Por Leonardo Parrini
Como la imagen que ilustra
este artículo, el hombre se encuentra solo en la encrucijada de cara a la sinrazón de la tecnología digital.
Omnipotente y ubicua la comunicación digital abre una
brecha entre el ser y el actuar, entre el pensamiento y la acción de los
comunicadores. Sin razón, porque la tecnología no tiene motivos para simular
otra cosa distinta en sus imágenes producidas con la obscena obsesión de la HD o
alta definición.
Pensar y hacer, una disyuntiva
que los griegos tenían claro cuando daban a la Tecné, el saber hacer, un valor
concreto; y a la Episteme, el saber pensar, un valor sustancialmente diferente.
Pero esa sabiduría griega aun no es asimilada por la sociedad posmoderna y
digital, puesto que continuamos obsesionados con la tecnología por sobre otras
disciplinas humanas que nos devuelvan el sentido humanizado de vivir. La
tecnocracia y los obsecuentes tecnócratas, son ejemplo vivo del despropósito
de ver el mundo a través de “la técnica”, como si ésta fuera una filosofía de
vida.
¿En qué anda la creatividad en
la era digital y cómo se definen los contenidos al momento de producir
imágenes? Esa es la pregunta pertinente que debemos hacernos productores y
realizadores audiovisuales, ahora que, a propósito de la Ley de Comunicación,
la producción nacional ecuatoriana tiene privilegios por sobre los enlatados extranjeros.
Pero ahí surge un primer escollo: la nueva ley comunicacional
no garantiza buenos periodistas o comunicadores; del mismo modo que la tecnología digital no
supone, automáticamente, la existencia de buenos productores o excelentes
realizaciones audiovisuales. Ante la opción de tener que multiplicar la
producción nacional en la televisión, radio e impresos, necesitamos volver a la
teoría de la imagen, regresar a una reflexión ontológica de cómo hacer imágenes
en un proceso de producción simbólica en el que el medio no es el mensaje, sino el
contenido.
¿Alta definición o profunda definición?
¿Será suficiente una cámara HD
en manos de un empírico improvisado para hablar de profundidad en el contenido y calidad en
la forma audiovisual? Aproximándonos a esta
reflexión, el otro día un amigo productor en un diálogo profesional me
comentaba que gracias a las nuevas tecnologías, la estética digital es
superior; para hacer la afirmación se fijó “en la textura de la imagen” producida por una cámara HD,
Canon EOS 7D. Cuando le pedí definir qué entendía por “textura”, me dijo “es que se
parece al cine”. Entonces me pregunté en mi fuero interior ¿se parece, no lo es?
Es decir, se trata de un simulacro, un remedo. Si se refería a la estereoscopia
de la imagen, la profundidad de campo, o los sutiles desenfoques posibles,
tenía razón en comparar la HD con las posibilidades de la óptica análoga sobre soporte de celuloide, hasta ahora insuperable por la vía digital.
El problema de fondo
surge cuando se pretende que la sola HD o alta definición, resuelva todos los
problemas estéticos de la forma y éticos del contenido. No deja de ser irónico
y hasta patético, que una sofisticada cámara HD, pretenda igualar la calidad
estética de las imágenes producidas por una Arriflex 35 mm.
El cine ecuatoriano que ya tiene
historia, ha realizado lo mejor de esa historia, en producciones
de bajo presupuesto, con cámaras de cine de 16 y 35mm. Por
poner un ejemplo, Qué tan lejos,
dirigida por Tania Hermida y producida por Paula Parrini, es la película más taquillera
del cine ecuatoriano que fue rodada con una cámara de cine “a la antigua”, en
plena era digital.
No deja de ser curioso que el
gran esfuerzo digital -del software y el hardware- se enfoque en conseguir esa “textura”
del cine en las imágenes, con toda la imperfección del caso que hace memorables
a las imágenes cinematográficas. ¿Qué significa esto? Sencillamente que la era
digital no ha conseguido una estética audiovisual propia y que hay que ir a
buscarla al pasado, como tantas otras manifestaciones que esta época posmoderna
y sinrazón hurga en el pretérito “clásico” de otros tiempos.
Talento ante el poder
Un ejemplo destacable del
predominio del talento sobre la tecnología, es el cineasta
norteamericano Michael Moore, quien hizo tambalear al imperio con una cámara
Handycam de 200 dólares, gracias a su idoneidad profesional. Lo que quiere
decir que la alta definición de la forma, no reemplaza la profunda definición
de los contenidos.
Sicko es el
título en inglés de un documental de Michael Moore, estrenado en junio de 2007,
que investiga el sistema de salud en los Estados Unidos con un énfasis en las
grandes compañías farmacéuticas estadounidenses y la corrupción al interior de
la oficina para la Administración de Drogas y Alimentos FDA. Moore definió
con estas palabras su documental: “Si la gente pregunta, díganles que Sicko
es una comedia acerca de 45 millones de personas sin salud pública en el país
más rico de la tierra”. En Roger y yo (1989), Michael Moore, denuncia “el
sufrimiento de miles de familias que simplemente cayeron arrolladas al paso del
gran capital y saca a la luz la lógica implacable del modelo de vida
estadounidense”.
Su documental Fahrenheit 9/11, premiado en el Festival de Cannes
2004 con la Palma de Oro, insinúa que
la guerra de EE.UU. con Afganistán no tenía como principal objetivo capturar a
los líderes de Al Qaeda, sino favorecer la construcción de un oleoducto. Así
mismo, Irak no era en el momento de la invasión una amenaza real para Estados Unidos,
sino una fuente potencial de beneficios para las empresas norteamericanas.
Susan Sontag tiene razón
cuando señala que fotografía no es la mirada misma, sino la forma de mirar.
Insinuación que nos aproxima al verdadero sentido de producir imágenes. El más
humilde lápiz de madera se parece al más sofisticado computador, o a la cámara
HD de más “avanzada tecnología”: no funcionan solos, no piensan ni actúan
sin la mano del hombre o de la mujer creadores. La tecnología es una herramienta,
un medio, no el fin. El fin justifica los medios siempre cuando exista una
equivalencia ética y estética. Si no hay ideas de calidad no hay imágenes de
calidad. Sin talento, no hay paraíso audiovisual.
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