Por Leonardo Parrini
Hojeando el Internet -sí, porque las páginas electrónicas
también se las hojea en la pantalla touch- me encuentro con una entrevista realizada
al semiólogo italiano Umberto Eco, -autor del clásico texto El Nombre de la rosa. Preocupado por el tema
de los símbolos y su representación, no ha cesado de reflexionar acerca del impacto
cultural de ciertos relatos en el hombre común. En esa línea, Eco ha concluido
su reciente novela Número Cero, en la
que aborda la dinámica de la prensa y su influencia social en Italia. Un texto que
sirve de paradigma para extrapolar el comportamiento del periodismo escrito en
otros lares de la sociedad contemporánea.
Eco confiesa que
“desde hace 10 años que tenía en la
cabeza esta idea de hacer una novela sobre los defectos del periodismo, pero lo
había ido retrasando. Hasta hoy”. Número
Cero viene a ser la disección de la prensa constituida en “máquina de fango”,
por el rol que juega en su condición de actor político “como una herramienta de difamación”
que se ha usado “para deslegitimar al
adversario”. La trama de la novela narra los avatares de un empresario ricachón
que decide fundar un periódico, es decir una empresa mediática, que según Simei,
su director, “le dice a la gente cómo tiene
que pensar”.
No obstante, Eco
se muestra escéptico sobre el grado de influencia de los periódicos en el ciudadano
común, rol más bien reservado a la televisión, según señala. Eco centra sus fuegos
en el influjo que ejercen los periódicos en las “altas esferas” sociales, en líderes
de opinión: “Es poner una noticia
en la mesa de la persona importante -apunta- y sugerir que se podría contar más. Ahí es donde
los periódicos tienen el verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que
puede leer el mismo texto de una forma distraída. Es una influencia sobre la
'cima', por decirlo de algún modo”.
¿Por qué hay tantos pequeños periódicos que
no tendrían razón de existir, si no reciben subvenciones y venden muy poco?, pregunta
Eco, y se responde: “Porque su función es
la de enviar un mensaje privado. Dicen: Yo sé algunas cosas y podría decir más”.
En esa labor los periódicos actuales se ven obligados a llenar sus páginas con
comentarios y análisis, si es “un
periódico serio”, caso contrario, “te
conviertes en esta máquina de fango que llena páginas y que obliga a leerlas
por este mecanismo que los alemanes llaman 'Schaden-freude', el placer del
dolor ajeno”.
En esa línea de acción,
Eco advierte sobre la “tendencia al complot”, como dinámica de la comunicación mediática.
“Y hoy todavía más, porque Internet está
lleno de este tipo de contenidos”, dice. Lo que más interesa es cómo se
construye el complot, conectando hechos que parecen no tener relación. “Una de las primeras cosas que habría que
enseñar a los niños es cómo filtrar noticias en internet, a distinguir las
verdaderas de las falsas”, puntualiza. Porque, precisamente, el complot se fundamenta
en la práctica de la mentira. “Los más peligrosos son los complots mentirosos,
porque no logran salir bien, se quedan en el imaginario colectivo, obsesionando
a la gente, y nadie puede desmontarlos porque no existen”, señala Eco.
La situación en
los medios digitales no es muy distinta a la de los medios impresos. La democratización
de la comunicación en el ámbito virtual, hace que el periodismo ciudadano se exprese libremente en Facebook y en Twitter,
redes sociales en las que es la totalidad del público la que difunde opiniones
e ideas. “No estoy seguro de que Internet
haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet
que en una agencia como Reuters. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que
fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el
planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra
pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio
Nobel y el periodista riguroso. Éste es un fenómeno
totalmente nuevo en la historia de la humanidad: es importante aparecer en
público.”, concluye Eco.
Eco pone énfasis
en la necesidad de la crítica: el intelectual
debe denunciar los vicios de la sociedad. Y la crítica debe retornar a la narrativa, como
la forma principal de ver el mundo. Único camino para entender lo que sucede en
nuestro entorno, porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad -o una
mentira- en la cabeza y la repite.
Una historia repetida
Hojeando periódicos
y revistas virtuales me encuentro con una atmósfera similar a la que describe Umberto
Eco en su novela. La presencia de “sesudos” textos escritos por una pléyade de
opinadores que pretenden desentrañar las lógicas del poder en el Ecuador, y que
desmenuzan, desde una trinchera privada, cada acción del mandatario, escudriñando
en los ropajes del oficialismo hasta verle las costuras. ¿Dónde está la contraparte,
-me pregunto-, del periodismo público que, haciendo uso de la prerrogativa democrática
del libre juego de las ideas, contrarreste con igual enjundia los argumentos,
muchas veces falaces, de la corriente periodística opositora al régimen?
En ese terreno baldío,
frente a la prensa empresarial sin contraparte, el Gobierno parece perder, día a
día, la batalla de una guerra declarada, sin cuartel, por los medios informativos
privados, no sólo impresos sino, ahora esencialmente digitales. Tener sentido crítico
frente a todo orden de cosas, y narrar esa experiencia, parece ser una actitud esencial
en el periodismo y en la vida. Difundir con sentido contestatario, es una asignatura
que tiene pendiente el periodismo en los medios públicos. El silencio otorga.
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