Por Leonardo Parrini
Sobre el asfalto mojado los tacones golpean
al ritmo de la caminata. La cámara en tilt
up recorre, en primer plano, unas piernas contorneadas hasta llegar a la
cintura, aprisionada en un ancho cinturón de cuero rojo que separa el
minivestido en dos. La toma llega al torso cubierto por un diminuto corpiño y
muestra una humanidad entumecida por el frio de la tarde lluviosa. Ya en close up, la lente registra un rostro
pálido, sobremaquillado, de mediana edad del que se esfumó una sonrisa que dio
paso a un rictus de desdén. Rossana grita, protesta, increpa, provoca con esa sensación
de libertad protegida por el grupo de mujeres que, en la franciscana ciudad de
Quito, se reconocen putas en lucha por sus derechos cívicos y sexuales.
La romería
avanza por la calle adoquinada bajo la pertinaz lluvia. El conglomerado de
mujeres vestidas provocativamente, jóvenes gays, travestis y parejas homosexuales
del movimiento LGBT, que concurre a la Marcha de las Putas, llega al Parque
del Ejido. Bajo el arco de piedra que evoca una entrada triunfal al lugar, una
activista inicia un fogoso discurso que denuncia “la violencia de género, la
discriminación, el abuso sexual, la opresión a la mujer, el feminicidio, la
misoginia, las prácticas sexistas, patriarcales, machistas y capitalistas que
toman a la mujer como un objeto sexual.”
La cámara en
paneo muestra la manifestación a la que se han dado cita unas dos mil personas. Es
una comparsa que porta carteles, bombos, instrumentos musicales, banderas, muñecos, en
fin, todo lo que sirva para llamar la atención del transeúnte que observa con
gesto de curiosa indiferencia. Los carteles resumen las demandas del grupo ¡Ni
putas ni sumisas!...!Desnudas o vestidas, decidimos nuestras vidas! El discurso
sube de tono y hace un abierto llamado a la denuncia contra la violencia de
género. Se señalan culpables y cómplices entre las autoridades estatales,
iglesia católica, clubes privados, medios de comunicación, sistema educativo,
entre otras instancias sociales identificadas como coautoras intelectuales de
la agresión contra la mujer.
Ser puta y qué…
¿Qué hace que un
grupo de mujeres, calificadas de putas, desfilen por las calles quiteñas en
nombre de todas las mujeres junto a grupos homosexuales? Esta práctica tiene
lugar en la capital ecuatoriana, desde hace dos años, como réplica de un evento
similar que tuvo su origen en Canadá, en respuesta a los comentarios de un policía canadiense, Michael Sanguinetti, quien, en enero de 2011, en una
conferencia sobre seguridad civil en Osgoode Hall Law School en Toronto,
asegurara que las mujeres deberían evitar vestirse como putas si no quieren ser
víctimas de violencia sexual.
El movimiento ha
cobrado fuerza internacional hasta convertirse en un icono de la lucha por la
defensa de los derechos femeninos y homosexuales, conculcados por una sociedad
posmoderna de corte patriarcal que impone los cánones de comportamiento sexual.
La protesta cobra cuerpo contra las violaciones de los derechos que viven las
mujeres en los diferentes espacios públicos y su vulnerabilidad frente a los
embates sexuales del sexo opuesto. El tema va mucho mas allá de ser una lucha
feminista, para reivindicar una manifestación política y cultural que, si bien
reconoce liderazgo de género, pretende representar a un vasto sector de la
sociedad civil, hombres y mujeres, que se consideran víctimas de la violencia
de género. Y lo hacen asumiendo un rol y un símbolo, quizás, el más despreciado
de la sociedad: ser puta.
Ser puta, considerado hipócritamente “el oficio más antiguo
del mundo”, por todas las sociales que desde tiempos remotos han convivido malamente
con la prostitución. Ser puta, oficio degradado por el moralismo imperante, trabajo
sobreexplotado y ejercido sin la más elemental protección y seguridad social.
Ser puta ha sido en la sociedad –esclavista, medieval, capitalista y
posmoderna-, un estigma de depravación y lujuria censurada, pero fomentada desde
las esferas del poder político y cultural. Ser puta es un agravio para la mujer
que siente y vive la libertad de sus derechos, como ser humano y en su
condición de mujer. Ser puta no es un trabajo, es una maldición morbosamente
fomentada por una sociedad hedónica y farsante. Ser hijo de puta, es peor que
ser cabrón, es decir, el explotador laboral de la trabajadora sexual. Ser puta
es ser la antinomia de la mujer “decente”, cuya única diferencia radica en camuflar el
intercambio sexual bajo una partida de matrimonio, como presunta licencia para
fornicar. Ser puta es ser la mártir social, lapidada por la hipocresía
imperante, y, al mismo tiempo, elevada al altar del placer sexual
mercantilizado por la voluptuosidad de una sociedad hipersexuada que,
falsamente, no reconoce en la práctica otros valores a la mujer.
Manifiesto
de las putas
Ana Almeida, integrante del comite organizador de la Marcha de la
Putas que tendrá una nueva expresión en Quito, declara como fundamento de su
protesta: El principal precedente que
queremos dejar es ese mensaje de no violencia contra la mujer, porque los
cuerpos de las mujeres deben ser respetados; no se puede seguir estigmatizando
a las mujeres por su vestimenta. Quiero reivindicarme como una mujer libre y
que es dueña de sí misma.
En una nueva jornada las putas marcharán por
sus derechos y los de todas las mujeres, bajo un sólo manifiesto, que
suscribimos: Nos asumimos putas porque así nos han llamado por habernos hecho
una ligadura, por tener más de una pareja, por vestir híper-femeninas, por
salir solas de noche, por proponer sexo, por abortar, por contestar o, peor
aún, contestar que "no"; por ser mujer y amar a otra mujer, por
decidir no ser madres, por haber feminizado o masculinizado nuestro cuerpo en
sentido contrario a nuestro sexo, por usar anticonceptivos, por divorciarnos,
por negarnos a aceptar la violencia en nombre de la feminidad, la familia y la
maternidad, entre otros muchos actos de autonomía sobre nuestros cuerpos y
vidas.
Frente a la represión que sufren las personas
que asumen expresiones de género alternativas. Frente a la represión que sufren
las trabajadoras sexuales, las putas remuneradas. Frente a la justificación
familiar, social, policial, judicial y mediática de la violencia sexual y de
género como auto-provocada por las actitudes y estéticas de insumisión femenina.
Frente a las marcas de control y castigo infligidas en los cuerpos femeninos y
feminizados, que en su peor expresión se plasman en femicidio, feminicidio y
crímenes de odio. Si ser putas es hacer lo antes descrito, y dado que eso no va
a cambiar, decididamente somos putas.
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ResponderEliminarMARCHA DE LAS PUTAS EN QUITO
ResponderEliminarEn el 2014, la Marcha de las Putas Ecuador convoca el sábado 29 de marzo a las 16h00 al Festival Emputado que iniciará con un recorrido desde el Arco del Parque El Ejido hasta la Plaza Foch. En horario de 18h30 a 21h30 habrá un espectáculo de música, teatro, y diversas manifestaciones artísticas para denunciar y visibilizar la violencia sexual y de género.
Una lectura que nos invita a deconstruir una sociedad machista y enferma.
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