Por Leonardo
Parrini
Alguna vez Francisco Umbra dejó claro que escribir es la manera más profunda de leer la vida. La afirmación me insinuó una negación. No todos escriben así, pensé. Hay quienes no tienen intención de leer la vida a profundidad, sea por pereza, por aburrimiento o por falta de una referencia que señale los niveles de inmersión en las esferas más hondas de la vida. Algunos escriben oyendo un llamado interior, otros lo hacen por encargo. Los primeros son escritores que consideran, con Rudyard Kipling, que las palabras constituyen la droga más potente que haya inventado la humanidad. Los otros son advertidos por Ernesto Sábato, en que el mal escritor dice cosas insignificantes con palabras grandiosas. Entonces quedan en evidencia las distancias entre el narrador y el cronista, el autor y el reportero. Y más allá de una cuestión de oficio, en la tramoya de todo acto de escribir se advierten matices entre quienes lo hacen con un sentido de mirar la vida a profundidad y quienes suelen describirla como un catastro, sin más trascendencia.
Estos matices
son preponderantes a la hora de discernir qué diferencia el acto de escribir del
gesto de describir. En definitiva, qué es literatura y qué es periodismo. Salvo
excepciones, ambos oficios transitan separados, cada cual en su andarivel, pero
suele ocurrir que en contadas ocasiones se unan en un solo talento. Y aquello
no necesariamente es una ventaja. Tampoco inclina la balanza hacia uno u otro
oficio. Y no es solo matiz de forma, sino de sentido. En la mirada de José Saramago,
el escritor vive de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz, no sería
escritor. En tanto, el reportero que registra, vive de la optimista posibilidad
de que el hecho que reporta crezca y trascienda, a partir de su descripción. Es
lo que los periodistas llaman credibilidad, ser verosímil frente a una seca realidad, sin lugar a la conspiración especulativa
del escritor.
¿Es la literatura,
entonces, una narrativa próxima a lo visceral y el reporterismo a las
apariencias de la realidad? En la práctica histórica es factible que un
escritor se convierta en registrador periodístico de hechos, mientras que pocas
veces un periodista se transforma en un escritor, a partir de sus reflexiones
sobre esto o aquello. Al parecer, la frontera entre ambas realidades nace de un
hecho que Cortázar insinúa con toda lucidez: el estilo es una cierta tensión y esa tensión nace de que la escritura
contiene exclusivamente lo necesario. Es decir, su apunte alude al sentido
de lo esencial que el quehacer de un escritor rescata de la vida, mientras que
el registro periodístico se conformaría con tocar la epidermis de los acontecimientos.
En esa línea de pensamiento,
Cortázar reconoce que la lección de Borges constituye “no una lección temática, ni de contenidos, ni de mecánicas. Fue una
lección de escritura. La actitud de un hombre que, frente a cada frase, ha
pensado cuidadosamente, no qué adjetivo ponía, sino qué adjetivo sacaba”. Y
por extensión, diremos que dicha reflexión perfila el lado fusco de la
escritura periodística: los excesos de adjetivos que empañan el cristal de la
realidad, o mejor, el cristal con que se mira el acontecer cotidiano. La irremisible
tendencia a cualificar los hechos, insuflándoles una dosis de espectacularidad
es lo que hace del periodismo una narración sospechosa que, en lugar de usar
verbos transitivos, echa mano a una profusión de calificativos.
Como desenlace
de esta trama, una reflexión de Cortázar encuentra el punto de referencia entre
la vida, la narración literaria y la redacción periodística: literatura y vida para mí es siempre lo
mismo. Se pasa del culto de la literatura por la literatura misma, al culto de
la literatura como indagación del destino humano, y luego a la literatura como
una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada
uno de nosotros nos concierne en su país.
Esta cualidad
literaria de indagar el sentido de lo humano y, consecuentemente, el afán de
protagonizar la historia colectiva, hace que de algún modo se invada el campo
del hecho periodístico en la actitud que el propio Cortázar se atribuye a sí mismo
como narrador: Cada vez iré sintiendo
menos y recordando más. Este ejercicio de la memoria, acaso tienda un
puente entre literatura y periodismo. Sólo a condición de lo que Joseph Roux
sugiere, oportunamente: hay dos narradores geniales, los que piensan y los que
hacen pensar.
Gracias Leonardo. Tus trabajos me llevan a reflexionar cuidadosamente sobre la difusa línea entre la "realidad" que estima el periodista que cuenta cotidianamente y las ficciones a las que legal y objetivamente nos conduce la literatura. A mi juicio, la urgencia de la primicia, en casos, y la búsqueda de lo banal pero que puede ser apasionante para la masa y siempre buscando el mayor rédito económico-, ubica al periodismo en el mayor corresponsable de las injustas democracias que vive el mundo. Y lo pone en peligro. Un abrazo
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