Por Leonardo Parrini
Voce vai pra porra nenhuma, te vas a la mierda. Ese es el grito
generalizado que se escucha en 17 capitales estatales y otras 63
ciudades del Brasil, movilizadas en
protesta contra las autoridades por un intento de alza en el precio de los
transportes municipales y estatales. La lucha popular que ya se extiende más de una semana se inició
en descontento por la elevación de los pasajes del transporte, un rubro muy
sensible en un país con ciudades de grandes extensiones territoriales, cuyo costo
bordea $ 1,15 dólares. Sitios emblemáticos de la capital Brasilia, como el
Palacio de Itamaraty, se convirtieron en el epicentro de la protesta popular
que causó destrozos de los cristales en la afamada sede de la política exterior
brasilera. Los enfrentamientos con la policía han dejado un saldo de más de
treinta heridos, entre manifestantes y efectivos del orden, agredidos con objetos
contundentes y balas de goma.
Río de Janeiro, Sao Paulo Campinas, Porto Alegre, Vitoria y Salvador,
ciudades que en otros momentos hacen gala de alegría carnavalesca y futbolera,
hoy son el escenario de una movilización que refleja un problema de fondo en el
coloso carioca. La endémica desatención y la pretendida alza de las tarifas de
transporte público, “ganaron otras reivindicaciones, como mayores inversiones
en la salud y la educación pública, y críticas a los elevados gastos del
Gobierno para organizar eventos como el Mundial de fútbol de 2014”.
Brasil, desde hace dos décadas que no vivía jornadas tan violentas y generalizadas
de descontento popular; lo que refleja una situación de represamiento de las aspiraciones
populares en un país que se había encaminado por la ruta del populismo
socialista del siglo XXI. En el fondo del conflicto subyace una situación de desatención
a las necesidades básicas de la población, en contraste con la multimillonaria inversión
estatal para adecuar la infraestructura deportiva del país, de cara al campeonato
mundial Brasil 2014. No deja de llamar la atención que un país enfervorizado
por el futbol, segunda religión nacional, se levante en rechazo al privilegio
que reciben las inversiones deportivas en desmedro de otros rubros básicos como
salud, educación y transporte.
Una aproximación al problema de fondo amerita entender que las 250 mil personas
que salieron a las calles en Brasil, lo hacen después de “diez años
después de gobiernos del Partido de los Trabajadores, con escándalos de
corrupción, pero con una proyección social y global nunca vistas para Brasil, y
que hoy el gobierno se enfrenta con las clases medias y estudiantiles buscando
mayor justicia en términos de servicios”.
Las viejas consignas del PT en
la lucha contra la miseria y el hambre quedaron
atrás. Los sectores medios emergentes, gracias al consumo y a la redistribución
de ingresos, hoy reclaman nuevos derechos en el orden de mejorar la calidad de
vida. Pero esta lucha es aupada por sectores desplazados del poder que se
oponen a la política estatal, dirigida a más de 40 millones de brasileros en
bonos en dinero y becas.
Los sectores más radicales de la
izquierda brasilera, que se oponen al PT, han tomado una iniciativa de movilización
popular que les puede rendir buenos réditos políticos, frente a un gobierno enfrentado
a la derecha y a la izquierda. En el centro
de la movilización actual persiste una corriente opositora que, como batucada,
marca el ritmo de la protesta, contra el alza de pasajes que es la punta del
iceberg de la situación de fondo que vive Brasil.
Los medios en el medio
En medio de la protesta popular, el pueblo ha identificado “como su
enemigo” también a los medios informativos audiovisuales e impresos que cubren la
información en las calles. Reporteros de la principal cadena de televisión, la
poderosa Globo, han sido objeto de ataques de parte de la población indignada
por lo que consideran una actitud cómplice de la prensa con el poder. Grafitis
como No a los medios, sí a las redes sociales,
simbolizan el sentimiento popular contra la prensa que en el país carioca mantiene
una fuerte concentración de poder en pocos grupo empresariales mediáticos,
propietarios de cadenas televisivas, periódicos y emisoras de radio. “No hay
duda que existe una concentración muy grande de los medios en Brasil y eso hace
que las empresas ejerzan un papel político, pero hay que distinguir a periodistas
de empresas", añadió un representante de la prensa. Reporteros sin Fronteras ya había hecho una crítica, en enero
pasado, a “la falta de independencia de la prensa brasileña”.
La lucha popular en Brasil rindió frutos en la últimas horas con el anuncio
de las autoridades municipales de Rio de Janeiro, Sao Paulo y ciudades como Recife
y Porto Alegre de derogar la medida de alza en las tarifas del transporte, manteniéndolas
en el rango de $1,25 o 2,75 reales en moneada nacional. La enseñanza
brasilera es clara: los gobiernos socializantes del siglo XXI navegan entre
fuegos cruzados: las legítimas aspiraciones populares, la revancha de la vieja
derecha desplazada del poder y la acción mediática opositora, convertida en
portavoz del descontento interesado de sectores que, para bien o para mal,
buscan vender caro su desplazamiento del poder. En medio de la tormenta, no está
por demás avizorar en el horizonte, con la calma que amerita la situación, que la voluntad
popular unida es imposible de soslayar en tiempos en que el poder económico, político y
mediático concentrado hace mal en volver la espada o traficar políticamente con las
aspiraciones populares.
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