pasado, como tantas otras manifestaciones que esta época posmoderna y sinrazón hurga en el pretérito “clásico” de otros tiempos.

Talento ante el poder

Un ejemplo destacable del predominio del talento sobre la tecnología, es el cineasta norteamericano Michael Moore, quien hizo tambalear al imperio con una cámara Handycam de 200 dólares, gracias a su idoneidad profesional. Lo que quiere decir que la alta definición de la forma, no reemplaza la profunda definición de los contenidos.

Sicko es el título en inglés de un documental de Michael Moore, estrenado en junio de 2007, que investiga el sistema de salud en los Estados Unidos con un énfasis en las grandes compañías farmacéuticas estadounidenses y la corrupción al interior de la oficina para la Administración de Drogas y Alimentos FDA. Moore definió con estas palabras su documental: “Si la gente pregunta, díganles que Sicko es una comedia acerca de 45 millones de personas sin salud pública en el país más rico de la tierra”. En Roger y yo (1989), Michael Moore, denuncia “el sufrimiento de miles de familias que simplemente cayeron arrolladas al paso del gran capital y saca a la luz la lógica implacable del modelo de vida estadounidense”.

Su documental Fahrenheit 9/11, premiado en el Festival de Cannes 2004 con la Palma de Oro, insinúa que la guerra de EE.UU. con Afganistán no tenía como principal objetivo capturar a los líderes de Al Qaeda, sino favorecer la construcción de un oleoducto. Así mismo, Irak no era en el momento de la invasión una amenaza real para Estados Unidos, sino una fuente potencial de beneficios para las empresas norteamericanas.

Susan Sontag tiene razón cuando señala que fotografía no es la mirada misma, sino la forma de mirar. Insinuación que nos aproxima al verdadero sentido de producir imágenes. El más humilde lápiz de madera se parece al más sofisticado computador, o a la cámara HD de más “avanzada tecnología”: no funcionan solos, no piensan ni actúan sin la mano del hombre o de la mujer creadores. La tecnología es una herramienta, un medio, no el fin. El fin justifica los medios siempre cuando exista una equivalencia ética y estética. Si no hay ideas de calidad no hay imágenes de calidad. Sin talento, no hay paraíso audiovisual. 

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